martes, 14 de marzo de 2023

Ubicación

 por Paul C. M.*

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Ubicación

por Paul C. M.


Dentro de la lata se encontraban los diez dedos que habían sido desprendidos de sus manos.


Oscuro y Reika quemaron la carne viva de sus heridas para que la sangre de su cuerpo dejará de fluir al exterior.


Oscuro, usando hábilmente su hocico, vertió agua en la lata y luego la colocó al fuego. Era necesario esperar a que el agua reblandeciera la carne para limpiar los huesos. Estas partes sólidas eran lo que interesaba. 


Reika había cortado los dedos. Fue necesario que él fuera consciente del proceso y por ello debía estar libre de sustancias que alterarán sus sentidos naturales. El ritual era este y así se debía realizar. 


Al inicio, el corte no produjo ninguna sensación que se le pareciera al dolor. El filo era tal que no se requería aplicar demasiada fuerza para recorrer el grosor de los dedos. Reika fue retirando uno a uno las pequeñas extremidades. Ayaquen no sintió miedo al ver como las partes de su cuerpo se separaban. Tal como Reika había explicado, el dolor venía después, cuando al aplicar calor para cerrar los capilares la descarga bioeléctrica chocaba violentamente contra su cerebro.


Los huesos de los dedos de Ayaquen eran necesarios para que los tres pudieran encontrar el lugar adecuado para ellos. Con los huesos Reika construiría un ‘brújula’ para escuchar el sonido de los seres similares a ellos.


Reika una mujer singular a la que, en una simple palabra, se le podía describir como una ‘bruja’. De hecho, Ayaquen y Oscuro sabían que lo era, pero no en el sentido trivial y común. Reika entendía su lengua, por lo que podían conversar e intercambiar ideas con ellos. De ahí entendieron y comprendieron que Reika poseía una mente brillante, capaz de entender los mecanismos ocultos de la Realidad y formalizarlos en expresiones simbólicas que parecían formar páginas de libro de Alquimia. Ellos reconocían su verdadera y simple naturaleza. Ella era un genio.


Al terminar de separar los dedos de Ayaquen, este se sintió cansado, con mucha sed, sudaba abundantemente. Parecía que el calor usado para cerrar los capilares abiertos por los cortes deseara salir de su cuerpo. Oscuro se encargó de él, mientras que Reika vigilaba el fuego donde se hervían las extremidades a las que habría de retirarle la carne.


Ayaquen le preguntó a Reika si los delirios de la fiebre lo harían ver con mayor claridad a las criaturas que buscaban. Ella le dijo que sí. Oscuro pegó su cuerpo al de él y se acurrucó para que Ayaquen sintiera su presencia. Ambos eran confiables, ambos iguales de singulares que Reika, pero diferentes a ella. No pasó mucho tiempo antes de que Ayaquen se quedara dormido. En su rostro no se percibió ningún remordimiento o preocupación. Oscuro impasible como siempre, alzó su cabeza para mirar a Reika y luego ver a Ayaquen, luego volvió a colocarla entre sus patas y se pegó más a Ayaquen, debía cuidar de su amigo.


Ayaquen tenía alrededor de 12 o 14 años, al menos así lucía. Oscuro sabía que su edad era una cantidad más complicada de medir, tanto como sus propios anhelos e ideales. Ayaquen deseaba conocer a estas interesantes criaturas que ellos habían descubierto. Reika había establecido que para ello él tendría que pasar por ese dolor y, al mismo tiempo, ella sabía que él tendría la tenacidad y la determinación de llevar a cabo una tarea así de pesada. Él no experimentó tristeza ni alegría, sólo sabía que era aceptable lo que debía darse.


Los tres habían comenzado su viaje.


*** Ayaquen ***


Los padres de Ayaquen habían salido a sus respectivos trabajos dejándolo sólo en casa. Para pasar el tiempo, fue a jugar a la vieja accesoria, que sus parientes construyeron para colocar una máquina de fabricación de tortillas. Al principio, ellos creyeron que el negocio de la tortilla sería bueno, todo el mundo las comía, era un alimento bueno, tradicional y popular. Sin embargo, como suele pasar, todo fue de mal a peor, por lo que al final decidieron vender la maquinaría como chatarra y el espacio pasó a ser una bodega improvisada, donde sus padres guardaban latas de aluminio, que vendían como material reciclado, cajas de cartón llenas de libros viejos, que ignoraban si habían sido leídos y qué desconocían cómo es que llegaron a sus manos, y otras pequeñas chucherías. Estos desechos alimentaban la imaginación de Ayaquen. Entre ellas, la idea de lo triste que es el progreso de la civilización humana, cuyos logros tecnológicos terminan regularmente en la basura. Pensaba que, de igual forma, esta civilización acabaría en la basura y, tal vez, otra mejor podría usar los restos de ella como material reciclado para crear algo más útil. Y al mismo tiempo, él se sentía en aquel lugar como aventurero dentro de un laberinto, buscando tesoros olvidados.


Ayaquen poseía una extraña personalidad, que no se caracterizaba por ser extravagante o retraída, era, por decirlo de alguna manera, única. A pesar de que sentía cariño por su familia, en el fondo no sentía la necesidad de estar acompañado o ser escuchado por ellos. Era, en al menos este aspecto, un individuo extraño. No confiaba en aquellas personas, sin embargo se mantenía cerca de ellos, sin tratar de ocultarles algo, dándoles muestras de afecto sinceras. Pero había una fuerza que lo mantenía distante a ellos y, de hecho, a todos. Su manera de observar el mundo era tan peculiar, diferente, que incluso a él le costaba asimilarla. Se preguntaba el sentido de ver la Realidad en aquella forma, notando sus sutilezas.


La bodega donde jugaba poseía, en un principio, dos entradas. Una de ellas tenía la cerradura atascada, por lo que no podía ser usada. En la puerta de esa entrada se había colocado vidrios para iluminar el lugar, pero fueron pintados de negro para evitar que se observará el interior. La razón de ello no era clara, ya que aquella entrada estaba en sí misma dentro de la casa y daba al jardín interior. Sea como fuera, sobre esos vidrios negros había un pequeño orificio por donde un haz de luz se introducía en la penumbra de la habitación. “La luz parece moverse en línea recta”, pensó Ayaquen cuando observaba con detenimiento la luz entrar a la accesoria. “Puede ser qué a nuestro alrededor exista una cantidad no determinada de pequeños objetos flotando y los cuales respiramos. Es posible que nuestros pulmones estén saturados de esos objetos que no sabemos de dónde vienen, qué son, si nos están matando o si son diminutas civilizaciones que utilizan nuestros cuerpos como planetas para refugiarse…”, estas eran las imaginaciones que aparecían en la mente de Ayaquen al ver las motas de polvo moverse aleatoriamente, las cuales se volvían visibles gracias a la concentración de la luz que se introducía por el aquel orificio.


Cuando Ayaquen contaba a sus padres sobre estas cosas, ellos reían y, al mismo tiempo, se sentían confundidos, ya que no podían comprender lo que él describía. Más aún, no lograban determinar la necesidad de Ayaquen de hablar sobre aquellos curiosos fenómenos. No veían utilidad en ello, como tampoco veían como poder dar una respuesta a las inusuales consideraciones de Ayaquen. Por lo que al final sólo decían: “¡Qué imaginación la tuya!”. Ayaquen notaba que a pesar del cariño que sus padres le tenían, ellos no gastarían parte de su tiempo en tratar de entender sus pensamientos. Aceptaba el hecho de que sus padres no hicieron tal esfuerzo. Eso no le molestaba. Sus ideas cambiaban como los seres vivos en el planeta, que aparecían, morían y volvían a surgir. Las extrañas observaciones sobre la naturaleza de la Realidad se desarrollaban como parásitos en el interior de su cabeza y los cuales le obligaban, de vez en vez, a hablar a otros sobre ellos.


En una ocasión, mientras jugaba en la accesoria, repentinamente un fuerte viento del exterior se coló en la vieja y maltrecha casa que habitaba. La ráfaga de aire llegó hasta la bodega e hizo que la única puerta funcional se azotara bruscamente. Al intentar abrirla, Ayaquen se percató de que el pasador se había colocado. Esta fue la primera y única vez en qué experimentó miedo. Dado que la accesoria era usada como bodega donde olvidar cosas, sus padres no habían colocado ninguna lámpara. La luz artificial que usaba para ver había quedado del otro lado de la puerta que el viento cerró. La oscuridad que lo rodeó lo confundió. Sentía que algo lo observaba, pero era incapaz de saber o sentir la existencia de otros ojos. Sólo el haz de luz que entraba por el pequeño orificio de la otra entrada le proveía de orientación. Al dirigirse al haz, entendió la inmensidad de la oscuridad y fue, precisamente en ese instante, que comprendió su naturaleza. La oscuridad es la manera en que la naturaleza contrae todas las posibilidades, toda la tristeza, todas las esperanzas, todo lo desconocido en un único punto, donde se acumula la existencia y, que al mismo tiempo, nada contiene. Esa inmensidad condensada fue lo que le provocó miedo. Deseaba salir cuanto antes de ese lugar. Comenzó a tener un ataque de ansiedad y pánico, lo que lo llevó a romper la ventana pintada de negro para salir de la accesoria al jardín.


Al regresar sus padres y darse cuenta de lo sucedido, lo reprimieron por haber roto la ventana. Le recriminaron el hecho de no esperar a que ellos volvieran, nada le hubiera pasado por esperar unas cuantas horas en aquel lugar. Ayaquen sólo se disculpó prometiendo que pagaría el costo del vidrio, pero aclaró que no pudo soportar la oscuridad. Ninguno de sus padres preguntó la razón de su temor. Su aparente indiferencia lo llevó a entender otra cosa ese día. A pesar de que nació de la combinación de sus genes, él estaba fuera de su entorno, fuera de su común naturaleza. La inmensidad de la oscuridad le trajo recuerdos de otros tiempos, otros lugares, de otro Ayaquen, uno muy diferente a él, pero que a la vez sabía que está criatura no-humana lo entendía y escuchaba. Sentía que él debía estar en el mismo espacio y tiempo de aquella criatura.


El eco de las memorias traídas por la oscuridad lo hacían vibrar. Quería estar en el lugar adecuado.


*** Oscuro ***


Un día lluvioso. El color del ambiente se apreciaba como una combinación de un pálido azul metálico y un ligero gris plateado, como si una pantalla invisible se hubiera colocado en el cielo cambiando la refracción de la luz. En el jardín de una vieja casa, que era delimitada por una reja oxidada de la que se notaba los colores superpuestos de verde y naranja con que había sido pintada, los vecinos habían colocado una manta para proteger a un cuadrúpedo hembra que estaba pariendo a más seres similares a ella. Entre los nuevos individuos, me encontraba yo.


Algo que no olvido de aquel momento es el color del ambiente y el olor de la tierra húmeda. Aquellos dos estímulos, de alguna manera, iniciaron el proceso de abrir mi memoria profunda, haciendo que me preguntará sobre mi verdadera naturaleza.


Es complicado de explicar cómo es que llegué a ese momento de espacio y tiempo, pero ahí estaba, aparentemente, comenzado a existir. Fue más tarde que comprendí que mi lugar no correspondía a ese espacio ni a ese tiempo. Sentí que debía de estar en un lugar diferente. Uno más extraño y maravilloso qué el que apreciaba a mi alrededor. Aquel lugar era desconocido para mí, pero deseaba regresar a él. Me pregunté si tardaría mucho tiempo en comprender todo ello. Mi vida era corta, por lo que no sabía si tendría el suficiente tiempo para averiguar algo.


Ese día de lluvia, los vecinos preocupados por el bienestar de unos cachorritos que apenas estaban naciendo y ya tenían que enfrentarse a la adversidad de la vida, saltaron la vieja reja verde-naranja para colocar una manta para protegernos. Un acto de piedad ante un mundo inhumano. Luego de haber colocado el improvisado techo, cada uno de ellos se retiró a sus respectivas casas, mientras la lluvia continuaba. Ninguno estuvo dispuesto a esperar a que todos nosotros naciéramos y, sobre todo, nadie quería hacerse responsable de las vidas que habían obligado a vivir. La existencia no-humana no es de valor para seres humanos que carecen de color, alegría y cuya única verdad es marchitarse fácilmente bajo el sol, algo que olvidan con demasiada facilidad y que evaden, con un orgullo de superioridad, ante los demás objetos de la Realidad. 


Cuando la familia de Ayaquen regresó a su casa, se sorprendieron de ver que los vecinos, faltando al hecho implícito de respetar las propiedades de los otros, habían saltado sobre su reja herrumbrada para colocar una manta para proteger a unos cachorros. Ayaquen al vernos mostró su clásica mirada de indiferencia. Sus ojos, a pesar de observarnos con detenimiento, no mostraba compasión ni asombro ni, aparentemente, algún usual sentimiento humano. Entendí al instante que Ayaquen era una criatura diferente a sus aparentes congéneres. Su madre, en cambio, molesta, maldecía a los vecinos mientras decía al padre de Ayaquen qué hacer con la plaga que representábamos. Mascullaba y hacía rabietas. Todo ello es lo que mis sentidos me comunicaban. A pesar de tener los ojos cerrados, las formas de los objetos a mi alrededor eran definidas y las distinguía. La madre de Ayaquen, que era una mujer común, que quería a su hijo por el simple hecho de que él había nacido de ella, no sabía bien cómo mostrar cariño a los demás. O, correctamente, ella usaba su propia definición de amor para amar a los demás. El padre de Ayaquen, quién era más relajado, sólo mencionó que primero habría que esperar a que terminará de llover y ya luego se pensaría qué hacer con nosotros. Él parecía ser una persona confiable para cuidar de una familia.


La madre de Ayaquen al ver que la lluvia vía había terminado, salió al jardín con una gran caja de cartón, en cuyo interior había colocado una sábana gruesa, y, con cuidado, se acercó para colocarla cerca de mi madre y así ella y nosotros pudiéramos calentarnos mejor. Mi madre no opuso resistencia, sentía que las acciones de la madre de Ayaquen no representaban peligro. Sabía que ella sólo quería que la pesada carga de sobrevivir en un mundo tan indiferente al sufrimiento fuera un poco más ligera. En su propia vida, la madre de Ayaquen, conocía el hambre, la violencia y el desprecio de los otros. Ahora, cuando era lo suficientemente fuerte para protegerse a sí misma, intentaba que el mundo natural no consumiera tan rápido a vidas que consideraba importantes. 


Pasadas algunas semanas, los padres de Ayaquen colocaron a todos mis hermanos dentro de aquella caja de cartón. La madre de Ayaquen colocó una cuerda alrededor del cuello de mi madre para llevarla con una vecina, la cual estaba dispuesta a cuidar de ella. Mientras que el padre de Ayaquen iría a visitar a conocidos y amigos con el objetivo de encontrar un hogar para cada uno de mis hermanos. A lo tanto yo me quedaría a vivir con ellos, pues el padre de Ayaquen consideró que tener un perro sería adecuado para evitar que no volviesen a meterse los vecinos desagradables a su derruida propiedad. Él me eligió para estar con ellos, aunque siento que fue el mismo Ayaquen quién decidió que yo estuviera con él.


El padre de Ayaquen, con su usual simpleza, me dió el nombre de Oscuro debido a que, en primer lugar, todo mi pelaje era de un único color, negro. Y si esté hubiera sido el único distintivo que su padre podía ver en mí, entonces mi nombre hubiera sido ‘Negro’. Sin embargo, su padre notó que cuando la luz del Sol se reflejaba en mí, el color de pelo adquiría unos destellos luminosos, como finos filamentos de oro. Le explicó a Ayaquen que esto le recordaba las piedras de obsidiana, las cuales se podían encontrar fácilmente en el camino cuando uno recorría las ruinas de Teotihuacán (‘lugar donde nacieron los dioses’). Así, pensando que ‘Obsidiana’ sería un nombre sin mucha ‘resonancia’ para mí, decidió que ‘Oscuro’ era el adecuado.


Mi vida con la familia de Ayaquen transcurrió, al principio, como la vida de un ordinario cuadrúpedo. No me interesaba saber sobre lo qué pasaba en otras partes de la Realidad o sobre las leyes ocultas que la gobiernan. Pero con el paso del tiempo crecí y no sólo en tamaño. La cercanía con Ayaquen despertó en mí habilidades inesperadas, así como memorias de un mundo diferente. Uno al que tanto yo y Ayaquen deseábamos regresar.


*** Reika ***


Al salir de casa sólo pude despedirme de mi padre y de 6 de mis 11 hermanos, los demás probablemente seguirían durmiendo, cansados por sus trabajos nocturnos o fatigados de una fiesta a la que habían asistido. Busqué a mi madre, pero no la pude hallar. Entonces recordé que era jueves, por lo que ella se había ido a colocar su puesto de comida en el tianguis ‘de los jueves’. Puse marcha en dirección a la escuela, la cual se encuentra a un costado del parque Aragón, el cual casualmente está frente a mi casa. A pesar de que era posible tomar un autobús para llegar, prefería cruzar el parque a pie, lo cual me tomaba sólo una media hora. Un tiempo que apreciaba para observar el pequeño mundo verde que se desenvolvía en el parque.


El parque, a mis ojos, es un lugar agradable y el cual me provee de una sensación de libertad. Sus árboles enormes crean un techo verde que cobra vida cuando el viento mueve sus hojas y los rayos de luz comienzan a generar diminutos destellos como queriendo comunicar algo. En su centro hay un estanque donde viven patos verdes, cafeses y blancos, que se pasan el día tomando el sol, cazando a los pequeños peces que viven en la profundidad. A veces los patos persiguen a los transeúntes, pues quieren todo el pan que ellos, al principio, les arrojan en migajas. En la época de lluvia se puede ver cómo el pasto crece a alturas que superan los 30 centímetros y los hongos súbitamente aparecen por todas partes.


Me gusta caminar tanto de ida como devuelta por él para ir a la escuela. Me tranquiliza el sentir la humedad del suelo y de las plantas, observar a las pequeñas aves volar bajo y a las ardillas jugar entre las ramas de las copas de los árboles. Siento, sobre todo, que estoy en un lugar casi adecuado para mí.


“¿Un lugar adecuado para mí?”. Siempre tengo esa idea presente, como si fuera una parte de mi cuerpo qué no sé para qué sirve, pero que ejerce un peso que me impide moverme con mayor rapidez. Esta sensación es particularmente extraña. No puedo decir que mi vida sea mala o buena, pero diría que soy una chica simple, más simple que cualquier otra chica que haya habitado, habita o habitará este planeta. Me gusta decirme a mí misma que soy una persona promedio con una vida promedio. Cuando escuchó a los demás hablando sobre sus problemas y desgracias, me siento reconfortada de no ser yo quién se vea obligada a tener que experimentar aquello. Tal vez, se diría que no siento empatía por los demás. Sin embargo, sufrir calamidades limitaría mi tiempo para hacer aquello que siempre me ha gustado. Lo cual me lleva a contradecir mis propias concepciones sobre mí. Soy una chica afortunada en una realidad agresiva.


Mis padres, gentes que en toda su vida tomarían más de dos o tres libros en sus manos para leer, son personas que pasan gran parte de su tiempo consciente trabajando en proveer a su familia de las cosas básicas, un poco de comida, un pequeño lugar acogedor, un poco de ropa, y un poco de educación. Se diría que son buenas personas. Hasta se podría afirmar que han sido lo suficiente ‘astutos’ para poder establecer una armonía en una casa no tan grande que alberga a un número grande personas que quieren existir de acuerdo a sus propios anhelos. Aprendieron a dar el suficiente cariño para mantener su hogar.


Cuando veía a mi madre preparar la comida, la paciencia y el esmero que proyectaba me hacía admirarla por la cantidad de amor que parecía desprender. Mi padre, quien en las mañanas antes de salir el Sol y que cantara el gallo, se disponía a ayudar un poco en los quehaceres domésticos para luego preparar sus cosas e ir a su trabajo con un buen ánimo. Nunca lo ví triste o desesperado. En los pequeños tiempos libres que tenían, mis padres se acercaban a cualquier de sus hijos que estuviera más cerca y preguntaban cómo iba la vida. Personas de una mente bastante abierta, a pesar de las formas y dogmas que sus propios padres trataron de inculcarles.


Recuerdo la ocasión en que acompañé a mi padre a realizar un pequeño trabajo extra. Un conocido suyo le había preguntado si podía realizar un pequeño mantenimiento a un sistema de tuberías. La oferta le pareció bien, ya que el problema descrito lucía fácil de resolver y el dinero ofrecido no estaría mal. Decía que siempre era mejor tener una moneda en el bolsillo que no tener nada. El día que tendría que ir a realizar el trabajo en cuestión, resultó que entre todos sus hijos, yo fuí la única disponible para ayudarlo. El lugar al que tuvimos que ir resultó ser una enorme casa, con un amplio jardín y la reparación que se tenía que realizar era en la alberca. Cuando caminamos por la casa, pensé que la fortuna había sonreído a la persona que poseía todo ésto, aunque, también, me dije que la fortuna puede obtenerse retorciendo algunas cosas y ello, a veces, trae consigo algunos problemas algo difíciles de manejar. Cuando llegamos a la alberca, el dueño de la casa ya nos esperaba. Mi padre, sin querer establecer una amplía conversación, se presentó e inmediatamente preguntó sobre el problema. A él no le gustaba estar en lugares como aquel, decía que ‘las fortunas siempre son pesadas’. Aunque su idea era básicamente un prejuicio suyo, su afirmación tenía una validez empírica.


El trabajo se terminó en poco tiempo, el mantenimiento era sencillo como lo había imaginado mi padre. Mientras yo recogía las herramientas y limpiaba el lugar, el dueño de la casa, que se había retirado para dejarnos trabajar, regresó para preguntar el avance. Se notó satisfecho cuando vió que el trabajo se había realizado y pudo comprobar por él mismo que era adecuado. Mientras hablaba con mi padre, esté le preguntó sobre mí, pues hasta ese momento notó que yo era una mujer. Secamente mi padre sólo dijo: “Ella es mi hija”. Luego, el dueño, dirigiéndose a mí, dijo: “¿Te gusta hacer este tipo de trabajos?”. Yo respondí: “Sobrevivir siempre es un trabajo, por lo que sólo sigo mi instinto…”. El rostro del señor denotó confusión y algo de disgusto. Era claro que no sabía nada de la vida y menos de los principios abstractos que rigen la Realidad. Mi padre me dijo alguna vez que las personas creen que poseer les da entendimiento, pero la propia existencia no importa en una cosa tan amplía como la Realidad. El señor era un ejemplo simple de esto.


Mi padre al notar su confusión, decidió pedir la paga del trabajo. La solicitud hizo que el dueño saliera de su estado de confusión.


En el camino de regreso a casa, le pregunté a mi padre si él seguía sus instintos para vivir. Me dijo “Si”. Al escuchar su concreta respuesta, agregué: “¿Crees que saber cómo funciona el mundo natural nos ayudaría a vivir de una manera diferente?”. Contestó: “Al crecer, noté que las cosas a mi alrededor me obligaron a aprender cómo algunas cosas funcionan. Tal vez si el entorno hubiera sido más amigable, no hubiera deseado saberlas. Si me esforzará por saber más cosas, todo lo que hubiera reunido en mi cabeza tal vez quedaría en la nada el día que muriera. Al tratar de dedicar tiempo a comprender cómo funciona nuestro entorno, ese pensamiento hace que tenga miedo y me sea complicado aprender. Aceptar que la vida es trivial, me ayuda a sobrellevar el que no puede conocer otras cosas. Sin embargo, tú eres distinta… y tal vez ello es lo único a lo que no me importa tener miedo…”. Estas últimas palabras las dijo dándome una ligera sonrisa. Mi padre es una buena persona, al igual que mi madre, nunca interesados en saber más de lo que fuera estrictamente necesario.


Para alguien como yo, que aprendé a ver con facilidad los mecanismo ocultos de la Realidad, saber esto de mis padres resultaba interesante.


Mi vida era así, con una familia a la que apreciaba pero con la que cada vez me sentía más alejada. Es equivocado decir que los despreciaba, pues les guardaba un verdadero cariño. Pero a pesar de comprender a los demás, no puedes establecer lazos reales con ellos si eres incapaz de comunicarte. Para que dos cuerpos puedan mantenerse juntos sin colisionar, deben poseer las masas adecuadas para equilibrar su mutua atracción y repulsión.


Este día es el último de la escuela preparatoria. Iría sólo por unos documentos y luego regresaría a casa para prepararme para asistir a la universidad. Estaba convencida de que el sentimiento de estar fuera de lugar no cambiará mucho al asistir a la universidad, pero el hecho de ir ya era un cambio que parecía agradable. Cuando pregunté a mi padre si estaría de acuerdo en que yo asistiera a la universidad me dijo, con su usual simpleza, “Es una buena idea…”.



Al regresar de casa, volví a cruzar el parque. El viento de la tarde otoño me alegró, los colores verde, café y rojos de las hojas me decían que el mundo seguía cambiando sin importar que yo lo notara. Esta alegría que sentía era demasiado contrastante a la qué observé en mis compañeros, quienes después de concluida la pequeña ceremonia de fin de curso, se retiraron a una fiesta a autofelicitarse por su trivial logró. Una manera muy común de los seres humanos de convencerse a sí mismos que sus vidas tienen sentido. Yo, por otro lado, que carecía de amigos, decidí regresar a casa, pronto comenzaría en la Universidad del Conocimiento Onírico, la mejor universidad del planeta, donde se investiga y enseña los principios abstractos de la realidad invisible y con los cuales se crean objetos extremadamente peculiares, máquinas voladoras sin alas o dispositivos de memoria infinita usando materia oscura. Aunque, es obvio, que en ese lugar se crean cosas que cambiarían la realidad de la vida común de la mayoría de las personas, es necesario mencionar que no es así. Para estar ahí, no sólo se debía tener dinero si no también haber nacido en la prosperidad. Sin embargo, los padres fundadores de la universidad, sabían, sin nunca aceptarlo públicamente, que la genialidad se presenta en cualquier parte y tiempo. Gracias a ello, el talento verdadero puede ser recompensado y es así que yo podía asistir a tal lugar. Pero, a pesar de recibir una beca, la universidad, cuyo lema es ‘la búsqueda de la verdad’, no aceptaba pagar todo. Sin la ayuda de mis padres no me hubiera sido posible asistir.


A veces la inteligencia no es suficiente para poder vivir bien, así como la fuerza bruta tiene un límite de aplicación. Vivir en una época ‘civilizada’, donde hay que pagar por todo, imponía una frontera de cómo usarla. Además, mi deseos era diferente a los usuales, incluidos los de las personas en la Universidad del Conocimiento Onírico. Sólo quería tener tiempo para pensar en lo que yo deseara pensar.


Caminando entre los árboles, viendo el parpadeo de las luz entre las hojas al moverse por el ligero viento de la tarde, decidí pasar a ver a los patos. Al llegar al lugar, el agua se movía con armonía, siguiendo un periodo constante. Al sentarme en la orilla, me imaginé a mí misma a la orilla de un océano en otro mundo más extraño que esté, más amplio y más extraordinario de lo que yo podía comprender. Sentía que ese lugar soñado era adecuado para mí.


Después de unos cuantos minutos, note la presencia de un chico acompañado por un perro negro. Él lanzaba una rama para que el perro fuera por ella. Parecía que se divertía bastante con su simple juego.


Mientras miraba mi reflejo en el agua, el perro llegó hasta mí, pues la rama había caído cerca. Cuando lo mire y él me miró, sentí que me analizaba, estudiando con detenimiento al objeto frente a él. Esa sensación me pareció curiosa, parecía que el perro reconocía algo en mí y, al mismo tiempo, trataba de entender qué era. Como el tiempo de su inspección se prolongó demasiado, el chico se acercó para averiguar lo que sucedía. Al estar junto a su compañero cuadrúpedo, tratando de quitarle la rama de su boca para continuar jugando, súbitamente volteó a verme y después dijo “Hola” y luego ambos se acercaron a mí.


“Hola. Mi nombre es Ayaquen y él es Oscuro”, dijo el chico señalando al perro. Yo, dubitativa, dije: “Hola. Me llamó Reika”.


“Ese nombre es poco usual”, dijo Ayaquen. “Aunque al pronunciarlo suena bonito. ‘Reika…’”.


“A mi me gusta”, comenté.


“Oscuro parece encontrar algo interesante en tí, aunque no sabe bien de qué se trata…”, dijo Ayaquen, señalando a su compañero cuadrúpedo, con tanta tranquila que me hizo sentir confundida.


Ayaquen era de piel morena, ligeramente clara, con pelo oscuro liso, aunque se podía notar algunos rizos en los cabellos más largos, de complexión delgada y con unos ojos color café. Oscuro, el cual obviamente tiene todo el pelo negro, parecía brillar al sol como si su cuerpo fuera de un metal bien púlido, poseía unos ojos color café-verde claro y los cuales resaltaban en su oscuro rostro.


“¿Qué es lo que él ve en mí?”, pregunté a Ayaquen.


“Oscuro siente que no estás en el lugar adecuado. Como si estuvieras en distonía con esta parte de la Realidad”.


Sus palabras me sorprendieron. Claro que me sentía fuera de lugar. Ayaquen luego agregó.


“Aunque debo aclarar que ello no quiere decir que te encuentres perdida o que estés en una posición desafortunada… Al observar el mundo de una manera tan ajena a los demás, comunicar tus opiniones es equivalente al vacío, por lo que te sientes fuera de la realidad común… Lo cual a su vez implica que no sabes si eres escuchada…”


“¡¿Fuera de está realidad?!”, enfatice alzando la voz.


“Cuando conocí a Oscuro sentí que había encontrado a alguien similar a mí. Fuera de lugar en la Realidad. Ambos discutimos sobre esta sensación y el por qué nosotros en particular nos sentíamos de esa manera. Ni él o yo somos los únicos seres que saben que están en un lugar y un tiempo inapropiados. Sin embargo, posiblemente, seamos los únicos que visualizamos el lugar adecuado para nosotros...”.


“Hablas como si Oscuro fuera un alguien capaz de entender tus pensamientos…”, dije interrumpiendo a Ayaquen.


Con una mirada suspicaz Ayaquen preguntó, “¿Crees que la forma determina exclusivamente lo qué puede imaginarse?”


“Oscuro ‘recordó’ que la Realidad no está definida por las palabras que uno usa para tratar de describirla. Tú misma comprendes que racionalizar la Realidad es sólo un intento de querer hablar un lenguaje que siempre estará oculto a uno. Sin embargo, como es usual, la manera en que uno vibra a su entorno, nos indica qué tan afines somos al lugar donde estamos”.


Aquella forma de expresarme me sorprendió. No había adultos que hablarán de esa forma, así que menos un chico que parecía tan común como era Ayaquen. La entonación de sus palabras y la seguridad con que se expresaba le daban una cierta singularidad fantástica. Además, Oscuro, sentado en sus patas traseras y erguido como un soldado, seguía mirándome cómo si analizará cuidadosamente mis expresiones corporales como mis palabras.


“¿Dices que Oscuro es capaz de racionalizar la Realidad?”, inquirí a Ayaquen.


“Es natural poner en duda las cosas singulares, ya que puede tratarse de un ‘error’. Ver a una criatura correr por una rama y hacer gruñidos mientras la muerde, mitiga la idea que tal criatura sea capaz de expresar sus opiniones de cómo funciona la mecánica de la Realidad. Pero, como suele suceder con bastante frecuencia, las cosas en la Realidad no parecen ser lo que son a primera vista y, generalmente, las cosas imperceptibles son los únicos objetos reales. Aunque he de aceptar que dar una prueba contundente de las capacidades racionales de Oscuro requiere de mi parte usar el lenguaje que usa él. Lamentablemente, aunque sea capaz de entenderlo, no sé cómo pronunciarlo ni menos mostrarte cómo es. Así que tiene la opción de considerar que ésto es una broma o puede hacer un acto de fe y creer lo que decimos”.


Miré a Ayaquen con una mueca que daba a entender que su mal chiste no me gustaba. Pero luego agregó.


“Oscuro fue quién notó que tú estás fuera de lugar. Él ve con claridad que alguien como tú, con la capacidad de comprender los mecanismos no-visibles de la Realidad desde una posición simbólica-abstracta, que gusta pensar que la oscuridad que nos rodea está llena de información compactada de muchas cosas que posiblemente nunca vuelvan a surgir en la Realidad. Que cree que la luz limita lo que vemos y logramos entender pues ciega fácilmente”.


“Tú deseas ver y saber sobre los mundos ocultos dentro de la Realidad”.


“Si pudieras descubrir el complicado lenguaje que los crea, entonces, tal vez, podrías encontrar el lugar adecuado para tí… Eres lista, realmente un genio… Oscuro lo sabe y por ello ya no deberías estar sola…”.


Reconocí mis propios sentimientos en las palabras de Ayaquen. Un simple chico con su simple perro me hicieron sentir miedo y felicidad que estremecieron mi interior. Escuchar sus ideas provocó que algunas lágrimas comenzaran a surgir. Mi familia sentía que me aislaba del mundo, cuando el mundo me había dejado fuera de él. Ahora comprendía que los demás no sabían el significado de las emociones y que tampoco eran conscientes de cómo experimentarlas. Las palabras pronunciadas por Ayaquen me conmovieron, supieron sentir mi tristeza e hicieron que se alejará.


*** Ayaquen ***


“¿Te agradó Reika?”, preguntó Oscuro.


“Me agradó”, respondí. “¡Sus ojos son peculiares!”, dije enfáticamente. “Como si el color de la luz se hubiera fragmentado dentro de ellos y luego vibrado a diferente frecuencia en cada ojo para generar tal contraste”, seguí diciendo mientras hacía un ademán con las manos de un triángulo. “Como un prisma que rompe la luz”.


“Podría decir que me he enamorado de ella”, tocando la nariz de Oscuro con mi dedo índice. “Aunque decir ésto sería una forma simple de expresar lo que su voz me produjo. A diferencia tí, que sabes usar las palabras o símbolos adecuados para referirse a algo, me es complicado describir lo que siento con claridad”, decía esto mientras acariciaba la cabeza de Oscuro, quién se había echado al piso y enroscado sobre sí mismo para tomar una ‘siesta’. Sabía que no dormiría de la forma usual. Él estaría pensando en la naturaleza de Reika.


Yo seguí hablando para ambos. “En aquel momento, en qué los tres estábamos reunidos, tuve la sensación de que en alguna parte de la Realidad ya éramos cercanos. Tú, ella y yo formábamos parte de un mismo objeto”.


“Si… en alguna parte de la Realidad, ya nos conocíamos…”, dijo Oscuro en un susurro mientras acomodaba su cabeza entre sus pies.


Reika, la chica que Oscuro y yo habíamos conocido hace unas semanas, poseía un pelo oscuro, una piel clara y lisa con una ligera tonalidad ámbar. Sus ojos eran la parte visible más fascinante de ella. En ellos la luz se desdobla y hunde, de la misma manera en que los pensamientos de Oscuro caen en mi conciencia.


De acuerdo a lo que hablamos, ella, al día siguiente de nuestro primer encuentro comenzaría a estudiar en la Universidad del Conocimiento Onírico, el mejor centro de investigación científica y desarrollo tecnológico del planeta. El lugar es tan famoso, que hasta las persona que nunca pisaron una escuela, que eran casi todas en el planeta, sabían que ahí las cosas más ridículas se construían. Teléfonos sin alambres, máquinas que podían circuncidar el planeta transmitiendo imágenes y sonidos por el vacío del espacio y el azul del cielo, robots que podían hacer malos chistes, entre tantas cosas más. Y, al mismo tiempo, era esto lo que más solía generar antipatía hacía las personas que asistían a aquel lugar. Las personas comunes, que eran casi todas, vivían bien comiendo dos o tres veces al día, durmiendo en un lugar fresco en los días de verano y en uno caliente en los de invierno. De vez en vez, podían salir a pasear, alegrarse y sentir que sus propias existencias eran al menos relevantes para sentirse bien. Como mi propia familia. Nada que ver con las personas brillantes de la Universidad del Conocimiento Onírico, que sabían aprovechar la casualidad de sus dones para alimentar su vulgaridad tratando de mejorar a los seres humanos, pero ello, al final del día, sólo generaba una oquedad en el espíritu de la civilización, obligando a los ordinarios a tratar de inventar todo aquellos que los extraordinarios no querían crear y que era necesario para sobrevivir.  


Reika, al igual que yo y Oscuro, nacimos en la clase ordinaria. Ninguno de nosotros considera que estar ahí es una condición desfavorable. Sólo es una condición inicial que, por lo general, determina muchas cosas. Aunque considerando la cantidad de gente común, es estadísticamente probable que ahí surjan cosas interesantes. Hay, sin embargo, que reconocer que esa condición inicial de nacer, sin importar la posición, es un acto de violencia. Nunca a nadie se le pregunta si está dispuesto a vivir una vida, casi seguramente, mediocre y vacía, pues el azar es la maldad pura. Y a pesar de él, los seres vivos insisten en vivir.


Reika, Oscuro y yo, somos conscientes de nuestras ideas, que a pesar de ser extraordinarias sabemos que guardaban coherencia con el orden de la Realidad. Cada uno tenía sus propias cualidades con las que comprobar esto. Reika, sin la menor duda posible, era una genio, capaz de visualizar las estructuras abstractas de la Realidad, aunque, claro con sus propias limitaciones de su condición natural humana. De ahí, alguien como Oscuro resulta ser más brillante, pero al igual que sucedía con Reika, si nadie puede comprender lo que dices la genialidad es equivalente a la estupidez. Por ello, lo común entre los tres era buscar un sitio más adecuado para nosotros.


El día de nuestro primer encuentro con Reika, al despedirnos intercambiamos correos electrónicos para dejar un canal de comunicación abierto entre nosotros. Después de algunas semanas, en las que ella no se había comunicado, Oscuro y yo le escribimos para recordarle que la teníamos presente y que estamos siempre dispuestos a escuchar cualquier cosa que ella quisiera contarnos, incluido cualquier tema técnico. Todo aquello que yo pudiera entender, Oscuro podría dar respuesta. Así, que debía quedar claro que yo y Oscuro deseamos conversar con ella.


Después de enviar el mensaje me dirigí, junto con Oscuro, a barrer el patio que se había llenado de hojas secas debido al otoño. El patio es, básicamente, una placa de concreto que hace tiempo tuvo pasto y algunos pequeños árboles, lo cual hacía lucir la casa con un poco más de vida. Ahora, debido a la practicidad de mis padres, aquellos colores vivos se reducían, durante el día, a un monocromático gris. En este lugar, hace tiempo, había nacido Oscuro, en un día de lluvia. Al recordar esto, mi primer encuentro con él, este objeto gris se volvía más colorido. Limpiarlo me hacía sentir la continuidad de mi conciencia del pasado al presente.


Al terminar de limpiar el patio, regresé a mi habitación para terminar una tarea escolar. Era simple. Sin poseer los dones de Reika u Oscuro, me resultaba sencillo entender varias cosas que para la mayoría resultan complicadas. De hecho, casi todo lo que escuchaba de la boca de mis profesores me parecía muy elemental. Sin embargo, no me aburría estar sentado escuchando sus palabras, que en su mayoría decían sin que ellos mismos comprendieran su significado, pero observarlos e imaginar las historias de sus vidas a través de sus gestos y expresiones que manifestaban de manera inconsciente era una forma simple de entretenerse. Pero, lo que más me agrada de la escuela es estar en su biblioteca, la cual visitaba todas las tardes después de las clases regulares. A pesar de ser relativamente pequeña, posee una agradable colección de libros sobre mitos y leyendas, donde se describen a seres fantásticos como yokais, nahuales, gnomos, dragones,… , además de muchos libros sobre tecnología, en donde se encuentran explicaciones sobre el funcionamiento de los cohetes espaciales, el telescopio o la televisión. Otros más eran sobre ciencia y, entre ellos, me gustaba ojear los que hablan sobre la vida de los animales. 


El tiempo en la biblioteca es la manera en qué puede vivir siendo otro y siendo algo no-humano. Mi conciencia vive una aventura holográfica entre esas hojas que contienen palabras inertes, vacías y sin profundidad.


Usualmente se dice que leer es una actividad en la que se aprende algo o se amplía la visión que se tiene del mundo. Tal forma de ver las cosas resulta inexacta para mí. Al decodificar los símbolos sobre el papel, mi mente se disuelve, el cuerpo desaparece y la consciencia sólo es un observador inexistente. Es como la luz que llena nuestro entorno, cargada de información de lugares y tiempos distintos. Contiene voces y deseos de otros. Cada idea está ahí mirándonos, aparentemente carente de cualquier pensamiento que pudiera definir una personalidad. Y al mismo tiempo, la memoria registra la sutileza de los símbolos que van cobrando vida. Los recuerdos se integran en mí, como el polvo que siempre cae sobre todos los cuerpos. Al cerrar el libro, todo se apaga y el observador invisible, sin cuerpo ni conciencia, regresa a ser yo, sólo que ahora con un cuerpo que pesa un poco más. Es, tal vez ahí, donde debería aceptar que se puede aprender algo, pues la información se ha integrado a mí. Sin embargo, aprender significa ser diferente y yo todavía sigo siendo lo que he sido desde que nací.


Al regresar a casa, después de mi tiempo en la biblioteca, veo a los objetos moverse a mi alrededor, a veces muy rápido, a veces muy lento. Entonces, el eco de lo invisible comienza a percibirse y es cuando siento que soy un carácter que ha perdido su lugar en la historia y qué espera encontrar su lugar adecuado.


La sensación de desorientación ha sido siempre recurrente. Hablo con Oscuro sobre ello, tratando de comprender la cuestión, sin embargo, la limitación de mis palabras me impide expresarme con la suficiente claridad. Pero al hablarlo, halló que Oscuro comprende más. Al conversar notó que, aunque yo no sea totalmente consciente de ello, vamos colocando piezas de un rompecabezas del que no tenemos referencia alguna, pero que él puede intuir que lo que hemos colocado tiene coherencia. Me sorprende que pueda comprender el lenguaje de Oscuro, a pesar de su clara complejidad y amplitud. Al usar el lenguaje humano para tratar de parafrasear sus ideas o tratar de explicar mis propias emociones usando como base sus expresiones, se pierda algo esencial del mensaje, como si la excesiva concentración de la simplificación de los términos indujera una terrible cacofonía limitando la capacidad de describir los pensamientos.


Pienso en la manera en que sonarían las palabras que usa Oscuro, pero dudo que posea alguna característica fisiológica que le permite expresar sonoramente sus palabras. Aunque tal idea pudiera estar errada. Posiblemente sea mi cuerpo el que me impide reproducir sus sonidos. Es cuando más deseo ser algo diferente. “¿Cómo puedo hablar como Oscuro?”.


La noche ha comenzado. Apagó las luces de nuestra habitación. La oscuridad vuelve a llenar todo, como si nunca se hubiera ido. Nos acurrucamos en la cama. Oscuro se va a mis pies. Cerramos los ojos y permitimos que la oscuridad también llene nuestras mentes. La sensación me gusta. Se parece a lo que siento cuando leo. 


La luz puede mostrar un camino claro por donde los recuerdos parecen ser entendibles. En la oscuridad todas las cosas se funden, haciendo recordar la unicidad de la Realidad. Es la manera de recordar que nadie está sólo y nadie es fundamental. Ello me calma porque siento que me he transformado en algo diferente.


El último atisbo de conciencia termina y en un suspiro sereno Oscuro y yo nos quedamos profundamente dormidos.


*** Oscuro ***


Cuando era cachorro me gustaba roer diferentes objetos, por ejemplo, zapatos o paredes. Además me gustaba morder las manos o el cabello de Ayaquen. Estas acciones eran inducidas por un comportamiento instintivo para descubrir los sabores y cualidades de los objetos a través de mi boca. Aunque, es importante agregar, que aquello aliviaba la molestia producida por el crecimiento de mis primeros dientes. Recuerdo que llegué a destrozar uno de los libros de Ayaquen. Dejé un montón de trozos de papel dispersos por el piso y un manojo de hojas rotas unidas por lo que había sido el lomo del libro. Ayaquen molesto por lo que había hecho, sólo me dijo “Las palabras se leen, no se comen…”. Yo no comprendí a qué se refería con eso.  Luego, Ayaquen colocó todos los pedazos en una bolsa y agitándola me dijo: “Algo se puede recuperar”. Entonces sacando los papelitos uno a uno los fue acomodando hasta formar una hilera. Comenzó a leer. Aquel libro que yo había roto había sido usado para crear otra historia muy diferente a la que originalmente contaba. Así fue como surgió el juego del libro artificial. Ayaquen procuró que sólo hubiera sido necesario sacrificar un sólo libro.


De vez en vez, Ayaquen sacaba la bolsa con los trozos de papel (que sigue conservado desde ese incidente) y trata de ver si es posible seguir creando más historias. Es notable, que durante todo este tiempo, sigan apareciendo nuevos relatos. Cosas que, en un principio, nunca se quisieron decir se dijeron. La aleatoriedad a veces es tan creativa. Lo que me hace pensar que si rompiera otro libro y juntáramos sus palabras con las viejas, entonces podríamos obtener otros relatos de mayor complejidad. Pero la aleatoriedad suele darnos cosas que no comprendemos o qué no podemos controlar. Estos riesgos, que parecen inevitables, se tienen que asumir cuando se desea saber. Que no hayamos continuando experimentando se debe a que Ayaquen no está dispuesto a sacrificar un libro más, por lo qué sólo queda esperar a ver a donde llega el límite del primero.


Cuando pienso con detenimiento sobre aquellas acciones mías cuando era más joven, considero que es natural que un ser que se ve obligado a vivir en la Realidad tenga que recurrir a las acciones más ‘ilógicas’ para poder aprender algo de ella. En primera instancia, es necesario continuar viviendo. Así que es poco probable que algo no sea destruido en el momento que uno comienza a vivir. Ahora, después de que el tiempo me obligara a cambiar, al menos en ciertos aspectos, veo que de hecho aquel comportamiento mío no ha cambiado, sigo deseando, con mayor interés que antes, seguir desmenuzando las partes abstractas de la Realidad.


Al principio de mi existencia mis extremidades parecían que pensaban por sí mismas, yendo cada una por un camino de su propio interés. Ahora, gracias a la práctica, las controlo y, de esta manera, los elementos de mi cuerpo, en gran coordinación, me llevan a los lugares que deseo. Lo cual me lleva a preguntarme qué obtendría si separará las partes que me forman y las reordenará en un nuevo objeto. Ayaquen expresaría que hacerlo sólo traería tristeza, pues separar las partes de los objetos implica siempre algún grado de sufrimiento. Alguna vez dijo, “la aleatoriedad es violencia pura y, tal vez, sea la razón de que el mundo sea tan diverso”. Al decir aquello, su rostro mostraba una mezcla de seriedad, resignación y, una profunda, melancolía. Con el tiempo, comprendí que Ayaquen, a pesar de su deseo de negarlo, entendía que una de las bases con que la Realidad está construida es el sufrimiento. 


Después de que mi madre terminara de amamantarnos, los padres de Ayaquen buscaron un hogar para cada uno de nosotros. Ello implicó separarnos. La madre de Ayaquen, que conocía sobre los lazos que unen a madre e hijo, no creyó pertinente mantenernos unidos (pensarlo le traía pesar), sólo deseo que cada uno tuviera un buen porvenir. 


No sé, tampoco es relevante para mí, saber qué pasó con mi familia. Su pasado, presente y futuro me es indiferente. Sólo tenía un compañero y con él podía ser ‘auténtico’. Al saber ésto comprendí mejor a Ayaquen y también sentí algo de tristeza por sus padres. Como las estrellas que se encuentran a la orilla de una galaxia que se alejan poco a poco a pesar de la gran cantidad de masa de su centro.


Cuando Ayaquen se quedó atrapado en la accesoria y experimentó el miedo por primera vez, sintió la desesperación del abandono y la soledad inducida por la falta de luz. Que es algo natural para los seres acostumbrados a distinguir los objetos por sus colores. Mientras que yo mordía mi cola, su entorno súbitamente dejaba de existir. Pero, como suele suceder sin importar la magnitud de dolor o placer, cada experiencia induce en nosotros destellos, claros o erróneos, sobre la naturaleza de la Realidad. De una forma aleatoria. Así, el más mínimo y más trivial de los sucesos nos provoca asombro, inquietud, tristeza, miedo o compresión. En el caso de Ayaquen, le mostró cómo la oscuridad se traga todo, lo que hace que sea difícil tratar con ella. Comprendió que aquel rayo concentrado de luz permitía ver a las motas de polvo frente a él, frente a todos, moviéndose. Su existencia no nos importa, sin embargo ahí están mirándonos. “¿Qué otras cosas más hay frente a nuestros ojos?, ¿cuántas más cosas se mueven?, ¿podrían estar alimentándose de nuestros cuerpos o salir de dentro de ellos?”, me preguntó Ayaquen tiempo después. “Criaturas enormes podrían pasar caminando y mientras van conversando de cosas maravillosas, nosotros sólo estamos de pie a su lado como el vacío. Viven paralelamente a nosotros, o, puede, que transversalmente. ¡Me gustaría verlos!”. Sus palabras hicieron eco en mí y ello hizo que recordará una lengua con la que describir la complejidad de la parte no-visible de la Realidad, de una forma más extensa, legible y completa.


“Puede que diferentes seres vivos vivan a diferentes frecuencias. La forma en que las partículas de sus cuerpos resuenan hacen que sean invisibles a tus ojos. Incluso, la manera en que vibran hace que puedan atravesarte sin que en ningún momento los átomos de tu cuerpo choquen con los de ellos…”, dije a Ayaquen.


“Suena a un buen argumento para una historia de ciencia ficción, aunque también puede ser que así sea…”, Ayaquen comentó, terminando su frase con una ligera sonrisa dirigida a mí. Entendí que él había comprendido mi comentario. El cómo y por qué pareció no serle relevante. Hasta el día de hoy sigue sin mostrar interés en ello. Aunque siguió comportándose con su propia naturalidad. Siempre pensativo, siempre divagando, esperando encontrar un lugar adecuado. Ayaquen sigue pareciendo un personaje extraño. Un poco más desde que comenzamos a conversar.


Al principio, nuestras conversaciones trataban diferentes temas ya que no sabíamos por dónde comenzar a hablar. A pesar de ello, lo que hablamos nos ayudó a entendernos mejor y estrechar nuestra amistad. Luego, al paso de las palabras, nos fuimos concentrando en la cuestión que había iniciado nuestras pláticas, el asunto de la existencia de los ‘seres irreales que existen junto a nosotros y qué viven a diferentes frecuencias’. Las charlas al respecto eran ligeras y divertidas y, al mismo tiempo, extenuantes. Ambos nos enfocamos con seriedad en tratar de establecer puntos de referencia con los cuales guiar la plausibilidad de nuestras indagaciones sobre los seres irreales. Para ello fuí usando términos que, a cada paso, se volvían más elaborados y que comenzaban a salir del lenguaje e intuición humana. Hacer esto me parecía natural, de otro modo nuestras discusiones se quedarían en el nivel de una simple historia de ficción. Fue al hacer esto, qué logré notar con más claridad la extravagancia de Ayaquen, su forma de pensar y de ser. Sin importar cómo y por qué él era capaz de asimilar lo que decía en una lengua no-humana, él las asimilaba. Era desconcertante, pero como él no prestaba atención a ello decidí tampoco hacerlo. Sin embargo, la curiosidad estaba presente. Más cuando, sabiendo que el lenguaje humano es pobre y sin la complejidad necesaria para expresar claridad, Ayaquen lo utilizaba con gran pericia para hacerme ver que interiorizaba lo que le compartía.


La sensación de saberse escuchado es reconfortante. Suele pensarse qué esto es fácil entre los humanos, con sus complicadas máquinas de ‘chat’ y sus supuestos elegantes símbolos con que encierran sus ideas. Pero todo ello es una mentira disfrazada de ‘superioridad’, la cual fácilmente transforma el hecho de ‘emitir un sonido’ con la de ‘establecer lazos que nos unan’. A veces creo que sus vidas son tan mediocres y, lo cual a su vez, me hace preguntarme qué tan mediocre puede ser la mía. Al final de cada conversación, surge en mí el deseo de saber cómo es que he logrado hablar de está forma. ¿Será algo instintivo?, como cuando de cachorro sabía dónde obtener comida sin que nadie me lo indicará. O, podrá ser como lo que le sucede a aquellas personas que reciben un fuerte golpe en la cabeza y repentinamente comienzan a hablar en otro idioma que nunca practicaron. Tal vez un golpe cognitivo inducido por Ayaquen generó está habilidad en mí. Ello me haría un ser ‘no inteligente’, sólo una tonta máquina muy hábil. Aquella sensación se veía reforzada cuando Ayaquen me lanzaba pequeños trozos de comida para que los atrapara al aire. Hacerlo le divertía a Ayaquen y a mí me gusta ejecutar malabares. Lo cuál aumentaba mi curiosidad sobre el por qué de mi lengua. 


Al parecer, mi duda sólo era mi duda. Ayaquen siempre mostraba indiferencia a tratar de averiguar algo sobre el origen de mi lenguaje. Un día sin más le pregunté por qué no parecía importarle saber por qué podíamos conversar. Respondió: “Me gustaría saberlo. Aunque en este momento encontrar la respuesta a ello me parece innecesario. A veces cuándo se intenta con desesperación encontrar algo, pareciera que se oculta más. Cuando dejas de buscar, sin pensarlo, súbitamente está frente a tí. La cuestión es saber cómo reconocer lo que realmente deberías hallar. Así que me parece mejor hablar sobre la naturaleza de los seres irreales”. 


Ayaquen parecía ser una persona satisfecha con su condición, incluso se podría decir que era feliz. Sin embargo, había algo que lo desligaba de los objetos comunes que le rodeaban. Las personas se alejaban de él. Tenía la sensación de estar en un lugar inadecuado y, ello, era lo que absorbía casi toda su atención. Se comportaba como una persona corriente, asistía a la escuela, andaba en bicicleta en el parque por las tardes-noches. Ayudaba en los quehaceres de la casa. Escuchaba las historias de su padre, que muchas veces sonaban aburridas. Todas esas simples acciones lo hacían ver a mis ojos como un objeto disonante. Lo cual resulta cómico. Ver a un chico hablar con un perro sobre los aspectos ocultos de la Realidad es para reírse. Los humanos, usualmente adultos, consideran que aquello que tiene sentido es lo que ellos definen como interesante. Creer que otros seres están más interesados en algo diferente es muestra de inferioridad.


En una de esas veces en que Ayaquen y yo salimos a caminar, nos encontramos con una mujer ‘adulta’ que trataba de atrapar a su pequeño perrito, este parecía jugar con ella. Cuando se nos acercó y, viendo que tenía su correa puesta, Ayaquen lo sujeto. Luego la chica corrió hacía donde estábamos nosotros y agradeció haber sujetado a su mascota. Ayaquen le devolvió la cuerda y agradeció su agradecimiento y luego continuamos nuestra marcha, para completar la vuelta usual que dábamos al parque. Aquella mujer, que parecía seguir la misma dirección que nosotros, se colocó a nuestro lado. Al poco tiempo comenzó a hablar. Comentó que le habían regalado no hace mucho tiempo el perro. Creyó que ahora que tenía al cuadrúpedo tendría una buena excusa para salir a hacer algo de ejercicio al aire libre. Pero resultó que el animal era bastante inquieto. Al ver que Ayaquen, que me sujetaba con una cuerda (lo cual sólo era para evitar que alguien lo molestará, diciéndole que llevaba a un perro suelto), controlaba al suyo, pensó ella que podría pedirle consejo. Ayaquen respondió, mientras me señalaba, “Oscuro sigue su propio ritmo. No lo obligó a ir más rápido ni más lento de lo que él quiere. No sé bien cómo ayudarte”. La mujer quedó algo desconcertada por la respuesta y en su rostro se notó una ligera molestia al sentirse menospreciada por alguien mucho más joven que ella. Al percatarse de ello, Ayaquen agregó: “Supongo que si quieres que te siga, puedes tratar de hablar con él. Intenta entender su idioma. Aunque ello supondría que tú quieres hablar con él. Tomando en cuenta lo que has dicho parece que no es el caso. Para tí él es una excusa para hacer algo para tí misma. Un objeto utilitario. Por ello, bien podrías forzarlo a que te obedezca o sólo olvidarte de él. Sin embargo, cualquier opción sólo te llevaría a otros dilemas”.


“Al final, el problema es sencillamente es que quieres conservarlo y, al mismo tiempo, no te interesa saber nada de él. Tal vez sería mejor discutir con él la cuestión que contigo”.


“Esto podría decirte, pero puede que te molestes. Así que, sería mejor decir: ‘Camina todos los días con él’”. Ayaquen le sonrió y siguió su camino. La mujer, que se había detenido, nos miró por un momento más. Su molestia y los gestos que hacía a nuestras espaldas, eran cosas que no le interesaban a Ayaquen.


Pensé, en aquella ocasión, que la ‘rudeza’ de Ayaquen fue innecesaria. Pero luego entendí su confusión. Él no sabía cómo valorar la inteligencia de los dos seres que intentaban vivir según sus propios entendimientos.


Ayaquen es un personaje extraño. Estar con él es agradable. Él me escucha y yo lo escucho.


*** Reika ***


Siempre me alegro al leer los correos de Ayaquen y Oscuro. Al principio me negaba a creer que pudieran existir. A veces imaginó que los mensajes que leo han sido escritos por máquinas mágicas escondidas en alguna parte del planeta. Sin embargo, están ahí afuera, totalmente visibles. Al ver las fotos o los videos que luego acompañan sus cartas, siento que siempre hemos estado juntos los tres. Amigos desde hace tanto tiempo qué ya olvidamos el inicio de nuestra amistad. Todo ello a pesar de qué sólo nos encontramos en una sola ocasión.


Sentirse escuchada es lo que realmente hace que me sorprenda de su existencia y provoca que dude sobre si son reales. Sin importar lo complicado que parecen mis ideas o cómo las expreso, parecen asimilarlas y, sobre todo, sabes responder a ellas. Eso es lo más mágico de hablar con ellos.


Cuando ellos me plantearon la cuestión de la existencia de los seres de ‘ultrafrecuencia’, sentí que el asunto era más que un simple experimento imaginario para escribir una historia de ciencia ficción. Al revisar sus palabras varias veces, comencé a pensar que todo lo que decían era plausible. Recordé que los experimentos imaginarios no sólo eran usados por los escritores de ficción, sino que también eran empleados por científicos extravagantes para profundizar en su entendimiento de la naturaleza de la Realidad. Giordano Bruno, un antiguo ‘mago’, acostumbraba hacerlos hace 600 años. Su increíble imaginación los llevó a deducir cosas que hoy parecen hechos obvios y triviales, sin necesidad de crear elaboradas teorías físicas o utilizar a la alta matemática. Es cómico notar como un simple creyente de los sueños, pudo lograr a partir de un intenso deseo y una amplía imaginación crear ideas maravillosas que resultaron en descripciones perfectas sobre la Realidad. Lo cual me hace preguntar qué tan acertado es hoy el sistema que produce la ciencia, carente de soñadores y librepensadores. Al existir una ‘élite’, dueña del dinero y ama de la fuerza bruta, que dicta, de formas muy sutiles, qué conocimiento técnico crear y cómo transmitirlo. Los ‘genios’, hacedores del saber, se han convertido en obreros especializados al servicio de estos ‘nobles’, quienes, al final del día, son los verdaderos dueños del progreso. Los ‘científicos’ modernos, con una arrogancia exacerbada, se creen más libres y mejores humanos, cuando sólo son meros esclavos de las banalidades humanas más superficiales. Premios y posiciones jerárquicas son los mecanismos (simples) con los que hombres ricos obtienen sus lealtades. A pesar de poder construir máquinas increíbles, los personajes de la ciencia son obtusos y, en varias ocasiones resultan, sólo ser el desperdicio de la civilización. Por ello, volver a encontrar a personajes como Ayaquen y Oscuro, quienes desean entender el mundo no para cambiarlo si no para salir de él, me reconforta. 


‘¿Es posible que existan seres que vivan en ultrafrecuencias?’ La mera pregunta planteaba más una imposibilidad que algo creíble. Sin embargo, lo que Ayaquen y Oscuro describían daba a pensar en que ellos podrían existir. De la misma forma en que Giordano imaginó un universo lleno de infinitos mundos en el vacío del espacio, ellos imaginan un ecosistema completo que vibra a una frecuencia que no podemos observar fácilmente. Al principio creí que tenía argumentos para refutar lo que declaraban, luego todo parecía tener sentido. Ello me intrigó, por lo que, como ellos, tomé la cuestión seriamente.


Había pasado un poco más de un año desde que había comenzado a estudiar en la Universidad del Conocimiento Onírico. Como antes, todas las cosas que enseñaban me parecían claras, a veces obvias, como cuerpos translúcidos por lo que se podía ver cualquier cosa que estuviera dentro o detrás de ellos. Como antes, no me preocupaba destacar, tampoco tenía interés en obtener algún beneficio de mis habilidades y, menos, intentar conocer a mis compañeros o profesores. Nuestras realidades sobre la amistad y los lazos que se establecen para mantenerlas eran en lo básico lo mismo, sólo diferenciándose en yo creía fervientemente en que los vínculos que unen a los seres se crean mientras que ellos (o todos ellos) se ven obligados biológicamente a relacionarse para tratar de sobrevivir.


De vez en vez, me unía a un grupo de trabajo o visitaba diferentes clubs, en los que al menos sus integrantes mostraban interés en lo que trabajaban, algo que nunca ví en mis anteriores experiencias escolares. Aunque sólo era una actividad recreativa como leer un libro o tomar fotografías con el teléfono. Me era placentero resolver los problemas técnicos que tenían entre manos. Como colocar capacitores, resistencias, bobinas o diodos, en disposiciones adecuadas para obtener un patrón de corriente eléctrico particular, o buscar el argumento matemático que justificará la utilización de un algoritmo. Sin embargo, la parte más divertida de esto, consistía en hacer que los demás creyeran que, al igual que ellos, me costaba mucho trabajo resolver las cosas o hacer que alguno obtuviera la respuesta con mis ‘tontas’ pero ‘ingeniosas’ sugerencias. Actuar de está manera puede sonar a que desprecio a las personas. Así lo creía y aunque entendía el por qué me era complicado aceptarlo. Hasta el momento en que Ayaquen me dijo que yo no las despreciaba. “Sólo estás en una posición diferente…”. Sus palabras me reconfortaron.


Como era usual, atendía todas las clases. No había necesidad de apresurar las cosas. Si bien podría haber terminado todas en un breve tiempo, hacerlo sólo supondría atención de la gente en mí y ello hubiera limitado el espacio que dedicaría a mis reales intereses. Además, al crecer había aprendido que caminar pausadamente era mejor. Al intentar resolver los problemas (técnicos) de forma apresurada, se suele omitir muchos aspectos relevantes, como, por ejemplo, sus consecuencias. Aquellos que se asumen como científicos no son mejores ni peores que las otras personas, de hecho, siguen en el mismo estado basal de siempre. Viven una vida creyéndose (como dogma) ser superiores. Yo por mi parte veía la realidad de la civilización humana tal como era observada por mi padre. Quien a pesar de su escasa preparación formal, es una persona que imagina y ama a sus hijos. Cree que cualquiera de ellos puede hacer lo que desee siempre que sea capaz de soportar las consecuencias de sus acciones. Mi padre sólo aspiraba a que su familia fuera feliz, con una vida tranquila, apacible y con ciertos momentos de gran alegría. Sólo eso. Aceptó que la condición natural del mundo es seguir leyes no-humanas. Lo cual comprendió con una claridad inusual. Sabía que lo único que podría hacer frente a la inercia del orden natural es salir del mundo en el existe. Marcar su propia trayectoria sin importar las interacciones con los demás objetos. Para ello es necesario adquirir el conocimiento sobre el funcionamiento abstracto de la Realidad. En esto mi padre era excepcional. Había deducido por él mismo sin la necesidad de la ciencia (como comúnmente se entendía) la obviedad de la condición humana, ‘los humanos no tienen ningún futuro protagónico en una Realidad no-humana’. Su conclusión (correcta) es que hay que disfrutar la vida de las mejores formas que fuera posible. Tal cosa parecería tener una claridad estúpida, sin embargo, decir y hacer son cosas que sólo alguien con ‘genialidad’ puede hacer al mismo tiempo. Mi padre era un genio, ignorado y despreciado por aquellos que se asumen como tales, que asimiló a la perfección su condición natural.


Al recordar esto de mi padre, me hizo rememorar el libro ‘Comentarios a los Grandes Libros Tecnológicos’ escrito por Stanislaw Lem. En él indicó que los seres realmente excepcionales son genéricamente desapercibidos. Sus propuestas fueron consideradas clichés y la gente las olvidó al ir en contra de la noción ‘natural’ de la superioridad humana. A pesar de que Lem dió sólidos argumentos para mostrar la existencia de esos seres excepcionales, nadie lo tomó en serio. Pero yo sabía que él estaba en lo correcto y, también, lo estaban Ayaquen y Oscuro.


Ayaquen y Oscuro habían colocado mi mente en un lugar que parecía ser el adecuado para ella. El problema de los seres de ultrafrecuencia fue algo que me guió a comprender con mejor claridad las dificultades de conocer la verdadera naturaleza de la Realidad. Al principio, me pareció una bonita historia para ejercitar la imaginación, luego, al intercambiar más mensajes, el asunto adquirió una complejidad inusitada. No por los aspectos literarios de sus narraciones, sino que los hechos mismos que describían parecían seguir una mecánica plausible y físicamente posible. A cada pregunta que hacía, tratando de encontrar una inconsistencia, ellos parecían ‘agregar’ objetos que correspondían a las necesidades lógicas de un ecosistema fácticamente funcional. Ver el mundo como un conjunto de objetos actuando unos sobre otros cambiando las trayectorias de sus movimientos, era el supuesto básico con que los humanos entendían la física del movimiento de los cuerpos. Ayaquen y Oscuro proponían que los choques de los objetos no sólo producían cambios de trayectoria, sino también memoria, ecos, y que la concentración de esta creaba vida racional que vibra a frecuencias ultra rápidas. Explicar cómo los ecos cambian el estado de los objetos, me maravilla. Ellos no parecían hacer uso de axiomas o principios ‘artificiosos’ para explicar estos cambios, sólo describían los cambios en sí mismo. De la forma en que una persona sabe que una manzana al ser lanzada al aire terminará en el piso si nadie la sostiene. No era necesario saber las tres leyes de la mecánica para deducir que ésto pasa. Las palabras de Ayaquen y Oscuro me hacen pensar que ellos, en una bonita tarde de cielo claro y luminoso, caminan por un parque y ahí ven a los seres de ultrafrecuencia. Los observan y registran cada detalle de sus vidas.


Esa vida, que se mueve en un plano diferente al nuestro, parece seguir un ‘principio de condensación’ diferente. Suele pensarse que los seres vivos son aquellos objetos ‘animados’ capaces de ‘sentir’ o ‘responder’ a los estímulos externos, pero en realidad se está confundiendo la representación de la vida con la misma vida. La vida es información que se codifica en diferentes sistemas de almacenamiento y reproducción. Es decir, la vida sólo consiste en información pasando por una serie de transductores. En el caso de los humanos o los animales comunes, las máquinas proteicas, que desglosan el ADN para inducir reacciones bioquímicas que crean las células que los forman, son sólo transductores de información. Imaginar, ahora, que la luz o el sonido, capaces de ser transmitidos y almacenados, sean alterados por los choques de otros objetos (que sirven como transductores) para generar vida. En cierto modo, es como construir un disco de vinilo en el que se imprime la información de un organismo. La aguja al recorrer su superficie va cambiando de posición de acuerdo a la forma de los surcos sobre él y las variaciones del movimiento inducen un campo electromagnético el cual, a su vez, da pauta para generar variaciones de sonido que representan la conciencia del organismo. Si esos sonidos pueden permanecer por un tiempo prolongado, entonces el organismo continúa existiendo y al rebotar con otros objetos puede crear la sensación de que es sensible a su entorno. La electricidad vibra, el aire vibra, la vida induce vibraciones.


Los seres de ultrafrecuencia, que Oscuro y Ayaquen describen, son seres cuyos transductores eran el sonido de sí mismos. Las partículas que los forman chocan entre sí impulsando una reverberación interna que da pauta al surgimiento de su ‘conciencia’. Los cúmulos enormes de los átomos singulares que los forman generan una cohesión que da origen el ‘pensamiento’ y los ‘sentimientos’. Estos seres se mueven constantemente debido al impulso de sus propias partículas y la concentración de ellas determina la duración de su existencia, al igual que el sonido que eventualmente se apaga al cruzar diferentes medios.


Estas eran las primeras descripciones que me habían compartido sobre los seres de ultrafrecuencia.


Ayaquen y Oscuro nunca dejan de escribir. Me contaban detalles de sus vidas diarias, un poco de su familia, un poco de las personas que conocían cuando salían a caminar por el parque cercano a su casa. Su motivación para hacerlo era simplemente contarle a una amiga cómo ha estado su vida, sin que ello significará que estas cosas fueran lo fundamental de sus mensajes. Nuestra amistad se basaba más en la similitud de nuestros deseos y entendimiento que en lo qué éramos como (simples) personas.


El tema que consumía nuestro tiempo era la descripción y entendimiento de la naturaleza de los seres de ultrafrecuencia. El asunto nos atraía por igual a los tres. Ellos no entendían bien el origen de sus ideas, pero no creían en que sólo fueran experimentos ficcionales creados por sus subconscientes. Sentían que existía algo más. Cada escenario nuevo que se agregaba de aquellos seres, creaba una ecología más compleja y en la que cada elemento agregado no contradecía lo anterior, se ampliaba. Todo parecía encajar armoniosamente. 


Esta plausibilidad era lo que ellos querían que yo analizará de un punto de vista analítico. Desde un inicio, me habían pedido encontrar las posibles contradicciones de los detalles que me proporcionaban. Con la intención de encontrar alguna inconsistencia técnica para decir que lo que ellos veían sólo era un ejercicio de la ficción. Tal tarea se volvio a cada paso más complicada. Cuando sentía que encontraba la equivocación, los nuevos detalles que me daban sólo mostraban mi falta de imaginación. 


Durante el transcurso de nuestro intercambio epistolar, sentía que ellos veían a estos seres invisibles tan claramente como yo al leer sus mensajes, lo cual me hizo preguntarme, de forma instintiva, cómo. No les cuestioné sobre ello. La fascinación que sentía por su ecología ficcional era tan grande que me sentía alegre de estar ahí.


Llene varios libros de notas sobre las ideas de los seres de ultrafrecuencia. En varias hojas dibujé acuarelas de estos como los imaginaba. Además de los paisajes donde vivían para mostrarme a mí misma su ecología natural. Al mirar mis ilustraciones, mi cuerpo se llenaba de un sentimiento de nostalgia y alegría, tan grande que sentía, en ocasiones, que mi corazón se reventaría por estas emociones.


Entre mis dibujos, uno de mis favoritos era el ser de ultrafrecuencia que parecía ser un ‘lobo’. Sé que técnicamente no es correcto darle ese calificativo, sin embargo parecía ser un lobo. Con pelaje profundamente negro, que parecía absorver la luz que lo rodeaba, y de una profunda mirada, que al igual que los lobos de estas frecuencias, pareciera que puede ver la esencia de lo que nos forma. Sus ojos de un color verde-ámbar me recordaban a los ojos de Oscuro. Parecían ser seres viejos que nunca dejaban de aparentar una misma edad, aunque su cuerpo estuviera lleno de recuerdos que nunca olvidaban. Eran geniales, así me lo parecían. Suspiraba deseando ser como uno de ellos.


*** Ayaquen *** 


Era una tarde fría, cuando salí con Oscuro al parque frente a casa. Nos sentamos en las gradas de concreto de un campo de béisbol, algo descuidado pero limpio. Miré el azul, amplio y sólido, del cielo. Sentí que estaba viendo una obra de arte abstracto. Una enorme pintura monocromática. El calor del Sol y las ráfagas de viento helado eran un recordatorio de que nos encontrábamos en el mes de noviembre.


Luego de pasar un tiempo en las gradas, le dije a Oscuro que camináramos por el dorado pasto del campo de béisbol, cuyo color anterior había entrado en hibernación. Los colores sin duda también duermen durante el otoño y el invierno. Al caminar sobre la pequeña planicie dorada, donde sábados y domingos hombres de abultados vientres juegan al béisbol, experimentaba la sensación de que quedaría atrapado en ámbar, como los insectos que son atraídos por la savia de un árbol. Esa imagen bella de quedar cristalizado contrastaba con las personas que jugaban sobre ella. Entendía que cada cual busca encontrar alguna orientación para dar significado o valía a su existencia, aunque en su necedad de hacerlo fácilmente olvidaban algo simple y difícil de asimilar, la realidad no está definida por nadie. Pero ellos se reunían, sobre está sábana dorada, a tratar de pegarle a una pelota utilizando sólo sus cuerpos, una fuerza bruta que intenta sentirse inteligente. Luego de jugar, ese largo y tedioso deporte, iniciaba el proceso de convencerse a sí mismos, utilizando grandes cantidades de alcohol como un catalizador, de que sus músculos y cerebros eran después de todo útiles. Mi padre solía ser como uno de estos hombres, pero una enfermedad y la mesura de una epifanía simple (ser abandonado por mi madre) lo habían llevado a ser más recatado y a concentrarse en cosas más honestas. Trabajar, leer un poco los periódicos, aprender a reparar aparatos electromecánicos, hablar con su esposa o tratar de establecer un vínculo con su hijo, se volvieron sus actividades usuales y que practicaba casi a diario. A veces sentía la necesidad de decirle a mi padre que su existencia era insustancial, quedarse como un alcohólico no hubiera cambiado el significado que la Realidad le da. Sin embargo, al pensar en ello comprendía lo miserablemente egoísta que soy. En mi propia incapacidad para decirle cómo ser diferente. Yo mismo lo intentaba y, a pesar de la ayuda, me resultaba tan complicado. Entonces me decía que a pesar de lo alejados que estamos y estaríamos, él resultaba ser un buen padre.


El dorado campo generaba en mí la idea de que iba a otra parte, a un mundo distinto en el que había nacido, un mundo más adecuado para mí y, creo, también para Oscuro.


Sabía, sin tener un atisbo de duda, que Oscuro me escuchaba y él, también con absoluta certeza, sabía que yo lo escuchaba.


No sabía cómo era posible entender el extraño lenguaje de Oscuro, aunque ello no me causaba intranquilidad. Tenía la intuición de que con el tiempo ésto y otras cosas se irían aclarando. Sólo era una confianza en mí mismo. Una que se oponía a la duda, que siempre estaría presente, pues forma parte de la Realidad y, muy probablemente, fuera la parte más inclemente de ella. La duda no significaba la falta de confianza, sino la abundancia de la incertidumbre. En una realidad que sigue su propio devenir, cambiando constantemente, ocultando cosas. Como aquel dorado campo que esconde la vida para otros tiempos. Parecía que todo lo que existe fuera producto de la ficción y las mentes ‘racionales’ creen que no puede ser de está manera. La Realidad no era humana, no era de nadie.


Aunque podría parecer paradójico, los seres de ultrafrecuencia debían de existir. No podía tratarse de una ocurrencia mía o de Oscuro. No. De una forma u otra, en la Realidad siempre desconocida, ellos debían vivir sobre un verdadero campo dorado. Organismos de una extraña consistencia.


Cuando tiempo atrás me quedé encerrado en la accesoria, experimenté el miedo a la oscuridad. Ella me permitió que la concentración de la luz me ayudara a visualizar las pequeñas partículas, que flotando en el aire, existen a nuestro alrededor.  Pensé que el exceso de luz, dispersandose a nuestro alrededor, que usualmente nos trae tranquilidad, ya que permite distinguir a los objetos y sus posiciones, evita que veamos más. Imaginé que debía existir una gran cantidad de seres no-visibles en este mundo y, de hecho, en todas las partes del cosmos, que se mueven entre los cuerpos que podemos ver e incluso los atraviesan.


Al mirar las partículas suspendidas, siguiendo un rítmico vaivén, fuí consciente de que los cuerpos oscilan, nunca se mantienen estatísticos. Se mueven unos respectos a los otros. Vibradora a diferentes frecuencias. Y como la luz blanca que parece ser una, se confunden entre las vibraciones de otros objetos. Lo que hace creer que no hay nada, pero ahí están.


Los seres de ultrafrecuencia parecen estar encerrados dentro de la imaginación, pero son libres y se mueven según sus propios deseos. Ahí están. Fuera de uno. Viviendo. Pensando. Observando. Creando.


El miedo a la oscuridad, de aquella ocasión, me hizo sentir perdido, sin dirección. Luego noté que en realidad no era capaz de asimilar la información de la Realidad que se concentraba en ella.


Mientras caminábamos, Oscuro me dijo: “Es posible… ¡No! ¡Los seres de ultrafrecuencia son reales! Tal vez tú y yo seamos ejemplos de ellos… puede que así sea… Si estas extrañas palabras que pronunció son entendidas por tí, puede que tú puedas vibrar a la misma frecuencia que mis pensamientos abstractos… Puede, entonces, qué tú sientas las vibraciones de los seres de ultrafrecuencia…”.


Si estas extrañas palabras que pronunció son entendidas por tí, puede que tú puedas vibrar a la misma frecuencia que mis pensamientos abstractos. Puede, entonces, qué tú sientas las vibraciones de los seres de ultrafrecuencia…”.


Oscuro continúo diciendo. “He considerado tú pregunta con el mayor cuidado que me es posible… En el momento que la escuché, sentí el destello de un recuerdo. Imágenes de un grupo de seres parecidos a ‘lobos’, cuyo pelaje era similar al mío, oscuro, brillante, en el que la luz quedaba atrapada. Estos lobos parecían estar corriendo a las orillas de un bosque qué parecía ser profundo y amplió… Sus rostros no mostraban emoción, al menos en el sentido humano usual. Las caras taciturnas les daban el aspecto de máquinas que siguen invariablemente un solo trabajo. Las extremidades se contraían y extendían armoniosamente. Súbitamente sentí el golpe de sus pies sobre la tierra, como si de lluvia se tratara. Cada golpe caído al azar se autocomplementaba con la cantidad de ellos, creando la ilusión de una armónica sincronización… Ellos se dirigían a toda prisa a su hogar… El deseo de seguirlos comenzó a inundar mi alma, entre más se alejaban de mi vista más deseaba seguirlos…“.


“Tal recuerdo me dejó perplejo. Tu pregunta cambió algo en mí y fuí incapaz de darte alguna respuesta o comentario en aquel momento… sólo asentí, dándote a entender que pensaría en ella… Ahora, después de reflexionar sobre ello, sólo puedo decir que los seres de ultrfrecuencia existen… ¿Por qué lo creo así? Tu y yo estamos hablando de ellos, esto debería ser una buena razón… Pero esto no es lo relevante… Debemos concentrarnos en encontrar la forma de verlos…”.


Los seres de ultrafrecuencia son reales. ¿Oscuro y yo podíamos ser ejemplos de ellos? ¿Cómo saberlo? Ambos coincidimos que era necesario escribirle a Reika. Ella debería ser capaz de poder aclarar lo que estamos imaginando. Oscuro me había explicado que Reika es una persona excepcional, con capacidades extraordinarias. “Esa chica es capaz de comprender de una manera sin igual las características abstractas de la Realidad y describirla mediante enunciados simbólicos que sintetizan su mecánica, los cuales sirven para manipular el flujo de los objetos que se mueven en ellos…”.


Reika era un genio. Aunque limitada por su condición humana, no podía visualizar con claridad y profundidad todo lo que percibía, pero era un hecho incuestionable que lo hacía mejor qué cualquier ser que haya existido en este planeta.


De entre todas las grandes cualidades abstractas de Reika, tal vez, así me gusta pensarlo, la mejor es la que se puede notar en sus ojos. De hecho ellos son lo que me atraían y fascinaba de ella. Al mismo tiempo, sus ojos suelen ser la parte qué más miedo genera a los otros. Para mí su heterocromía es la manera más poética de desdoblar la luz y atrapar las memorias de todo lo que no existe. Esto inspiró a Oscuro a decir que mientras que él era el receptor y contenedor de la información, que su pelaje oscuro tomaba de la luz, Reika es el transductor, capaz de interpretar el conocimiento encriptado en ella, esperando sus partes. Sobre todo, sus ojos, al ser asincrónicos, podían ver la oscuridad y distinguir los detalles de las cosas mezcladas en esta.


Al estar junto a Oscuro y Reika experimentaba la misma sensación cuando me quedé atrapado en la accesoria. El miedo fue el primer sentimiento, pero luego vino la ‘compresión’ y lo cual me llevó a creer en la posibilidad de convertirme en algo distinto. Los tres componemos un sistema completo para interpretar los elementos de la Realidad: memoria, pensamiento y deseo. Me alegra ver las cosas de está manera y que mis amigos así lo crean.


Oscuro y yo envíamos el mensaje a Reika. Ella nos ayudaría a visualizar la existencia de lo que no se puede ver.


*** Oscuro ***


Los perros son capaces de escuchar sonidos que son imperceptibles para los seres humanos, esto significa que la idea de que los perros son capaces de entender otros lenguajes más amplios y complejos que ellos es plausible.


Es notorio, por ejemplo, que sean capaces de entender el lenguaje de los micromovimientos que los humanos realizan de manera involuntaria cuando experimentan ciertas emociones. Además, comprenden con mucho más amplitud el lenguaje de los olores. Por ello pensar que los perros pueden describir la Realidad mejor que cómo lo hacen ellos, no debería resultar extraño a seres racionales. Ayaquen parecía tener clara esta idea, tanto que nunca mostró ninguna mirada de asombro por las cosas que decía. De vez en vez, me mostraba una sonrisa cuya intención era mostrar que estaba feliz de saber qué yo lo entendía. A pesar de tener la comprensión de mi amigo, había en esto algo que me inquietaba y era entender por qué las criaturas capaces de comprender lenguajes más extensos y elaborados a veces parecen no estar interesados en desarrollar tecnología o ciencia.


Mientras volvía a pensar en este problema, noté que el libro que leía Ayaquen se había caído de sus manos y había quedado sobre su pecho. Siempre tenía la costumbre de leer hasta quedarse dormido, a pesar de que le molestaba que los libros se estropearán cuando los aplastaba al moverse entre sueños. En otras noches, súbitamente abría los ojos y no podía regresar a dormir, ello también le molestaba. Sabía que la mejor manera de regresar a su estado de inconsciencia era leer. Al final, siempre se enfrentaba al mismo problema.


Lo miré, luego moví con mi hocico su libro para evitar que se maltratará. Cuando desconecté la lámpara que usaba Ayaquen para leer, el silencio de la oscuridad me trajo claridad sobre la cuestión del por qué los seres que usan lenguajes complejos no construyen ciencia ni tecnología. Mi pregunta estaba mal formulada, de facto asumí que los seres no-humanos no construyen tecnología, lo cual era obviamente un error. Es necesario mirar con cuidado las formas de cada criatura y la manera en que usan sus cuerpos. Hay que mirar a un ‘blob’, por ejemplo. Un ser unicelular de gran tamaño que extiende su cuerpo para buscar alimento. Al ir tanteando sus alrededores, la recopilación de información genera cambios en él. Mediante un complicado sistema biomecánico, es capaz de reaccionar a las adversidades medioambientales. Ellos mismos son su propia tecnología. Sin necesidad de mantener registros o aditamentos externos, sus cuerpos han condensado y usado de manera óptima todo lo aprendido en su cruzada para sobrevivir en la Realidad. Sobre todo, siguen cambiando conforme la Realidad cambia.


Cuando Ayaquen y yo caminábamos por la ciudad, al mirar las luces artificiales, los cables eléctricos, las máquinas de combustión interna, las baterías de litio tiradas por aquí y por allá, los anuncios brillantes que ofrecían productos y servicios (todo banales), pensaba que ello es el resultado de la tecnología, la aplicación de un conocimiento racional y analítico, únicamente poseído por los seres humanos. Ahora, sé que todo ello es algo bastante rudimentario, poco óptimo y bastante desechable. Los seres humanos creen que están alterando su entorno para vivir mejor, sin embargo, lo único que hacen es volverse más tontos. Además, creen que la gloria que sus máquinas les dan les ayuda a demostrar que su propio sufrimiento es más relevante qué el de otras criaturas. Asumen que con sus resplandecientes ciudades pueden evitar la oscuridad que, creen, no les permite ver.


La oscuridad es algo tan mutable, que una mente sin la suficiente tranquilidad e inteligencia es incapaz de asimilar la enorme cantidad de información que guarda. Los ojos humanos casi siempre piensan que la oscuridad es algo que las criaturas no-inteligentes posee en su interior y que los hace viles seres sin la capacidad de apreciar su entorno. Equivocados cómo es usual en ellos.


¿De qué manera se guardan los recuerdos acumulados de la Realidad? Las vibraciones de la luz y de todas las otras formas de ondas existentes. Por ello el cosmos está lleno de materia oscura.


Para entender esas memorias se requiere de un lenguaje verdaderamente complejo, amplió, simple y sútil, con el que se puede recuperar y reconstruir la información encerrada en la materia oscura.


En una ocasión la familia de Ayaquen realizó una visita a los padres de su madre, los cuales viven en una pequeño pueblo de Oaxaca. Usualmente la familia nunca realizaba viajes tan lejanos, pero dado que los padres de su madre ya eran de una considerable edad, se consideró que se debía realizar una visita antes de que sucediera lo inevitable.


Durante su estancia en el pueblo, Ayaquen adquirió el hábito de levantarse temprano para acompañar a su abuelo en sus caminatas que realizaba en un cerro cercano. El anciano acostumbraba a salir a las cinco de la mañana. Decía que sentir el aire fresco y frío y estar iluminado por la luz de sólo la Luna y las estrellas lo relajaba, le hacía recordar, con alegría, su infancia, cuando su propio padre lo llevaba a caminar por el mismo sendero por el caminaba con Ayaquen, en el que no había ninguna luz artificial. Recordaba que su padre le iba contando historias ‘sobrenaturales’, encuentros con espectros, diablos, brujos, mientras hacían el recorrido. Aquellas historias, que Ayaquen consideraba sosas, le agradaban a su abuelo. No perdía la oportunidad de contarlas a los niños pequeños tratando de asustarlos un poco. Ayaquen entendió que esa era la manera en que algunas personas crean (o tratan de crear) vínculos con los otros. Ayaquen además sabía que la razón más honesta (y simple) por la que su abuelo hacía estos paseos, antes del crepúsculo, era que ya no podía dormir tanto como antes. La edad cambió sus hábitos. Por lo que debía aprovechar en algo el exceso de tiempo consciente.


Como su amigo, también me levantaba temprano para acompañarlo.


Los tres recorríamos primero una calle iluminada por una hilera de viejos postes de madera en los cuales, también, había viejas lámparas que, antagónicamente, usaban focos ‘led’. La potencia de la luz y lo descuidado de las farolas generaba un contraste curioso, en el que se mostraba claramente lo qué significa la fusión entre el futuro y pasado, igualmente de inciertos. Al caminar más, se llegaba a un sendero donde ya no había casas ni liminarias. En la última casa, se podía ver a un hombre, igual de viejo que el abuelo de Ayaquen, barriendo la calle. Al pasar enfrente a él, siempre, nos daba los buenos días. Luego, de caminar un poco más, aparecía una ligera pendiente desde la cual la oscuridad nos rodeaba completamente. Una que apenas era alterada por el destello de las estrellas y de otros cuerpos celestes en el cielo.


El abuelo, que ya estaba algo falto de vista, llevaba siempre consigo una lámpara portátil para evitar un accidente. Cuando decía que habíamos recorrido la mitad del trayecto, nos pedía detenernos y apagaba la linterna. Le indicaba a Ayaquen que mirara a su alrededor para apreciar el paisaje nocturno. En una de esas ocasiones, su abuelo le preguntó si le gustaba el color del cielo y lo que contenía. La bóveda celeste, como si fuera un fondo de una obra de teatro, lucía un color azul ocre oscuro con pequeñas manchas brillantes. La luz reflejada por la Luna era capaz de generar sombras que se distinguían en la penumbra del suelo. Pero todas esas pequeñas luces parecían temblar ante la oscuridad que les rodeaba y, que parecía, quería penetrar en el interior de todo.


Mientras veíamos el paisaje, Ayaquen preguntó a su abuelo sobre qué le parecía a él que todos los objetos pierden su color en la oscuridad. El abuelo se quedó confundido, primero por qué no entendía bien la pregunta y segundo él veía el entorno desde un punto de vista en el que la oscuridad ayuda a distinguir mejor las cosas que resplandecen. Si todo era igual, entonces no había nada qué observar. Al parecer su nieto consideraba que la oscuridad daba igualdad al mundo, volviéndolo una sola cosa, por lo qué comentó que la oscuridad sólo hace imaginar cosas ‘horribles’, desoladoras e inciertas. Que en ella los malos pensamientos se transforman en monstruos que atormentan a las personas. Al escuchar ésto, Ayaquen giró sobre sí mismo para mirar su entorno. Cuando regresó a su posición inicial dijo: “Abuelo, la luz sólo permite que los objetos tengan un sólo tipo de color. La oscuridad permite ver todos los colores posibles que poseen, incluidos aquellos que nuestros ojos nunca percibirán. Incluso es posible sentir cómo las plantas, el viento y todos los demás cuerpos están conectados, siguiendo una armonía precisa y sútil (señalando el cielo con una de sus manos) que a las personas les parece disonante. Ruido. La oscuridad tiene la capacidad de permitir que las cosas cambien. De hecho, nota que cuando hay un exceso de luz las cosas comienzan a disiparse, a mostrarse difusas, como si volviéramos a la oscuridad. Así la luz sólo es otra forma de ella. La oscuridad vibra con intensidad… ¡Sería estupendo poder escuchar el sonido que hace al crear!”.


Como era usual, de cada ocasión en que Ayaqune decía algo que no podía evitar mantener para sí mismo, su abuelo quedó más perplejo que al inicio. Sin embargo, era su abuelo y conocía sobre las sutilezas del comportamiento de su nieto, por lo que sólo pudo echarse a reír y luego decir, “¡Tienes una gran imaginación!, sólo ten cuidado de no asustar demasiado a los demás”. El abuelo, sin notar la ligera sonrisa de Ayaquen cuando lo escuchaba, prendió la linterna y nos hizo una seña para seguir caminando.


La sonrisa de Ayaquen de aquella ocasión fue sincera, estaba contento de que su abuelo fuera capaz de aceptar su incompetencia para imaginar más y, sin embargo, no evitar que su nieto lo hiciera. A fin de cuentas, su nieto siempre lo escuchaba a él con interés cuando contaba sobre su propia vida. De su niñez, de su juventud, de sus pequeñas aventuras. Cuando lo hacía, sentía que después de todo su propia vida era lo suficiente relevante para que alguien tan singular como Ayaquen le prestará atención. Para él no era relevante tratar de comprender las intrincadas maquinaciones de la mente de tal personaje, sabía que su nieto se levantaba a las cinco de la mañana para caminar con él.


Ayaquen lucía como una persona común. Pelo oscuro. Piel morena. Ligeramente más alto que la mayoría de los chicos de su edad. Delgado, sin demasiados músculos. Cuyos ojos café claro parecían piedras de ámbar, donde los insectos quedan atrapados. Tiene la capacidad de escuchar y entender el lenguaje difuso con que se interpreta a la oscuridad. Él es, como su abuelo decía, mejor que ellos, mejor que los demás, y que, tal vez, llegaría a ser un ser diferente.


*** Reika ***


La tarde-noche se sentía animada, la gente caminaba de un lado a otro para visitar los diferentes escenarios y locales que se habían colocado en el ‘Gran Jardín’ de la universidad y donde los diferentes clubs, como el de música, teatro, cine o animación, mostraban las cosas que realizaban o bien lo que habían producido durante el último año.


El Festival Anual de Verano es una tradición de la Universidad del Conocimiento Onírico, que tenía la intención de mostrar al público en general que el pensamiento técnico siempre debe estar acompañado del arte (aunque, de hecho, la cosa era al revés, pero discutir al respecto sería una actividad que evitaría disfrutar del ambiente). Sea ésto o no una verdadera razón para realizarlo o sólo una excusa, es indiscutible que me gusta el festival. Paso casi todo el tiempo de los días que dura en él. Visitando cada uno de los puestos. Escuchando música en vivo, viendo películas ameteur, apreciando exposiciones de arte y atendiendo a las obras de teatro. Lo que más me gusta del festival es que lo realizan en el Gran Jardín, que es la parte más bella de la universidad, y, en pocas palabras, es un ‘gran jardín’. Un amplio prado en donde se podían ver bosquecillos, quioscos de piedra adornando las orillas de pequeños lagos artificiales, donde se podía ver patos y peces, y lleno de varios invernaderos de altos muros de cristal sostenidos por hermosas herrerías. En el centro del jardín hay uno, el más grande de ellos, cuya forma circular hace que parezca un observatorio astronómico. En las noches, cuando se prenden las luces interiores de los invernaderos, parece que uno ha entrado al mundo de los sueños. El Gran Jardín es un lugar  para disfrutar de la Realidad. 


A pesar de que tenía una gran actividad en diferentes clubs, nunca establecí ningún tipo de amistad con nadie. Pero dado que parecía convivir y hablar con muchas personas, se creó la idea de que era popular. Claro que ello era también una estrategía mía para pasar inadvertida. Cuánto más grande es un objeto, suele no ser notado. Era un hecho que disfrutaba en solitario del festival, a pesar de que se me ‘veía’ siempre estar acompañada por alguien. Tal vez, si Ayaquen y Oscuro hubieran estado conmigo entonces podría decir que el ambiente era perfecto. Al estar en la Universidad del Conocimiento Onírico, la probabilidad de que hubiera alguien que intuyera mis habilidades era mayor, pero, claro, al saber de esto había tomado las medidas adecuadas para evitar que sucediera. Todas las personas me reconocían por ser una mujer de apariencia sencilla y con una disposición a ayudar a cualquiera. Cuando se enfrentaban a complicados problemas técnicos-abstractos, algunos me pedían sugerencias u opciones, yo analizaba las cuestiones y hallaba la respuesta rápidamente, pero, siempre, de una forma muy sútil les hacía creer que me costaba mucho trabajo, como a ellos, dar con una idea, o bien, hacía que ellos encontraran la respuesta. Debido a esto, muchos me consideraban como un objeto de la buena fortuna. Esto hacía que recibiera frecuentemente invitaciones a reuniones o fiestas, a las que siempre ponía alguna excusa. Nunca se sintieron ofendidos por ello, pues me veían siempre rodeado de gente. Era el plan para parecer la persona más sociable en el lugar. Hubiera podido hacer lo mismo en mis anteriores etapas escolares, pero ahí había gente con intereses no llamativos. Aquí había gente que si mostraba curiosidad, torpe pero real, en querer comprender algo de la Realidad. 


Toda esa pantalla que creaba, además de ser utilitaria, me servía para divertirme. La vida ordinaria, más bien, la vida ordinaria de los demás, como la veía, no me apetecía. No deseaba tener lo mismo que ellos ni llegar a ser lo qué ellos deseaban. Sólo quería pasar una vida tratando de entender mis propios deseos y haciéndolos tan reales como fuera posible. Sin embargo, la aleatoriedad siempre está presente en el medio en que existimos y la posibilidad de que los planes que se construyen no sean efectivos es una opción constante.


En el pensamiento de algunos, yo era demasiado enigmática, sobre todo al considerar los colores diversos de mis ojos. Para ciertas personas yo era una ‘bruja’, con ciertos dones mágicos para hacer que las cosas sucedieran en los momentos oportunos. Esta descripción sobre mí la había encontrado en uno de los borradores de una obra que estarían representando en el festival. El autor de la obra era un compañero mío de la clase de literatura-técnica. Aunque no era necesario que yo tomará el curso, me gustaba estar en él para escuchar hablar sobre la manera en que la literatura ficcional creaba teorías del funcionamiento de la Realidad, usando sólo experimentos imaginarios. Como me sentaba a su lado, solía preguntarme cosas sobre el curso, asumiendo que yo lo tomaba. Al intercambiar información, el chico supo sobre las cosas que hacía, llegué a comentarle sobre mis propias ideas ficcionales, las cuales le parecían agradar mucho. Un día, cuando otro compañero vino a buscarme para pedirme una opinión sobre un problema sobre la recomposición de señales de radio provenientes del Sol, el compañero de la clase de literatura-técnica se sorprendió del complicado lenguaje que el otro usaba para explicar su problema. A pesar de que no di más que una sugerencia trivial a la cuestión, el chico de la clase de literatura-técnica se asombró de la confianza que el otro había mostrado hacía mí. Cuando estuvimos los dos, en broma, me dijo que parecía ser una bruja, enigmática, rara y que daba un poco de miedo ver eso reunido en una persona con ojos como los míos.


Unos días antes de que comenzará el Festival Anual de Verano, me encontré con él. No lo había visto durante un tiempo. Me explicó que había estado muy ocupado preparando su obra de teatro y la cual, casualmente, estaba basada en mí. “Esta es una historia de una bruja de gran talento para la magia, capaz de hacer lo que nadie todavía ha imaginado, sin embargo ella tiene un profundo sentimiento de desorientación. No sabe si está en el lugar adecuado. La gente rehúye de su presencia no por miedo, simplemente no saben cómo comunicarse con ella más allá de saludos y peticiones simples. Ella es como la oscuridad enorme, enigmática y llena de ideas en las que fácilmente uno se puede perder. Un buen día se encuentra con dos seres muy parecidas a ella. Lo cual, primero, le sorprende y luego la llena de alegría. Los tres comienzan la búsqueda de un lugar apropiado para ellos”. Sus palabras me parecieron hermosas y, no podía hacer otra cosa, que dejar que hicieran eco en mi interior.


Al terminar de ver su obra, en la que era notorio el gran esfuerzo que había puesto para que todo saliera perfecto, fuí a buscarlo y lo felicité por ella. Luego me dirigí a ver otros escenarios con una agradable sabor de boca por su linda historia.


Me detuve en uno para escuchar música. Noté que el intérprete era una chica a la que ya había escuchado con anterioridad, su estilo me agradaba. Si no recordaba mal, algo que nunca hacía, la melodía que tocaba se llama ‘Sobre la Naturaleza de la Luz’. El nombre me pareció certero para tal música, la cual era maravillosa. Al acercarme más al escenario para sentir la intensidad del sonido, mi corazón y manos vibraron de tal forma que hallé una manera para que Ayaquen y Oscuro encontrarán a los seres de ultrafrecuencia. Se requería de un fuerte deseo y de la ‘magia’.



La magia se concibe comúnmente como un ‘arte oscuro’. “¿Por qué?”, me lo pregunté.


Toda forma de racionalizar la Realidad es igualmente válida. A priori, toda idea es esteril hasta que uno decide someterla a su escrutinio. Posiblemente, es en esto dónde está la cuestión fundamental de asimilar lo qué significa ‘comprender’. Hasta el momento, de manera aparentemente irremediable, conocer algo siempre implica un ‘costo’ o ‘pérdida’ de quién desea saber. Al moverse de un punto A a un punto B, sea la motivación que impulse el hacerlo o la inercia de los demás cuerpos que obliga a moverse, hay un gasto de energía.


La magia resultó ser una de las primeras formas en que los seres humanos trataron de racionalizar la Realidad. Creyeron que con ella serían capaces de controlar o manipular los elementos que forman su entorno. En la práctica, se dieron cuenta que era necesario dar o cambiar algo para utilizarla. La magia requería una excesiva cantidad de ‘energía’ para trabajar. Fue por ello que los primeros prácticas de esa ciencia fueron las mujeres. Sus cuerpos capaces de transmitir la energía vital a sus descendientes, quienes en un inicio se desarrollaban en su interior, les enseño a ser fuertes y, muy importantemente, a dar sin saber qué podrían recibir a cambio.


A las mujeres que practicaron la magia se les llamó ‘brujas’. Ellas habían logrado entender que la Realidad está definida en términos no-humanos, por lo que para poder comprender algo de ella debían buscar la manera de ser diferentes, pues sabían que su propia condición limitaría lo qué pudieran ver.


Entre los primeros logros que hicieron al desarrollar esta ciencia, fue cómo curar o provocar enfermedades, lo que atrajo la atención de los otros. Sus artes al ser complicadas, lo cual no podía ser de otra forma, hizo que la gente comenzará a describirlas como ‘artes ocultas’ o ‘oscuras’. Lo irónico de aquel nombre es, que a pesar de basarse en una concepción errónea, describía adecuadamente lo que aquellas extraordinarias mujeres habían discernido sobre la naturaleza de la Realidad. Extrapolaron que la sustancia más usual de la Realidad es la materia oscura y qué en ella se debía resguardar algo. ¿Qué? Memoria. La oscuridad es la memoria de la Realidad. Es ahí donde surge la imaginación y con la que se crean los mecanismos qué definen el comportamiento de los objetos en movimiento. 


Al estudiar con detenimiento la historia de la brujería y a sus practicantes, sobre todo las más antiguas, capté que las brujas lograron entender algo del lenguaje no-humano de la oscuridad y pudieron realizar cosas extraordinarias. Sin embargo, su propia condición humana les impedía llegar a comprender con la suficiente claridad ese lenguaje. En sus intentos de profundizar en lo que había guardado en la oscuridad, tuvieron que realizar acciones demasiado ‘singulares’, ‘exquisitas’ y ‘ dolorosas’.


Los ‘rituales mágicos’ parecen ser acciones estúpidas, sin sentido o cosas de excesiva extravagancia de mal gusto. Es normal ver lo de esa manera, tomando en cuenta que siempre se asume que el lenguaje y el entendimiento de uno mismo es el mejor.  Sin embargo, la racionalidad tampoco es algo de origen humano. Además, cómo suele suceder, lo importante se olvida y lo trivial se coloca como lo más relevante. Al menos así ocurre con criaturas de limitado pensamiento. En cualquier caso, las brujas emplearon los rituales mágicos como herramientas de abstracción para analizar la naturaleza de la Realidad.


Después de un tiempo, de haber recuperado, estudiado y reconstruido algunos aspectos sobre los rituales mágicos, llegué a una conclusión con la Ayaqune, Oscuro y yo podríamos ver a los seres de ultrafrecuencia. El mayor deseo de todos nosotros. Aquellas peculiares criaturas nos hacían sentir cómodos e intuíamos que de lograr estar en el mismo lugar que ellos seríamos ‘felices’. Esos sentimientos nos impulsan a realizar con extrema seriedad las cosas necesarias para materializar nuestros anhelos.


Entre las formas extravagantes del arte de la brujería está la utilización de objetos peculiares, que deben representar un ‘gran valor’ para aquellos que lo usan. Estos objetos deben poseer cualidades particulares para que puedan ser empleados en los rituales. Sobre todo poseer por sí mismo algo que los vuelva extraordinarios. El método que había ideado para encontrar a los seres de ultrafrecuencia requería un objeto de está índole. Un objeto que sirviera como transductor para escuchar el sonido que producían.


El deseo de verlos era tan fuerte que después de pensarlo con mucho cuidado y no encontrar otra alternativa plausible, comprendí el por qué a las brujas, eventualmente, se les tuvo miedo y asco, lo cual causó su desaparición y la trivialización de sus logros y arte.


Para encontrar a los seres de ultrafrecuencia era necesario identificar las frecuencias de sus ‘ecos’.  Lo cual es ridículo en sí mismo. ¿Cómo reconocer lo que nunca se ha visto? Aquí es donde la magia resulta una buena aproximación para comprender la naturaleza de la Realidad, siempre que se acepte hacer lo necesario para ello.


A pesar de mis esfuerzos, de noches sin dormir, pensando y repensando todos los detalles, llegaba a la misma solución. Aquello me hizo sentir tan humana, fue la primera vez que comprendí realmente a mi padre y la aceptación de su condición. Qué difícil ser lo qué uno es. Al reconocer mi incapacidad, finalmente les comunique a Ayaquen y Oscuro. Ellos también tendrían que tomar decisiones. 


Desde el festival, cuando obtuve mi gran inspiración, había dormido poco. Por lo que tuve la oportunidad, durante varias mañanas, de ver como la fina luz del Sol iba delineando las formas de los objetos que veía por mi ventana. Vivía cerca de la universidad, en una buena habitación que mis padres ayudaban a pagar. En un barrio tranquilo, limpio, y que, al igual que la universidad, tenía como vista una pequeña cordillera de montes. En aquellos amaneceres podía distinguir la oscuridad de los cuerpos rocosos chocando con el cielo azul y los cuales, por un breve tiempo, eran divididos por una fina línea roja. Aquel espectáculo de colores me recordaba a mis propios ojos y mi primer encuentro con Ayaquen y Oscuro. Ayaquen había dicho en esa ocasión, “... es maravilloso ver cómo la Realidad cambia en tus ojos…”, palabras que surgieron al notar su naturaleza. Sus palabras y sus sonidos crearon un eco que sigue resonando en mí. Es el recuerdo más precioso de mi existencia. Sea lo que decidieran, yo seguiría con ellos.


*** Ayaquen***


Al escuchar música reproducida en un par de altavoces de alta fidelidad, hay cuatro partes de tu cuerpo que reaccionan casi inmediatamente al sonido cuando este te parece agradable. Los pies y las manos tratan de seguir el ritmo, como si se tratarán de diapasones que se sincronizan con las vibraciones. Claramente esto sucede después de que el cerebro haya interpretado este estímulo externo. Luego, al aumentar el volumen de la música, es el corazón el qué comienza a funcionar como una ‘cámara de ecos’. La reverberación comienza a calentar el pecho y un ligero dolor se comienza a sentir desde su centro hacía las extremidades del cuerpo. 


Los sonidos o, mejor dicho, las vibraciones nos golpean constantemente. 


¿Cómo son afectados los órganos que tratan de vibrar a la misma frecuencia que esas perturbaciones?


Dependiendo de la naturaleza del movimiento ondulatorio, el eco de un ‘sonido’ puede quedar guardado en el cuerpo en el que resuena por un largo tiempo, debido a que las minúsculas partículas de los órganos se sincronizan con él. De manera similar a como la voz es llevada por el viento. 


Una pregunta pertinente es saber cuánto dura esa vibración y, antes de que se extinga, cómo sería posible recuperarla de la gran superposición de los sonidos que siguen chocando sobre un mismo cuerpo.



Reika dijo que existen sonidos que se quedan guardados en nuestros cuerpos. Sobre todo en los huesos, pues estos están constituidos por un material rígido que a la vez es poroso, en sus microscópicas cavidades la perturbación reverbera. Por lo que en un principio es posible recuperar la información de la vibración.


Ella había ideado una estrategía para poder ver a los seres de ultrafrecuencia a partir de esta información. Aunque ponerlo en práctica sería costoso.


El problema de aislar el patrón (desconocido) de los seres de ultrafrecuencia tenía una complejidad que había puesto a prueba las capacidades de Reika. Con un gran esfuerzo, ella había encontrado una forma, no tan ‘ortodoxa’, de dar una solución al problema.


Todos estábamos convencidos de la existencia de los seres de ultrafrecuencia. Yo había sido el primero en ‘recordar’ su existencia. De los tres, yo era el qué con mayor intensidad sentía su cercanía, a pesar de no verlos. Parecía que reaccionaba con facilidad a su ‘llamado’.


De acuerdo a Reika, si lográbamos identificar aquel llamado, entonces se podría construir un diapasón con el cuál sería posible rastrear su ‘ubicación’, ya que este se sincronizaría con la frecuencia a la que ellos resuenan.


¿El eco de su llamado estaría dentro de mí? ¿En qué parte se podría escuchar mejor: corazón, oídos, cerebro o manos? ¿Qué pedazo de mi necesita Reika?


Desde que comencé a sentir la presencia de los seres de ultrafrecuencia, experimentaba un cosquilleo en todo el cuerpo. Mis manos eran donde más sentía el retumbar de su llamado. Temblaban por una emoción que se desbordaba en mí. Una como la que se experimenta cuando, después de una larga travesía, se está a punto de llegar al final para obtener lo qué tanto se desea. Su mensaje parecía decir “Vuelve y sigue cambiando…”, lo cual me hacía pensar en que yo debía regresar a mi ‘original’ posición en la Realidad.


Decidí cortarme los dedos para que Reika pudiera usarlos para construir el diapasón mágico. Ellos serían los elementos de mi cuerpo para cumplir con el ritual mágico. Estas acciones eran, como nos contó Reika, lo que había causado que las brujas se les odiará y, entonces, se les tuviera miedo. Ellas sabían el costo real de ‘conocer’ la parte abstracta de la Realidad. Ellas daban lo necesario, lo requerido, para convertirse en algo diferente de lo que habían nacido. Ese denotado valor para transformarse les parecía aberrante a sus congéneres. Tal malestar sigue presente al día de hoy. La ciencia se ha alejado, aparentemente, de la magia, sin embargo, ella sólo es un reducto de lo que fue en un principio las artes oscuras. La magia busca la esencia de las cosas, sus verdaderos nombres (que son no-humanos), la ciencia (en el entendimiento humano) trata de obligar a que los objetos usen los nombres que ellos imponen. En ésto es donde reside el miedo y el odio, los humanos insisten en nombrar las cosas por ellos mismos en lugar de conocerlas. Las primeras brujas sabían que perderían sus formas humanas al intentar comprender la naturaleza de la Realidad y ello era desagradable, pues los hombre se asumen como el ‘perfectum objectum’. Aunque ello era sólo una vanidad estúpida pues la única vanidad real que puede existir es la de la Realidad misma, que nunca sigue los deseos ni los dogmas de ninguna criatura. Para ‘percibir’ se debía ser algo diferente, algo mejor, y ello significa dejar de ser lo que uno es.


Discutí con Oscuro sobre nuestro deseo de conocer a los seres de ultrafrecuencia. Nos agradaba el ‘juego’ de imaginarlos, crear dibujos sobre ellos y escribir explicaciones sobre sus comportamientos, su cultura y costumbres. En especial queríamos aprender a ver la Realidad con sus ojos. Ahora, ya no era tiempo de jugar, ahora se debía subir otro peldaño, uno alto y difícil de alcanzar. Era aceptable hacerlo. Seguiríamos avanzando.


Hablamos un día entero sin parar sobre ello. No dormidos. 


Luego de discutir los detalles de lo que tendríamos que hacer, fuí a tomar una siesta. Antes de comenzar a dormir, mire mi manos y observe el movimiento de los dedos, imaginé los diferentes ligamentos tensandose y la sangre fluyendo por los diminutos capilares que se enrollan en músculos y huesos. Me pregunté sobre la utilidad real de cada una de las partes que me conforman. Sentí una sensación de perplejidad al pensar en lo ridículo qué es la Realidad al crear mecanismos tan delicados en los que se guardan ideas extravagantes. Recordé algo que Reika nos había explicado. Las criaturas no-humanas del planeta llevan en sí mismas el conocimiento de lo que han aprendido en sus vidas, sus cuerpos cambian para ser mejores máquinas. Eso no debería ser distinto para los humanos. Pero, al perder un ojo, un diente, un dedo o una pierna o brazo, creían que podían seguir conservando la misma personalidad. Ello reconfortaba un poco al mutilado. Sin embargo, los sentimientos qué experimentaban por la ausencia de una de sus partes los confundía y atormentaba. Les enloquecía volver a ser lo que eran. Nunca comprendían que era la oportunidad de ser una nueva variante, una tal vez mejor. Con esa idea en mente me quedé dormido.


*** Memoria, pensamiento y deseo ***


Una estrategía que han usado diferentes civilizaciones para resolver problemas es la de ‘dividir y vencer’, la cual consiste, básicamente, en reducir el problema en instancias donde sea obvio su resolución. Una vez encontrada la respuesta, ahora se requiere realizar el proceso inverso, ‘integrar y crecer’.


Entre los experimentos pueriles que algunas civilizaciones han realizado con las fuerzas electromagnéticas se encuentran los sistemas RGB, que son usados para la transmisión y reproducción de imágenes a color y movimiento. Esto es resultado de la mezcla de tres haces de luz, rojo, verde y azul, con los que se recrean holográficamente objetos que se encuentran en otros lugares y tiempos. Se trata de un mecanismo de ‘prisma invertido’, que en lugar de separar las diferentes frecuencias de la luz blanca, se integran artificialmente para recrear a los objetos. La información que los define es separada y luego integrada. 


Los sistemas RGB fueron ampliamente usados para comunicar intensidad emocional, para que individuos que no podían estar a ciertos tiempos en ciertos lugares pudieran apreciar la belleza o la sutileza de la Realidad. Una manera de establecer lazos que los uniera.


Las criaturas de otras civilizaciones utilizan el principio de ‘dividir y vencer’ e ‘integrar y crecer’ con el mismo propósito de aquellas que usaban los sistemas RGB para unir espiritualmente a sus individuos.


Por ejemplo, entre los seres de ultrafrecuencia, que viven en el mundo usual pero que no son visibles a ojos lentos, hay una especie que son un caso de esto. A través de sus existencia los ‘​​tenebris’ han creado la costumbre de dividir sus cuerpos, dando lugar a subseres completamente independientes que pueden vivir en ambientes de frecuencias bajas. Este comportamiento es equivalente a los que en otras sociedades se suele llamar ‘ritos de madurez’ y, como tal, tienen el objetivo de hacer ‘comprender’ a los más jóvenes el significado de ‘cambiar’. 


Se sabe que los tenebris han superado el rito si logran reunificar sus partes. Como, también, es de esperarse, muchos que lo realizan son incapaces de regresar a ser uno nuevamente. Olvidan lo que fueron y cada de sus partes se va aislando hasta creer que ellos son únicos, perdiendo la esencia de su primera naturaleza. En esto mismo se encuentra la razón de pasar por el rito. Los tinibris desean saber qué son y para comprenderlo separan su ‘alma’ para saber qué tanto se guarda de ellos mismos en cada una de sus partes. Si uno de ellos no logra la unificación, significa que es incapaz de sobrevivir a la Realidad. Como los lobos que cuando notan que una cría suya es incapaz de valerse por sí misma debido, por ejemplo, a un defecto físico, la matan por sus propias manos. Tal acción puede considerarse ‘cruel’ o ‘aberrante’, pero los seres en la Realidad siempre están expuestos a la violencia de la aleatoriedad. Creencias, culturas y miedos no son los mismos para cada civilización y en la Realidad sólo se permite el cambio de aquellos que sobreviven. Sean cuales sean las razones abstractas por lo que lo hacen, los tinibris se parten en tres superfrecuencias ajenas que forman su esencia. Es complicado describir el mecanismo de cómo se dividen y, más aún, el cómo se unen, pero se puede decir que se parten en ‘memoria, pensamiento y deseo’. Aspectos que para los tinibris constituyen los fundamentos de la existencia y la capacidad de supervivencia en el mundo adverso de la Realidad.


Tal vez sea adecuado mencionar, para darse una ligera idea sobre la biocultura que conforma a los tinibris, es que comparten aspectos similares a ‘lupus terra’. Sus miradas son igualmente penetrantes. Al encontrarlos en los bosques, con su andar limpio y rítmico, los lupus terra impresionan por su tamaño y la serenidad que transmiten, que no significa una bienvenida. Cuando se les ve corriendo en manada se siente que se ha entrado a un sueño. Vistos desde una alta colina, en el cielo limpio de una noche estrellada bajo una tenue lluvia, el golpeo de sus patas sobre el suelo produce un sonido que hace resonar algo olvidado en el interior. Algo que nunca te ha dejado, algo que siempre ha sido parte de uno, pero que se ha olvidado. Ese objeto onírico en nuestro interior es como la oscuridad, mutable, cambiante, pensamiento perpetuo. Esto puede parecer una descripción romántica de los lupus o tinibris, sin embargo proveen de una ligera noción. Las palabras adecuadas siguen siendo exclusivas de la Realidad.


La biocultura de los tinibris se desarrolló durante un tiempo que podría considerarse casi indefinido, si quién mide es una mente reducida, en el que aprendieron el nombre real de algunos objetos de la Realidad. Entendieron que cada uno de ellos existe bajo su propio deseo, sin la necesidad de qué otros los definan. Ello les dió poder sobre sí mismos. Memoria, pensamiento y deseo, son lo que creyeron necesario para sobrevivir. Recordar, imaginar y crear, son lo que discernieron necesario para vivir. Dividir su ‘alma’ es la forma en que ellos consideran pueden aprender y entender cómo sobrevivir a la aleatoriedad de la Realidad.


Al nacer las criaturas parecen seguir instintivamente un sólo objetivo, sobrevivir. Al crecer, desarrollan una conciencia sobre su posición en la Realidad. Los tinibris viven en un plano de ciertas frecuencias, pero el Orbe es amplio. Cuando la curiosidad y el deseo de saber si el lugar es el correcto, comienzan su rito de madurez. Corren hasta que las partículas de sus cuerpos comienzan a vibrar a mayor velocidad de lo que ya lo hacen. Con ese ímpetu chocan contra la atmósfera ionizada del planeta, de tal forma que el campo magnético los divide en tres partes y los ‘sonidos’ individuales caen de nuevo a la superficie. El eco de su impacto se incrusta en el cuerpo de otros seres mezclándo las identidades de los individuos para crear uno nuevo. Luego, se presenta la parte más complicada e incierta del rito de madurez. Memoria, pensamiento y deseo deben encontrarse, reconocerse y reintegrarse. El eco de los tinibris puede perdurar por un lugar tiempo y es posible que su reverberación se traslade a otros objetos debido a la fuerza de sus sonidos. Sin embargo, el tiempo siempre es limitado para los seres vivos y las circunstancias poco favorables para sobrevivir, haciendo que muchos perezcan.


Puede sonar bastante desolador o como un acto de irracionalidad. Preferir desaparecer antes qué continuar viviendo. Más, como suele suceder, no lo es.


Al inicio de mi existencia tenía un sólo nombre, ‘Aor’. Luego, fuí llamado por tres diferentes nombres, ‘Ayaquen, Oscuro y Reika’.


Cada uno de estos nombres tenía una personalidad propia, una forma de ser, respirar y ver. Cada uno quería vivir y sentir a su modo, sin embargo, ninguno de ellos se sentía en el lugar adecuado. Siempre mirando a su alrededor, buscando orientación. Separados e incompletos. Desolados en un entorno que comprendían pero al que no pertenecían. El deseo, la memoria y el pensamiento vibraban estrepitosamente en ellos.


Luego se encontraron y desearon regresar. Hacerlo nunca es simple y siempre es inhumano.


El deseo era fuerte.


Hicieron lo que debían hacer. Sus acciones lastimaron a otros. Aquellos que los conocieron los extrañaron y lloraron su ausencia. Los tres nombres agradecieron que el dolor que provocaron no duraría demasiado. 


La Realidad no está definida por el sufrimiento de ninguna criatura. Para que fuera así, se debía salir de ella. Una acción de una magnitud imaginaria que sólo podía realizarse por aquellos que lograrán desaparecer de su interior. Cuestión que obsesiona a muchas criaturas en el cosmos, en particular a los tinibris.


¿Puede surgir un objeto en la Realidad capaz de escapar de ella?


Vuelvo a tener un sólo nombre: Rao. 


Veo la Realidad de una forma distinta. Más amplia, más entendible. Hay cambios en ella que me parecen más lentos y coherentes. Hay otros que escapan a mi entendimiento, aunque siento que soy capaz de cambiar para llegar a asimilarlos.


Recuerdo cómo fue mi inicio.


Recuerdo a aquellos que cuidaron mis nombres. Su voz, sus deseos, sus sonidos en la Realidad.


Al correr entre los que son como yo, pienso en la pregunta que nos obliga a cambiar.


Deseo saber si soy capaz de dejar mi identidad para salir de la Realidad.


Mientras escucho los sonidos a mi alrededor y observo cómo el  entorno va integrando nuevas sutiles variaciones, comienzo a recordar que hubo un lugar más adecuado para lo que verdaderamente soy. Un día estaré ahí.


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