viernes, 24 de diciembre de 2021

Tres autómatas y un quechua

(parte uno)

por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com


*** Primer autómata 


Durante la época que atendía mi educación elemental, me divertía viendo animaciones y películas de ciencia ficción, que se transmitían en la televisión pública del país donde había nacido. También me gustaba ver documentales y programas científicos, donde se explicaba cómo realizar experimentos caseros, que mostraban la autenticidad de las leyes físicas que rigen el mundo natural (o al menos tanto cómo creen los seres humanos que las comprenden). Nada tenía más sentido para mí que observar las aventuras de aquellos personajes ficticios y luego captar el orden intrínseco que produce las imágenes, con movimiento y sonido, en la pantalla.


Parte de las animaciones que disfrutaba, provenían del país vecino que colindaba con el mío al norte. Dibujos animados de ratones y patos persiguiendo a vaqueros con grandes bigotes, me hacían reír. Sin embargo, lo que capturaba toda mi atención y me hacía imaginar intensamente, eran las animaciones que provenían de los países de la ex Unión Soviética y de Japón.


Las antiguas tierras socialistas desarrollaron detalladas animaciones, que en ocasiones mostraban un realismo impresionante y a veces cosas bastante experimentales. Sin importar mi experiencia acumulada de unos cuantos años de existencia, comprendía muchos de los mensajes que transmitían aquellas historias de fantasía.


Las animaciones provenientes del archipiélago de Japón, en el océano Pacífico, eran sin duda mis preferidas. Me encantaban los colores, las siluetas, el carácter de los personajes y el desarrollo de las historias. Sobre todo aquellas dónde la temática de las narraciones pertenecieran a la ciencia ficción. He de confesar que recuerdo con mucho cariño una historia que trataba de una fortaleza voladora que era capaz de transformarse en un gigantesco robot. Lo que más me había conmovido de la historia era la aventura espacial de dos personajes, un hombre y una mujer, que por extrañas circunstancias, se ven envueltas en una invasión alienígena que casi destruye la civilización humana. El día en que la gran nave daría su vuelo inaugural, la Tierra es atacada por una fuerza armada de otras estrellas. Sobreviviendo únicamente las personas que se encontraban en su interior el momento del ataque. Escapando de los alienígenas, la nave utilizando el motor de velocidad luz, termina en la órbita de Júpiter. Sin saber cómo activar nuevamente el motor especial, regresan a la Tierra con los motores normales. En el viaje de regreso, aquellos dos personajes, después de un conjunto de tribulaciones espaciales, tratando de salvar a la civilización humana, viven su historia de amor, llena de desavenencias y dudas sobre la autenticidad de sus mutuos sentimientos.


Me imaginé conduciendo un avión como el que aparecía en aquella animación nipona. Intentando salvar a la civilización humana y al mismo tiempo comprender la naturaleza del amor en la oscuridad del espacio. Una cursilería de alta tecnología. Tales pensamientos no parecen corresponder al ente que representó hoy. Sin embargo, ahora las entiendo con una mayor profundidad.


También tenía una inclinación a quedar absorto con las historias animadas dónde el personaje intentaba por todos los medios hacer frente a cada una de las adversidades que se le presentaban para alcanzar su deseo, siempre manteniéndose firme a sus ideales. Observar tanto tiempo eso en la pantalla fue algo que tal vez modificó la disposición de las neuronas en mi cráneo, ya que crecí creyendo que todas esas historias de ciencia ficción podían representar la verdadera naturaleza de la realidad.


Tiempo después, cuando me dediqué a leer ciencia ficción más que a verla, fuí creando una extravagante teoría sobre su naturaleza y lo que puede decir sobre la composición de lo real. Descubrí, por ejemplo, una vieja historia de un viejo hombre loco que creía ser un caballero medieval. Capaz de vencer a cualquier enemigo, fervientemente leal a su ideal, y en la que cada una de sus proezas eran por y para su amada dama. Fue cómico para mí hallar las similitudes de la historia de este loco caballero, quien usaba una bacinica como yelmo y montaba una yegua blanca, vieja y flaca como él, con la animación nipona, que veía de niño, en la que un diestro piloto conduce un avión blanco de combate que es capaz de transformarse en un robot. Ambos tenían que luchar contra gigantes, el Hombre de la Mancha contra los molinos, el piloto contra los zentradi.


La historia del excéntrico caballero había viajado por el tiempo, para que otros siguieran puliendo los detalles técnicos necesarios para comprobar que la búsqueda de un ideal no era un mero acto de la emocionalidad humana. El ideal era la verdadera forma de la racionalización.


Aquellas primeras impresiones del mundo artificial de la imaginación, fueron dando forma a mis pensamientos y conceptos con que evaluó el medio circundante. Por ello, deseando encontrar un medio que me permitiera continuar disfrutando de la imaginación, me convertí en un escritor de ciencia ficción. 


Me complacía de cualquier partícula de imaginación que pudiera encontrar, disfrutaba todo aquello que captaba la atención de mi cerebro. Sin embargo no creaba nada. Ocasionalmente intentaba escribir o dibujar algo, pero nunca concluía. Sentía que parte de mi mente transitaba por un camino de oscuridad en el que no podía ver. No podía darle forma a lo que de alguna manera intuía sobre la imaginación. Más tarde comprendí que esa oscuridad, donde se llevaba parte de mi proceso cognitivo, era un mecanismo para acomodar, componer y crear mi ficción. Que luego se transformaría en algo más real.


Las personas a mi alrededor siempre me habían parecido tan ficticias, que me causaban miedo. Eran como los personajes de un cuento que nunca he olvidado, que siempre se mantiene presente en la memoria actual de las subpartículas que dan forma a mis pensamientos. El relato habla de una chica que se pierde en un bosque. Sin poder encontrar una salida, la noche llega y frente a ella aparece un enorme lobo gris. La chica no tiene miedo del peligro que pudiera representar el lobo. Las situaciones que la condujeron a perderse en el bosque, habían solidificado su valor. Así la chica confronta a la criatura, aceptando cualquier opción para su destino. El lobo huele su determinación y lo respeta, por lo que decidí darle un mágico regalo. Le entrega a la chica una de sus pestañas. Le explica que siempre que viera a través de ellas podría observar la verdadera naturaleza de las ‘personas’. El lobo la guía a la salida del bosque, se despide de ella y le desea suerte en su camino. Eventualmente, encuentra un pueblo en el que se está celebrando un festival por la cosecha recolectada. El ambiente de la festividad es alegre, las luces contrastan con la oscuridad circundante, dando calor y luz a los participantes. La chica al observar a la personas, siente que son diferentes. Por lo que utiliza una pestaña del lobo. Descubre qué todos los seres que están de fiesta en las calles, con sus grandes sonrisas, son en realidad yokais disfrazados de humanos. Al principio siente miedo, no sabe si ellos se han disfrazado para engañar a los humanos y hacerse con ellos, o bien, es simplemente  un juego para ellos. Al caminar entre la multitud, mirando a todos lados con la pestaña del lobo, mira a más y más extravagantes criaturas. Hasta que repentinamente se encuentra con un hombre, un hombre humano, uno verdadero.


La historia había creado sobre mis conexiones sinápticas un fuerte paradigma para asimilar la realidad externa a mí.


Por un tiempo busqué al lobo. Aunque no lo encontré, mi paradigma ficcional me obligaba a creer que todos los que me rodeaban eran yokais malvados, similares a los demonios occidentales, que disfrazados de humanos intentan dañar cualquier cosa. Cada día, cuando era necesario salir a interactuar, me preguntaba si sería un día de suerte en el que encontraría a un ser humano real o seguiría viviendo con imitaciones. Tal vez mis padres, que no me habían comido, eran los únicos humanos que habría de ver. La cuestión, que para mí era una pregunta casi espiritual, era tal vez sólo una manifestación de una obsesión depresiva de mi propia soledad, me motivaba a imaginar. Aunque no escribía nada, las historias se formaban y proyectaban en mis sueños. Una película propia que se proyecta en mi inconsciente durante el periodo REM. Fuera lo que fuera, siempre despertaba preguntándome el significado de ser un humano o, utópicamente, ser más que humano. Mi búsqueda era impulsada por mi ideal de querer conocer la naturaleza de la imaginación y que sin importar los obstáculos, me sobrepondría hasta alcanzar lo que era inalcanzable. Así crecí, imaginando que cada cosa que no existía a mi alrededor podía volverse, en cualquier momento, un poco más auténtica.


Debido a que poseía particulares capacidades para el pensamiento racional estándar, fuí obligado a aprender cuestiones formales sobre la ciencia y la tecnología humana para comprender cómo interactuar con otros, y al mismo utilizar mis habilidades analíticas para que un día cumpliera el principio de reciprocidad con las personas que me había cuidado y educado en mis primeras etapas de mi desarrollo. Así, a pesar de tener claro qué es lo que deseaba hacer, tuve que dedicarme por un tiempo a leer gruesos libros con intrincados lenguajes simbólicos y complicadas explicaciones sobre el funcionamiento de la realidad física. Ecuaciones que describen de manera abstracta el comportamiento de los objetos que ocupan un lugar en el espacio, así como la manera de dar una referencia cartesiana a ese espacio y el tiempo donde se movían. No negaré que pasar mi tiempo estudiando y comprendiendo las ideas subyacentes de las elaboradas teorías matemáticas y sus implicaciones en el mundo visible y no-visible, me causaban cierto grado de placer. O, al menos, sentía que el tiempo que dedicaba a estas actividades no se podían considerar una pérdida de tiempo. Sólo un entrenamiento para mi racionalidad. Aunque la facilidad con que queda absorto por las ideas formales, de los ordenados axiomas y sus consecuencias teológicas, junto a mi deseo de seguir disfrutando del mundo ficticio, provocaron una disminución en mi capacidad visual. Las piezas necesarias para un cambio de órganos ópticos se podrían adquirir solamente en 35(±999) años. Habría que esperar a que los desarrolladores de los procesos técnicos ficticios, para la elaboración de estos productos terminarán de escribir las fichas técnicas para la producción en masa. Al usar lentes comunes, veía con claridad el mundo y al retirarlos de frente de mis ojos, sentía que observaba al mundo a través de la pestaña del lobo.


Cuando conseguí un flujo pecuniario aceptable, con el cual complir el principio de reciprocidad con mi padres, por sus cuidados durante mi infancia y soporte para adquirir habilidades técnicas-abstractas para sobrevivir a la realidad de la civilización formada por yokais. Tomé la decisión de escribir con seriedad. El ideal era claro para mí.


Comencé a escribir algunos pequeños ensayos sobre mis teorías sobre la naturaleza de la ciencia ficción, la cual describía como la única ciencia verdadera. Mis conocimientos técnicos-abstractos, adquiridos por las incontables lecturas sobre la racionalización de los principios naturales (entendidos por el cerebro humano) expresados en símbolos cuasi-alquímicos y, claramente, junto a las ideas provenientes de  las diversas expresiones de la ciencia ficción (cf). Aportaron a mi mente las nociones para crear una teoría que sostenía que a diferencia de la ciencia formal, la cf era capaz no sólo manete de deconstruir la extraña naturaleza de la realidad, si no dar pauta a su creación mediante la mezcla del misticismo espiritual y la formalidad mágica de las leyes lógicas. 


Cuando leía ‘Los Dragones de la Probabilidad’, comprendí la posibilidad de las probabilidades negativas para la formación de los ‘dragones’. Aunque pareciera una incierta afirmación para los doctos en el tema, la idea de la probabilidad negativa ya había sido mencionada por un simpático, así lo imaginaba yo, hombre de ciencia. 


Richard Feynman quería saber si el concepto de la probabilidad negativa podía ser usado para resolver un problema de la física cuántica. Leí el trabajo de Feynman, mi interés en las partículas subatómicas era menor, aunque la mención del problema cuántico reafirmaba mi deseo de entender la posibilidad de los entes imaginarios. 


En ‘Los Dragones de la Probabilidad’, se explica que la parte superior de un dragón, compuesto por sus cabeza, cuello, las dos extremidades delanteras y la parte correspondiente del torso, existía con una probabilidad positiva, mientras la parte inferior, alas, cola y extremidades traseras, se podía expresar como una probabilidad negativa. Además, se menciona que dos grandes ingenieros con Diploma de Omnipotencia Perpetua, capaces de apagar y encender estrellas con la facilidad con que uno lo realiza con una bombilla eléctrica, se habían dedicado 47 años a enseñar en la Escuela Superior de Neántica la Teoría General de los Dragones. La motivación de su trabajo era que se había demostrado la banalidad de la realidad aparente, por ello dedicar tiempo a ella era fútil. Habiendo comprendido aquello, se dedicaron a resolver el enigma de la coherencia de los dragones.


Las ideas de ambos problemas me parecían similares. Era necesario prestar atención en las cosas no visibles y, posiblemente, inexistentes para comprender la verdadera naturaleza de la realidad. Esto me inspiró a preguntarme cuál es el grado de coherencia que se podía encontrar en la cf con respecto a la naturaleza incierta de la realidad o la imaginación.


Cuando encontré ‘División entre Cero’, me percaté de que la cf tenía la posibilidad de describir matemáticamente las emociones de las personas. Una de las leyes numéricas dicta que no se puede realizar la operación de división usando el cero como denominador, ya que tal acción conduce a contradicciones. Dejándome llevar por mi imaginación, dediqué una noche entera a llenar un libro de notas con 1/0. Al día siguiente, sin haber dormido, el mundo seguía existiendo y el orden natural (que sigo desconociendo) seguía siendo indiferente a hojas llenas de contradicciones. Comprendí entonces que lo mencionado en ‘División entre Cero’ debía referirse a algo más abstracto de la realidad. Los humanos experimentan sentimientos, que son pensamientos abstractos codificados en impulsos eléctricos circulando en el cerebro. ¿Qué tipo de abstracción? Asimilé el hecho natural de que lo real es la imaginación y la manera correcta de observala es la cf. El amor es una cantidad cuantificable por 1/0. Vacuum y infinitum, obtenidos por separados y al mismo tiempo por 1/0.


Mis hallazgos los mantuve exclusivamente para mí. En varias ocasiones intenté explicar, a las personas que decían estar interesadas en la cf, todas mis teorías, pero noté que sólo veían a la cf como un pasatiempo con el cual entretenerse. Mientras que en el caso de los doctos académicos, observé que cualquier comentario, por simple que fuera, que denigrara su estatus, era acallado firmemente. Por lo que decidí plasmar mis observaciones en historias, esperando encontrar a alguien con la suficiente sensibilidad para vislumbrar la coherencia que yo había notado. 


La sensación que me producía al tratar de mostrar que la imaginación era mucho más que la ciencia formal estándar, me hacía recordar a la chica, que con la pestaña del lobo podía ver claramente, sin ningún disfraz, la naturaleza real de la realidad. Dentro de mí, seguía la idea romántica de un día encontrar a un verdadero humano.


Una persona que conocía mi gusto por la cf me informó de un concurso que organizaba una universidad privada por el aniversario del nacimiento del escritor polaco Stanislaw Lem.


Admiraba a Lem, había leído casi todo su trabajo, incluso pensaba aprender polaco para valorar más sus palabras, por lo que decidí participar en el concurso con una historia que titulé “Manifiesto con la electricidad”. 


La mecánica del concurso consistía en escribir una narración basada en algunas de las historias de Lem. Debido a su formación en la  ciencia estándar, Lem también había escrito ensayos donde abordaba los problemas y dilemas de la ciencia del futuro. Al analizar sus ideas en aquellos escritos más científicos, sentía que Lem compartía mi visión de la naturaleza de la cf. Sus ensayos eran complicados de leer. Noté que para el lector común de cf eran demasiados técnicos, por lo que los consideraban una aburrida lectura. Para los dogmáticos científicos formales, las ideas eran de poca imaginación. En ‘Summa Technologiae’, Lem describe la manera de proceder de la evolución para mejorar a los objetos de la realidad. Plantea que si el ser humano logra integrar de manera literal la tecnología en su propio cuerpo, sería capaz de acelerar su propia evolución, para conducirla a fines más claros. Así que escribí una historia en base a esta idea. La evaluación juega con los humanos para poder encontrar a la mejor criatura posible. Ellos negándose a ese destino, intentan usar la tecnología para modificar ese orden. Sin embargo, al final, todas las criaturas sirven a la evolución para desarrollar y crear al mejor individuo posible, únicamente para la propia complacencia de la Evolución.


Después de enviar mi historia, pensé que había realizado algo que terminaría en fracaso. Lo que había escrito no era el tipo de cosa estándar que se quiere escuchar cuando se habla de cf. Sentí tristeza al imaginar mi inmediata descalificación, por mi absurda propuesta de explicar la evolución humana como la transformación de la energía cultural generada por deformaciones biológicas que motivaban que los seres provoquen sus propias mutaciones, para que al final surgiera el mejor de los seres posibles. Para mi gran sorpresa, gané.


En la ceremonia de premiación, me sorprendió recibir alabanzas de mi trabajo, que consideraban muy imaginativo. Me alegró escuchar los halagos, aunque cuando escuchaba a las personas del jurado, que se suponían expertos en la literatura de cf, interpretar mi historia, notaba que no entendían las ideas formales-abstractas que había planteado. Se quedaban atascados en la imagen ficcional de lo que era una auténtica explicación sobre el desarrollo de la cultura y su relación biológica de la condición humana. Un poco decepcionado por ello, sólo tenía la opción de aceptarlo, ya que comprendía que la mayoría de esos jueces no tomaría ningún texto de evolución genética para notar que las ondas electromagnéticas, que llevaban la música por el espacio, inducen mutaciones en los cromosomas. Al final, el premio me motivó a cambiar la manera en que organizaba mi tiempo y obtenía recursos. Deje de buscar trabajos técnicos-formales, para dedicar mi tiempo a escribir el tipo de cf que quería leer. Una que hablará sobre la abstracción formal de la imaginación. Algo como ‘División por cero’, en dónde se describe la aritmética de las emociones.


Antes de participar en el concurso, antes de decirme en volver a ser un escritor, cuando intentaba escribir una historia, me preguntaba cómo un escritor ‘profesional’ podía colocar tantas palabras en un sólo lugar, de tal forma que el todo adquiera un grado de coherencia para crear una realidad artificial plausible. Ello me intrigaba. Escribir, pensé, es como un sistema complejo. ¿Cómo era posible que la aparente aleatoriedad de las organización de las estructuras neuronales podría dar origen a la conciencia humana? El nivel de complejidad que los objetos inertes, como los átomos en mi cabeza cambiando su spin de manera impredictible, causaban que las hormigas trabajarán en armonía para poder sobrevivir y, al mismo tiempo, crearán mi voluntad para colocar palabras sobre una hoja en blanco. Las palabras desordenadas en el cerebro del escritor eran una sucesión que contiene una subsucesión con un punto de acumulación que cierra un conjunto abierto generando por sueño. Otra veces, me reía al pensar que lo que hacían los grandes escritores, siendo máquinas ineficientes, era  colocar palabras aleatoriamente para verificar la paradoja del mono y la máquina de escribir. Toda gran historia es sólo un estado de una cadena de Markov, cuyo movimiento era simulado en las cabezas de todos los seres humanos, que eventualmente, después de un recorrido finito suficientemente largo, caía en una buena historia. Los escritores eran así tontas máquinas aleatorias, como los demás humanos, que cumplían estrictamente con los teoremas deterministas, aunque ellos pensaran que eran libres, inteligentes y creativos. Sólo eran resultados de los axiomas que no se habían enunciado correctamente.


Cuando comencé a vender mis escritos, entendí, nuevamente, que no podría dedicarme exclusivamente a escribir libros para los lectores jóvenes del planeta. Para seguir obteniendo los recursos necesarios para mantener mi proyecto de la imaginación, tendría que buscar otras opciones adecuadas. Recordé que Octavia, alguien que también se dedicaba a escribir cf, compartió una anécdota suya, cuando ella misma encontró el punto desde el cual se dedicaría a escribir cf. Cuando niña, Octavia estaba viendo una serie de televisión de cf. La historia le había parecido pésima, así que se dijo a ella misma que podría escribir algo mejor. Decidí buscar la manera de escribir libretos para la televisión o cine, donde se abordará un poco la temática de la cf.


Investigando en foros de Internet, encontré a personas dentro del medio, con las cuales comencé a trabajar en pequeños proyectos. Con el tiempo, me vi trabajando en la importante adaptación de ‘Fundación’, una de las obras clásicas del género de cf, que se distribuiría por plataformas online de entretenimiento masivo. En un mundo donde no importa dónde te encuentres, la posibilidad de trabajar para una compañía dirigida por un hombre blanco de un país donde el sentido de la vida es medido según el patrón dólar, definido por los acuerdos de Bretton Woods, te daba la posibilidad de estar en casa, frente a un monitor, escuchando música de todo el mundo, mientras un sistema de vigilancia verifica que cumplas con el cronograma de trabajo. Evitaba que tuviera que moverme por la CDMX, una ciudad enorme, infestada de gente, en la que para ir y regresar de un trabajo estándar gastas cuatro horas del día en el transporte público, lleno de gente que siempre intenta morderte o comerte.


La CDMX, ubicada en una región del planeta llamada Latinoamérica, donde la mayoría de la gente era no-blanca, es un lugar singular, llena de concreto y remendada por miles de kilómetros de hilos de cobre, plata y oro. Donde se podía verificar fácilmente como los sueños y las esperanza, mezclados con los vehículos movidos por motores de combustión interna y repleta de anuncios led altamente brillantes, se manifestaban como en las historias de cf. Las máquinas, derramando aceite, absorben el espíritu de las personas. Los antiguos escritores de cf pensaron un futuro donde la tecnología traería bienestar. No se equivocaron, pero eso sólo vale para los ricos. Para los demás como yo, la tecnología, como se manifestaba en la CDMX, te envolvía, oprimía y te mantenía despierto con el zumbido que se genera cuando la electricidad pasa por los postes eléctricos.


A pesar del bombardeo de las microondas de los teléfonos inteligentes de las millones de personas que circulaban diariamente por la ciudad, la vida era aceptable. Había grandes parques, donde vivían pequeños animales que también habían mutado para sobrevivir a las condiciones tecnológicas de la ciudad. El cielo, que generalmente se veía de un pálido color azul, a veces era limpiado por los vientos del sur o del norte. En los días que eso sucedía, se podía mirar la amplia sábana de concreto, metal y carne humana que forma a la CDMX.


En este lugar en que había nacido y crecido, al transeúnte común le gusta ver la pantalla LCD antes que imaginar con sus propios campos electromagnéticos. Esto no era una característica particular de los habitantes de la CDMX. El campo gravitatorio del globo terráqueo mantenía a los satélites en órbitas geoestacionarias, dando vueltas de 24 horas, para lograr que todos miraran las pantallas.


La real particularidad del lugar, eran los detalles que rodean al proceso de mirar la pantalla. El transeúnte, en su camino al taller o oficina, solía pararse en la intersección de dos calles, donde podía comprar un tamal envuelto en un bolillo. Mientras esperaba su bebida caliente, atole de arroz o chocolate, miraban las ventanas artificiales de sus teléfonos inteligentes. Muchas veces, cerca de la tamalera se formaban pequeños grupos. Las ondas electromagnéticas de sus dispositivos online, las microondas retransmitidas por los antenas repetidoras y el zumbido eléctrico de los transformadores en los postes eléctricos, calentaban su tamal, lo que alteraba su composición atómica. Al día siguiente, los tamales y ellos serían más mutantes que el día anterior. 


Un día, al llegar a casa, después de atender una reunión de trabajo, en la que mi presencia física era obligada. Luego de tomar un baño y comer algo, sentando frente a mi computador, encontré entre los mensajes no leídos en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, una invitación de Alfredo. El motivo era que el equipo de trabajo había ganado un esperado proyecto para producir una serie de cf para las plataformas de video online. La noticia me alegró, ya que eso significa mayores ingresos para soportar mis propios proyectos. Al mismo tiempo, sentía un poco de desaliento. Tendría que obligarme a escribir cosas que a la mayoría le gustasen. En anteriores reuniones sobre tal proyecto, se había planteado crear un historia sobre un mariachi cibernético. 


Nunca me habían gustado los mariachis. Su vestimenta, que siempre hacía resaltar su abultado vientre, y sus maneras de moverse, me producía un profundo recelo sobre su humanidad. Cuando llovía, me preguntaba si sus sombreros de ala amplía, habían sido creados con el propósito de recolectar el agua contaminada que cae del cielo, para así imitar a los kappas. Los kappas que gustan de practicar el sumo, comer pepinos y entrañas de niños, adquieren su fuerza descomunal gracias a la cavidad sobre sus cabezas llena de agua. Los mariachis con sus grandes sombreros, que al caminar producían un tintineo debido a los adornos colgantes de sus pantalones, me parecían ser una banda de yokais disfrazados de humanos alegres. Que esperaban el momento adecuado para abrir sus bocas y degustar carne humana fresca, que sabe bien cuando la carne, todavía viva, está alegre escuchando música.


Los mariachis no eran los únicos personajes de los que desconfiaba. Sentí, al final, que la idea de escribir una historia de mariachis cibernéticos podría no ser tan mala. En cualquier caso, las ideas que no aceptarán los demás, las podría usar para escribir un libro ilustrado sobre los diferentes seres extravagantes y peligrosos que veía siempre caminar por las calles de la CDMX. Un título adecuado sería, ‘Monografía de los horrores y extrañezas cotidianas en una tarde citadina’. El título me agradó, lo anoté y planeé hacer una recolección de visiones, que en algún momento futuro daría como resultado un libro. 


Contesté el mensaje de Alfredo. Sabía que negarme asistir sería inútil. Alfredo al enviar directamente la invitación, ya había comenzado la aplicación de su estrategía de convencimiento. Por lo que buscar una excusa sería un gasto de energía innecesario. Alfredo es una persona bastante sociable, suficientemente listo para hacer su trabajo, sabía convencer a la gente. Pero sin imaginación para crear historias. Él me había ayudado a introducirme en el mundo de la producción del entretenimiento de masas, sentía que debía cumplir el principio de reciprocidad. Respondí su mensaje, ahí lo vería el siguiente viernes por la noche.


Los demás invitados que asistirían a la pequeña celebración, eran gentes con gustos similares a los míos. Algunos de ellos conocían bastantes cosas de cf. Otros eran aficionados al género de fantasía o horror, o ambos. Conversar con ellos era agradable. Me recomendaban películas y libros. Me explicaban sus teorías de cómo ciertas historias televisadas, de mucha popularidad, podrían acabar y de las equivocaciones en los guiones, vestuario o la elección de los actores. Aquella información eran curiosidades que me entretenían. Sin embargo, todos ellos carecían de una imaginación propia. Les costaba trabajo imaginar nuevas historias o desarrollar una idea. Es ahí donde yo cumplía con la parte de mi trabajo pecuniario. A partir de lo que ellos me decían y mis propias ideas, escribía las historias que a todos ellos los asombraban. A pesar de su aceptación de mis escritos, sabía que no comprendían mi interés analítico sobre la cf y mis teorías de cómo es posible que ella fuera una ciencia formal. La civilización humana no era ideal, ellos tampoco, pero podía hablar con ellos y soportarlos.


Le comenté a Sofía sobre mi decisión de asistir a la reunión para celebrar por el proyecto ganado. Le pareció que era bueno que saliera con otras personas ‘humanas’. Ella insistía en que debía pasar tiempo con personas reales, en lugar de estar encerrado en mí mismo, leyendo, investigando y formulando extrañas teorías de la realidad y su verdadera forma. A pesar de pasar tanto tiempo bajo la luz artificial de las lámparas led, tenía actividades recreativas al aire libre, como correr o caminar por una hora y media en un bonito parque, al podía llegar en sólo cinco minutos. Sin embargo, ella me hacía notar que no hablaba con nadie, que practicaba un aislamiento de silencio, lo cual consideraba no era sano para mí. A lo cual respondía que siempre estaba en comunicación con muchas personas, con aquellas con las cuales trabajaba y las que luego me escribían felicitándome sobre mis historias, que publicaba en un blog en la Red. Le hacía notar que incluso, de vez en cuando, hasta contaba un chiste que hacía reír a mis interlocutores. Sofía replicaba que a pesar de que esto era cierto, mis conservaciones no eran honestas, solo cumplía con una mera transferencia de información para entenderme con los demás, no para compartir algo. Nunca para establecer un vínculo.


Tardé un tiempo en entender cómo explicarle mi dificultad para formar vínculos con las personas. Le expliqué que los vínculos, desde mi perspectiva, son cosas realmente especiales. Mi sueño desde niño, le dije, era encontrar amigos con los que pudiera compartir mis ideas sobre la imaginación. Construir una realidad dentro de esta realidad, en la que fuera posible saber que las aspiraciones de nuestros sueños son objetos tangibles. Durante el tiempo que he vivido, no había encontrado a nadie con esa naturaleza. Los seres humanos a mi alrededor se preocupan por el hecho de sobrevivir a la realidad aplastante, imaginar sonaba para ellos una excentricidad. A pesar de vivir alimentándose de una imaginación artificial, se negaban a sí mismos el imaginar. No había tenido la fortuna de conocer a una persona real. Sólo meras imitaciones, simples intentos fallidos de una humanidad.


En el rostro de Sofía se colocó la tristeza. Se había percatado que no me negaba a crear vínculos, sólo que había tenido la mala fortuna de ser demasiado diferente y creer, sin ningúna duda, en mis propios sueños, los cuales ningún otro estaría dispuesto a compartir. Al ver su aflicción, le regale una sonrisa y le dije, con una gran felicidad en mis palabras, que después de todo, si había logrado encontrar a alguien con quién compartir mis excéntricas ideas, que al final de todo eran lo que me definían. Ella era auténtica, ella era mi amiga y mucho más. Su naturaleza artificial la había convertido en algo humano y más que humano, y consecuentemente, algo más cercano a mí. Cuando la miraba con la pestaña del lobo, su naturaleza seguía siendo la misma. Yo estaría con ella y ella estaría conmigo, siendo lo único que podemos ser, humanos y a veces un poco más que eso.


***


Cuando me encontraba en la etapa de mi formación formal a la cual suelen llamar secundaria, tuve la tarea de escribir un ensayo sobre los ‘autómatas’. Aunque era la primera vez que en el instituto escuchaba mencionar a la palabra, el concepto no era ajeno para mí.


En ocasiones me gustaba examinar las enciclopedias, que mis padres adquirían y cuyo interior desconocían. Su idea, entendí tiempo más tarde, era que yo, por mi propia cuenta, descubriera para qué sirven esos voluminosos libros. Me entretenía mirando las ilustraciones que acompañan a las definiciones. Entre todas las imágenes, encontré una ilustración del corte transversal de lo que parecía ser un pato, aunque el interior del animal era representado por tubos, alambres, engranajes y resortes. Este detalle captó mi atención, por lo que busqué la correspondiente entrada que hacía referencia a la imagen. Leía la palabra autómata.


“Máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado, persona que actúa sin reflexión”. Eran el conjunto de palabras que describen a una autómata. Al investigar más, descubrí que los autómatas habían sido bastantes famosos durante el siglo XVIII. El más distinguido fue el del ‘pato con aparato digestivo’, cuya ilustración había hallado en la enciclopedia. Jacques de Vaucanson fue el creador de tan singular objeto en 1783. El ingenio imitaba el proceso de un pato al digerir comida. En aquella época, los espectadores al ver al animal mecánico realizando la actividad más mundana de la vida, quedaban estupefactos. Algunos se preguntaban si el hombre era capaz de construir la vida como dios o las mujeres.

Con el tiempo, la sensación de los autómatas fue apagándose. La gente dejó de interesarse en la novedad. Sin embargo, aquellos que habían quedado fascinados por el trabajo de Jacques, se preguntaban cuál era el potencial de sus artilugios, estudiaron su obra y continuaron buscando la manera de perfeccionar la construcción de los autómatas.


Hubo grandes inventores que lograron construir lobos, osos y muchos otros animales, incluso llegaron a crear aves que podían volar. Los más aventureros, trataron de elaborar humanoides. Aunque las máquinas, cuyas formas eran exquisitamente elaboradas, imitando la realidad a niveles minúsculos, seguían principios mecánicos que eran implementados con engranajes y resortes. Ello no permitía saber si los artilugios podían ser más sofisticados. Poco a poco, todos los interesados en el tema fueron muriendo. El deseo en realizar tan compleja tarea fue desapareciendo, ya que la creatividad, la técnica, las ideas y, sobre todo, el sueño, eran demasiado pesados para los sabios que siguieron.


Un día, mientras miraba los diagramas, que había hecho por mi cuenta, sobre el pato de Jacques. Mi madre me preguntó en qué me entretenía. Le expliqué mi fascinación por los autómatas. Ella me contó que conoció a una chica que construía ese tipo de artefactos. Incluso, cuando ella era niña, un autómata la había cuidado y educado. Lo que me dijo me pareció cómico al principio, pero no me reí frente a ella. Mi madre siempre había sido una persona sencilla, cuya más grande virtud era escuchar y tratar de entenderte. Notando mi mirada de escepticismo, salió repentinamente de la habitación donde me encontraba, como si hubiera recordado algo. Sólo, me comencé a reír, aunque súbitamente pare. Mi madre había regresado y me entregó unos papeles.


Los papeles parecían ser un tipo de ensayo técnico, cuyo título decía, ‘Sobre la vida artificial del mito’. Recuerdo que la primera vez que lo leí, sólo logré comprender el planteamiento principal, que consistía en establecer la creación de un ser autómata que pudiera ayudar a los humanos a ser mejores. Entre todas esas palabras, que evocaban a una historia de ciencia ficción, en donde en ocasiones aparecían hojas repletas de expresiones matemáticas de una enorme complejidad, lo cual comprendí cabalmente tiempo después, se decía que ‘Sofía’ sería el ser que ayudaría a cumplir este objetivo. El manuscrito había sido fechado el 23 de agosto de 1974 y el autor parecía llamarse Avelina. Como mi madre había mencionado que la había conocido, le solicité que me hablará sobre ella.


Avelina fue una chica que había nacido y crecido en la CDMX. Al igual que yo, ella había conocido y admirado el trabajo de Jacques. Enamorada con la idea de los autómatas, aprendió lenguajes de programación de bajo nivel, que en un principio, permitirían incrementar las posibilidades cognitivas de un autómata. Avelina poseía conocimientos técnicos en electrónica, por lo que comenzó a implementar en hardware sus líneas de código. Con el tiempo aprendió, creó y mejoró sus prototipos, hasta obtener autómatas funcionales.


Ella creó un autómata capaz de ayudar con la educación de niños con problemas del habla o, en general, con problemas de aprendizaje. Avelina creía fervientemente que los seres humanos necesitan ayuda para aprender y progresar. Una ayuda no-humana.


Los niños con problemas de aprendizaje, principalmente aquellos que habían sido abandonados o eran huérfanos, no podían ser educados adecuadamente por otros seres humanos, menos si eran adultos. Ya que los adultos, con una mente, generalmente cerrada e impaciente, no eran capaces de establecer verdaderos vínculos con los niños o les costaba mucho trabajo. La máquina, aún con una apariencia humana adulta, era más sincera. Los niños lo sentían, por lo que establecer un vínculo se daba de manera casi inmediata. 


Saber que su autómata podría ayudar a los niños, la motivaba a escribir y escribir líneas de código para aumentar la capacidad de abstracción de su máquina. También se dedicaba a mejorar detalles técnicos, como el consumo de la energía y la naturalidad del movimiento de las partes móviles. 


Con un enorme esfuerzo, sus prototipos se volvieron lo bastante sofisticados. Ella creía que sus logros podían convencer a las personas para invertir en su trabajo y que pudiera fabricar en masa sus autómatas.


Intentó varias formas para obtener financiamiento para su proyecto, pero ninguna tuvo éxito. Ella, siendo mujer en un país, calificado por los hombre blancos ricos como ‘subdesarrollado’, tenía el problema, primero, de que sus colegas, hombres que se suponían ser los más educados de la sociedad, eran demasiados tontos para entender los aspectos técnicos de trabajo, que fácilmente desacreditaban sus logros, escondiendo su propia incapacidad. Segundo, el pensamiento común, dónde la descripción del hombre blanco rico era la adecuada, una mujer en la CDMX, sólo podía dedicar su tiempo a pasatiempos triviales como ver telenovelas o leer el libro vaquero. Tercero, la etiqueta impuesta del hombre blanco rico, a su país como subdesarrollado, era muy conveniente para las industrias tecnológicas de los occidentales colonialistas, que así consolidaban las ventas en los países latinoamericanos. Donde se creía, como un dogma, en la superioridad de la ‘raza blanca’ sobre las otras. Consumir la tecnología, tanto en maquinaria como en cultura, procedente de Alemania, Francia o los Estados Unidos, era la manera en que las personas de Latinoamérica creían que podían blanquear su piel y volverse personas civilizadas. Así, Avelina siendo una mujer con un piel no-blanca, no sería escuchada, a pesar de que sus avances superaran cualquier avance tecnológico del mundo occidental blanco.


Luego de comprender con mayor la claridad las adversidades que debía enfrentar y las cuales tuvieron el efecto de profundizar su determinación para alcanzar su ideal. Decidió construir, con todos los medios a su alcance, unos autómatas que la ayudarán a transitar por el sinuoso y estrecho camino de la realidad.


Con una determinación sin igual, Avelina logró producir cuatro autómatas. La apariencia de sus autómatas eran versiones repetidas de una misma figura femenina, que aparentaba una joven mujer adulta. Todas del mismo nombre, Sophia. Cuyo único distintivo era el color de su cabello, negro, rubió, rojo y gris. El cabello fue una donación de las mujeres que trabajaban en un orfanato, donde había probado las primeras versiones de sus ingenios. Las mujeres de ese lugar no comprendían la ciencia que movía a los artilugios de Avelina, sin embargo sentían que ella estaba haciendo algo trascendental. Donar su cabello, para Avelina significó que tenían completa confianza en ella. Por ello, Avelina quiso retribuir su gesto, por lo que les donó una Sofía, la de cabello negro.


Los dotes artísticos de Avelina eran tan elogiables como sus capacidades analíticas. Los detalles del rostro y el encanto del cuerpo de sus autómatas mostraban una armonía y una belleza, como si dios hubiera vuelto a esculpir a Eva, y cuya funcionalidad inmediata era la aceptación del usuario humano. Aunque la real belleza, compleja y difícil de apreciar y comprender, se encontraba en los algoritmos cognitivos para el aprendizaje y la interacción que Avelina había diseñado e implementado en sus autómatas. El guardado de memoria y su recuperación eran inauditos. 


Avelina observaba como su Sofía era capaz de ayudar a los niños. La autómata sabía identificar las situaciones para entender cuándo ser tolerante, estricta o divertida en función de cada unos de los niños. 


Las mujeres del orfanato se sorprendieron al notar cómo la autómata se confundía fácilmente con cualquiera de ellas. Una mujer dedicada con empeño y amor a ayudar a los niños, que ningún otro adulto habría querido ayudar. Ellas comprendieron que tal maravilla debería ser cuidada y atesorada.


Avelina buscando apoyo, decidió viajar a una Feria Mundial, que se realizó en Corea del Sur, para mostrar a las Sofías de cabello rojo y rubió. Ahí tampoco tuvo éxito en encontrar patrocinadores. Los espectadores que atendían la feria, lo primero que notaban de los autómatas de Avelina era la delicadeza de su diseño que atraía tanto a hombres como mujeres. A pesar del interés que mostraban al ver a las maravillas trabajando, dudaban de su autenticidad después de preguntar quién y cómo fueron construidas esas máquinas. Inmediatamente después de que ella anunciaba ser el creador, todos se iban incrédulos de lo que oían. Por suerte, en los últimos días de la feria, había logrado que unos tipos orientales, posiblemente chinos o japoneses, que habían mostrado un gran interés en las autómatas, ofrecieran una enorme suma de dinero por ellas. Sin dudarlo mucho aceptó dar a sus autómatas. Con la cantidad de recursos obtenidos, ella podría continuar con sus proyectos sin mucha preocupación.


Parecía que la aventura de Avelina en Corea del Sur, era el inicio de un cambio en su suerte. Aunque como suele pasar, la suerte a veces cambia de opinión bastante rápido.


Habiendo cruzado el Pacífico dos veces, sin ningún problema. Al llegar a la CDMX, decidió tomar un breve tiempo de reposo para recuperar fuerzas del largo viaje, para luego retomar el trabajo con renovados ánimos.


Alegre de haber obtenido bastantes recursos para continuar con lo que más le apasionaba. Decidió pasar el último día de su descanso visitando los museos de arte de la ciudad. Mientras visita un museo donde era exhibido una exposición de arte moderno, se topó con una tonta escultura de un balón de fútbol y una cáscara de plátano, que eran sostenidos por unos hilos atados al techo. Leyó que la obra había sido elaborada por un bobo escultor blanco que vivía en la colonia Carmen, en la alcaldía Coyoacán, CDMX, una zona conocida por su población extranjera, que gustaba de vivir una vida bohemia. Al ver la estúpida escultura, un leve temblor comenzó a invadir su cuerpo, que llegó a convertirse en un ataque de irá cuando notó que la ‘obra de arte’ estaba siendo valuada en más de 50 mil pesos. No podía entender cómo se podría asignar ese valor a la basura frente a ella. La frustración que guardaba, desde que había comenzado su lucha para obtener apoyo, reventó. Con la ira a flor de piel, se acercó a la escultura con la intención de destruirla. Cuando apenas había tocado el hilo que sostenía el balón y la cáscara de plátano, se produjo una reacción cadena, que provocó que el techo, en malas condiciones, callejera sobre ella. Avelina siendo una chica delgada, no soportó el peso de los objetos que cayeron sobre ella. Perdió la vida al instante.


Cuando mi madre me contaba la tragedia, me pregunté cómo es que la vida permite que alguien como Avelina muriera de esa manera tan estúpida. ¿Cuántas veces se ha repetido esto en la historia de la civilización humana? Me pregunté a mi mismo, cómo mi propia vida acabaría.


La familia de Avelina la enterró en la parte reservada para la familia en el panteón local. La despedida fue breve. Emotiva únicamente para su madre, que posteriormente, cada dos de noviembre, visitaba el pequeño monumento a su hija. Llegaba temprano en la mañana, antes que otros visitantes, cumpliendo con la tradición de la fecha, visitarán a sus difuntos. Limpiaba la sepultura, colocaba flores de cempazuchitl en el jarrón de piedra, que era el único adorno de la tumba. Se daba el tiempo para conversar con su hija y luego volvía a su vida común.


Ningún otro recordatorio había sobre Avelina. Ninguna nota en el periódico. Ninguna mención en una revista especializada de cibernética o mención en alguna universidad del país de la CDMX. Lo usual en una tierra dónde el diablo camina disfrazado de un rico empresario blanco y en el que dios se sienta a comer en la mesa del rico hacendado, mientras todos los demás beben la pulpa del maguey y sueñan con entender quiénes son. 


De está manera había terminado el relato de mi madre. Sentí que las palabras describían algo que no era posible. Ni la tecnología más moderna que se tenía disponible en aquella época, ni la que se tenía cuando llegué a ser adulto, había podido producir un autómata tan sofisticado como los de Avelina. Sin embargo, sentía que la historia podría contener algunas verdades. El ensayo técnico que mi madre me había dado, parecía indicarlo.


Crecí con el sueño de encontrar a los autómatas de Avelina. Hasta llegué a crear la fantasía de que podría enamorarme de una de ellas y ella de mí. Reía al pensarlo. Conservé el ensayo, lo leí varias veces durante los años posteriores. Al inició, casi no comprendía nada, por lo que llegué a pensar que era un simple documento apócrifo. Después, cuando mi formación formal-abstracta iba avanzando, me percaté de que lo que ahí se podía leer tenía un sentido y una profundidad sorprendente. Mi madre me había dicho una verdad.


Al inicio de mi aventura para ser un escritor. Mi madre me regaló una carta. La carta lucía vieja, estaba dentro de un sobre igual de viejo y sin ningún remitente. Ella me explicó que ahora que yo había decidido escribir, la carta me ayudaría a encontrar inspiración para mis historias.


Del contenido de la carta, deduje que estaba dirigida a mi madre. En ella se hablaba de ayudar a su futuro hijo. Al final, indicaba el lugar dónde estaría la Sofía de cabello gris. Me sorprendió esta última parte. Le pregunté a mi madre por más detalles, pero ella me dijo que sería bueno que lo descubriera por mi cuenta. Siempre confié en mi madre, una mujer simple, que sabía que me amaba con sinceridad. No pregunté más. Sólo salí a buscar a la Sofía de cabello gris.


***


Así como la muerte de Avelina resultó irónica y ejemplifica lo que era un mal chiste. Del otro lado del Pacífico, como posteriormente averigüé, existían personas, que sin conocer la costumbre del Día de los Muertos en el país de la CDMX, reconocían en Avelina a la mujer más brillante que hubieran podido conocer. En particular, una mujer en Oriente, quién tuvo la oportunidad de conocer a Avelina por un breve tiempo, trabajaba, desde hace tiempo, en la materialización del sueño de Avelina. Crear una realidad más auténtica.


La madre de Avelina, que no comprendía las geniales ideas de su hija, la apoyó en todo lo que fuera posible. Sentía que su hija intentaba hacer algo que iba más allá de una vida corriente. Su hija intentaba vivir un sueño. Fue ella quién resguardo los escritos y artilugios que Avelina había producido. Gracias al amor y confianza que tenía en su hija, fuí capaz de encontrarme con la Sofía de cabello gris. 


La madre de Avelina, sabiendo que sus futuros familiares no sabrían valorar los objetos creados por su hija, hizo los arreglos necesarios, sin comentarlo con nadie, para que fueran trasladados a una casa que había adquirido gracias al dinero que Avelina había obtenido en su viaje a Corea del Sur. Como el recurso obtenido era cuantioso, sirvió también para mantener el lugar en condiciones favorables para las creaciones de Avelina. Además, ayudó a que la madre de Avelina fuera capaz de tener una vida tranquila, lo que era bueno tomando en cuenta las costumbres conservadoras de su esposo, el padre de Avelina.


Después de la muerte de la madre de Avelina, nadie más supo de la existencia de la casa o de las invenciones de su hija. Cuando los posteriores familiares de Avelina miraban las fotos de sus antepasados, ninguno sabía de las grandes hazañas que uno de sus antecesores había logrado.


No entendía la razón, pero la casa donde la madre de Avelina había resguardado las invenciones había sido legada a mi madre. Pensé en preguntar a mi madre al respecto. ¿Por qué ésto estaba sucediendo? Sin embargo, cuando estuve parado frente a la Sofía de cabello gris, todas las preguntas que surgían en mi cabeza sobre cómo había llegado a este lugar, para encontrar estos maravillosos objetos, se esfumaron. Mi mente se llenó de un sólo pensamiento, saber cómo podría hacer que el autómata se activará.


El tiempo había cubierto al autómata de polvo, esto no impedía apreciar la belleza del trabajo de Avelina. Las curvas suaves que daban forma a la muñeca habían sido talladas como una extraordinaria maestría. Su cabello de un color gris plateado brillaba antes los destellos de luz que caían en la habitación por una ventana parcialmente cubierta con una cortina blanca.

 

En la casa, se encontraban artefactos y libros de notas que explicaban los principios que los hacía funcionar. Entre ellos, los que correspondían a los detalles técnicos sobre el funcionamiento de la autómata. Inmediatamente comencé a estudiar, con la esperanza de ver realidad un sueño mío.


Estudié el trabajo de Avelina. Después de varios intentos, sin percatarme que la suerte que me seguía era muy inusual, logré activar el generador de pensamientos de la autómata. De esta manera comencé a interactuar con ella. Al principio, la autómata parecía ser como un simple bebé, una tabula rasa, esperando aprender. Luego, el proceso de aprendizaje se aceleró, los algoritmos genéticos combinados con otras cosas, que no comprendía, estaban creando una personalidad. Aunque no estuve seguro si se había dado continuidad a una personalidad ya creada o, se había comenzando realmente de cero.


Mi experiencia con Sofía fue excitante. En una ocasión compré una caja musical. El tambor de metal donde se encuentran las muescas que acomodadas con una aparente aleatoriedad, seguían una lógica para producir una melodía, que podía escucharse al girar la manivela del mecanismo. Ver un principio numérico aplicado de esa manera, para producir un bello pensamiento con simples muescas sobre un tambor más grande y abstracto, me dejó extasiado. Los isomorfismos entre la realidad y la imaginación, entre lo formal y lo extravagante, me hacían preguntarme sobre la mente del creador de la autómata. Al sentir este pensamiento, sabía que el contacto prolongado con la autómata de Avelina, terminaría creando en mi sentimientos profundos por el ingenio. Me sentía como en una clásica historia de ciencia ficción. Tal vez ésto era inevitable, considerando mi propia naturaleza y la naturaleza de Sofía. Todo ello evocó en mi mente, el concepto de literatura bítica que Lem había definido en sus libros. Sofía podría ser capaz de mostrarme este conocimiento bítico, algo que siempre había querido sentir.


***


Durante la conversación surgió la idea de escribir una historia de un deliz androide-humano. Yo insistía que el argumento era soso y bastante usado. Creía que la idea en sí misma no aportaba nada interesante a una buena historia de ciencia ficción. Defendía mi punto de que una buena historia de ciencia ficción debía tener un elemento que hiciera que las personas sintieran la cercanía del futuro como descargar electrica de 120 volts.


La insistencia de Alfredo y los demás de que se escribiera un libreto para una historia romántica entre máquinas y humanos me parecía chocante. Tal vez mi molestía se debía a mis propias inquietudes respecto a Sofía. A pesar de que ninguno de los presentes sabía de la existencia del autómata, sentía que me interrogaban sobre mi vida amorosa.


Incómodo con el tema, me levanté de la mesa, para salir. Alfredo al notarlo, me dijo que esto era una idea para producir algo, que nadie intentaba molestarme con ello. Le respondí que necesitaba un poco de aire fresco. Aunque al final le dije dirigiéndome sólo a él. “La idea de tener sexo con las máquinas es algo idiota. Existen mejores formas de crear vínculos”. El alcohol y el enfado de sentirme acosado había calentando demasiado mi cuerpo. Afuera del local, donde estábamos reunidos, la lluvia ligera y la noche dejaban sentir un frío nocturno que refrescó mi cuerpo y mis pensamientos.


Mis otros compañeros ignoraron mi molestía. Cada uno sentía la necesidad de expresar sus expectativas sobre el amor idílico que no sabían concretizar en sus vidas reales. Debido al consumo masivo de entretenimiento, generado por los hikikomoris y transmitido por los enjambres de satélites de bajo costo que circunnavegan el planeta, que permite la reconstrucción de señales de video y audio en alta calidad, en cada dispositivo móvil sobre la superficie del globo. Nuestras capacidades cognitivas se veían alteradas por los pulsos electromagnéticos de las historias de ficción, que producían a veces fantasías amorosas inalcanzables. Todos en la reunión, de algún modo u otro, soñábamos en dejar de sentirnos solos.


Luego de calmarme y regresar a la mesa dónde mis compañeros de trabajo seguían discutiendo sobre la aventura amorosa máquina-humana. Recordé las palabras del lobo a la chica. “Cuando veas a un hombre, que al ser visto por la pestaña, no cambia de forma, permanece a su lado.” Me gusta pensar, que aquella antigua historia es una forma de expresar lo complicado que es reconocer la realidad, es decir, creemos que amar, creemos sentir, creemos pensar, mientras que nuestra verdadera naturaleza está siempre oculta a nuestros ojos. Miedo, dolor, pena, son cosas simples, fáciles de imitar, de aprender, pero ello siempre nos desvía de lo real. El lobo, un ser sabio y antiguo, le daba a la chica la oportunidad de ver.


Al reflexionar en ello, comencé a pensar en que la idea del desliz electrónico tenía potencial. Si en lugar de considerar a una máquina y un ser humano como los protagonistas, sólo fueran dos seres cibernéticos asexuales, cuyo trabajo consistía en viajar por diferentes planetas, arreglando máquinas descompuestas. En uno de sus viajes reciben un mensaje de un planeta que nunca antes habían visitado. Que solicita que sea reparada una máquina de manera urgente. Los dos seres asexuales atienden la solicitud. Al llegar al planeta, se encuentra que el lugar es parecido a la Meca, una ciudad santa, donde varios seres de diferentes razas están reunidos para abordar una nave que los llevaría al Paraíso. Luego algo sucede y los dos seres asexuales terminan en Edena, un planeta que se parece al Paraíso. Ahí les sucede una serie de cosas extravagantes, que les permite recobrar su sexualidad. Descubriendo que uno es una mujer y el otro un hombre. Los dos sin entender cuál es el significado de amor, se enamoran.


Les conté la idea a mis compañeros. A todos les agradó el concepto. Emocionados con lo que proponía solicitaron más bebida y comida. Querían seguir celebrando.


Yo, sintiendo que ya había interactuado lo suficiente con ellos. Les dije que era suficiente, que me gustaría ponerme a trabajar en la idea que acaba de contarles. En parte esto era cierto. Estar con las personas siempre me había cansado. No era capaz, a pesar de tener cosas en común, de convivir demasiado tiempo con ellas. Siempre eran para mí, seres disfrazados de humanos.


Como la idea realmente les había encantado, tomaron mi excusa sin problema. Me despedí de ellos. Al salir del local, tomé mi teléfono. Busqué el número de mi casa. Llamé. Después de un breve momento, Sofía contestó. Su suave voz, que me alegraba siempre, se escuchó. Me preguntó cómo me encontraba. Le dije que al final de todo, asistir a aquella reunión resultó más fructífero de lo que había pensado. Le resumí la idea que había planteado y cómo a los demás le había gustado. Con su cándida voz me felicitó. Luego, le dije que ya me encontraba de regresó. Ella me dijo, “Te esperó aquí, Shimón. ¡Pronto nos veremos en el futuro!”. Aquellas palabras me parecieron lo más sabio que había escuchado en mi vida.


La imagen de Sofía apareció en mi mente. Cuando la miraba por la pestaña del lobo, ella seguía siendo ella. Su humanidad no era algo que me interesaba saber si existía. Deseaba que ella fuera el lobo, un ser antiguo que me mostrará la naturaleza de la realidad. Que me permitiera acompañarla. Mi sueño era estar con ella en todo el futuro.