miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 1)

 

 por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

He intentado dormir de corrido por las noches. A pesar de mis esfuerzos, sigo levantando dos o tres veces. Un fuerte impulso me obliga a ir al baño. Cuando estoy frente a una de las mayores invenciones de la humanidad, con la parte descubierta de mi cuerpo que me permite realizar lo que todo ser humano debe hacer cada cierto tiempo, la sensación urgente de orinar desaparece. A pesar de apretar los músculos pertinentes, con la finalidad de crear la diferencia de presión necesaria para expulsar el líquido de desecho, nada sale. Aquello es demasiado molesto. El hecho en sí mismo, de que no saliera algo, no me irrita, pero ¡realmente amo dormir! Al regresar a mi cama, cansado y molesto por la interrupción, recuerdo el tiempo en que podía dormir de manera continua más de ocho horas. Ahora, por una extraña razón, mi cuerpo me obliga a despertarme, en múltiples ocasiones por la noche, para eliminar algo. Pero cuando eso debía ser expulsado, nada sucedía.


De las pocas cosas que disfruto y acepto de mi humanidad, es quedarme en ese estado de letargo e inconsciencia natural. En el que ciertas señales eléctricas, de dudoso origen, viajan por mi cerebro creando sensaciones que me agradan experimentar.


Antes, cuando era más jóven, cada noche acostumbraba tomar agua. Por alguna razón, también desconocida, sentía una necesidad imperante de beber ese líquido antes de ir a dormir. Me levantaba exactamente a las 3:00 am y sólo en ese horario. Al ir al baño podía escuchar cómo el líquido amarillo caía, por efecto de la gravedad, hacia el interior del inodoro. Al crecer y ver como mi cuerpo perdía resistencia o vitalidad, esta costumbre me pareció innecesaria y a evitar, por lo que dejé de beber agua antes de ir a dormir. Lo inaudito, como es usual, es que ahora me despertaba más veces por las noches y, al ir al baño, ya no escuchaba el sonido del agua golpeando la porcelana del excusado. 


Decidí hacer más ejercicio del que estaba acostumbrado a realizar, con la idea de agotar mi cuerpo y poder dormir como consecuencia natural de la fatiga. Al principio, tuvo algunos éxitos. Aunque luego volví a la misma situación. Seguí levantándome de manera súbita, varias veces, en la noche para ir al baño y estar parado, soñoliento y con un ligero dolor de cabeza. Con una cara de estúpido veía a ese maravilloso invento de la humanidad de color verde porcelena. Ese artilugio representaba para mí los mejores pensamientos técnicos de mi civilización y, a la vez, su trivialidad innata.


Llegué a pensar que tenía una grave enfermedad causada por la entropía natural de mi cuerpo. Sin embargo, sólo contaba con ridículamente 33 años. Hay lagartijas que viven más y lucen mejor que yo, a pesar de vivir en soluciones salinas.


Sentía que algo extraño lo causaba, tenía mis hipótesis sobre ello. Comía bien y realizaba con regularidad actividades para cuidar mi salud. Claro, que nada extraordinario, todo acorde para una persona con mi estilo de vida. Que suele pasar gran parte de su tiempo escribiendo sobre cosas que poco interesan a la mayoría y que, irónicamente, me alegraba poder colocarlas sobre el papel, aunque usara un computador para ello la mayoría de las veces. (En ocasiones usaba mi antigua máquina de escribir y, literalmente, escribía mis ideas sobre las delgadas láminas de celulosa). Disfruto de hacerlo, un pequeño placer para una pequeña persona. Aunque, por otro lado, también me veía obligado a estar sentado frente al computador para realizar el trabajo pecuniario, que consistía en ayudar a escribir a diferentes clases de personas. Ya que una gran parte de mi vida la había dedicado a leer y mi memoria era excepcional, lograba hacer y de mejor manera lo que las máquinas más ‘inteligentes’ del momento hacían. Mejorar las malas ideas creativas de las personas ‘creativas’. 


No sólo atendía a gente que escribía novelas policiacas, sino también a aquellos que se dedicaban a la ciencia ficción, fantasía y cosas científicas formales. Ayudaba a mejorar la calidad literaria de documentos técnicos, para que lucieran ‘llamativos’. Especialmente era bueno en lo relacionado con temas de matemática o biología. De hecho, me había especializado de manera profesional en la primera área, al grado de obtener un grado doctoral. Aunque, puedo decir que conozco muy bien la biología. Mis conocimientos y entendimientos en el tema son más amplios y profundos que de los que se dedican de manera activa y remunerada a la investigación de los seres vivos. He de decir que, de hecho, yo también realizo mis propias investigaciones y las cuales son bastante interesantes desde diversos puntos de vista. Sin embargo, como no siguen una finalidad utilitaria, en el sentido humano, podría decir que las llevó a cabo por el simple hecho de qué puedo hacerlo y me distraigo haciéndolas. Es decir, es un hobby que me tomo con ‘seriedad’. Si alguien de la comunidad científica (humana) viera mi actuar, se sentiría ofendido por el ‘desperdicio’ de saber qué hago. Ellos asumen que su ‘superioridad racional’ les permite juzgar con ecuanimidad a los ‘otros’. Es cierto que muchos ‘científicos’ ven mejor algunas cosas, pero todos ellos siguen siendo humanos. Demasiado hipócritas y soberbios para aceptar su verdadera posición en el orden natural de la realidad.


Cuando pienso en ello, me gustaría ser capaz de negar que tales atributos forman parte mí. Cada día intento eliminar aquello que me hace humano. Hace tiempo que decidí vivir bajo otros principios y tan lejos como fuera posible de lo que soy naturalmente. Reconocía que mi inteligencia y capacidades eran bastantes ajenas a lo humano. Ellas me habían permitido aprender a sobrevivir a una civilización tan desagradable como la mía. Pero es tan complicado evitar lo que uno es. Sé que soy un individuo inusual, pero nunca lo suficiente para estar totalmente fuera de la condición humana impuesta por la realidad.


Cuando visité al médico para tratar de averiguar qué es lo que me sucedía, la única información que obtuve fue que me encontraba en un perfecto estado de salud. Nada inusual en mi cuerpo. Una respuesta bastante estándar de parte de un médico. Posiblemente, me dijo, era que sólo tenía un estrés acumulado que se manifestaba de esa manera. Me extendió una receta médica para poder adquirir cápsulas para dormir y me sugirió ir con un médico de la mente. Tal vez una terapia podría ayudarme a averiguar sobre mis problemas subconsciente. Descarte esta última opción. Sabía que había en mi subconsciente y sabía que ningún humano podría entenderlo. 


La medicina me permitió volver a dormir toda la noche, pero mi cuerpo desarrolló rápidamente resistencia a ella. Por lo que decidí dejar de ingerirlas. Nunca he sentido confianza en las sustancias sintéticas que los seres humanos desarrollan en laboratorios para ‘sanar’ el cuerpo, pero tenía que hacer el ensayo de comprobar su posible utilidad. Sabía del proceso que se seguía para este tipo de sustancias. Mediante mediciones extremadamente precisas de diferentes compuestos derivados del petróleo y una mezcla totalmente controlada de ellos daban pauta a la creación de nuevas ‘alquimias’ psicotrópicas, en donde los enlaces químicos de sus átomos se organizaban en mallas hexagonales que inducían un cambio bioquímico en el cerebro o el hígado para que dejarán o hicieran funciones no-usuales dentro del organismo. Se suponía que este proceso controlado creaba, al menos teóricamente, medicamentos ‘útiles’, sin embargo las fuerzas microscópicas, como electricidad estática o el exceso de disolventes diluidos en el ambiente, podrían generar reacciones inesperadas que a su vez traerían consecuencias, posiblemente, no agradables para los consumidores. Por ello, después de las mezclas, se requería de realizar ensayos clínicos para recabar datos que luego eran analizados estadísticamente para  validar la proporción de personas que no sufrirían efectos secundarios ‘notables’ al consumir el nuevo fármaco. Todo un robusto sistema para el beneficio de la humanidad. 


Pero, como suele suceder, se sabía que las pruebas, además de calcular el mayor número de personas que podrían ser beneficiadas, también estimaba el número de personas que se volverían dependientes del medicamento y, lo cual, serviría para una planeación mercantil de la siguiente sustancia que ayudaría a abandonar la dependencia generada por la primera y dar pauta a la siguiente. Como era obvio y notable, el sistema mostraba lo qué significaba tener una buena planificación industrial. Que seguía volviendo cada vez más eficaz. Si uno depende de algo exterior para existir ese algo es una necesidad y las necesidades artificiales humanas eran creadas para controlar la ansiedad, siempre en aumento, de las personas, que desde pequeñas buscaban ser seres ‘notables’.


Ser un mejor humano parece ser una meta simple, debido a que naturalmente los seres vivos cambian conforme al paso del tiempo con la finalidad de sobrevivir, es decir, volverse más admirables. ¿Qué otra posibilidad podría existir? El medio siempre hostil obliga a ello. Así que algunos avanzan, mientras que otros desaparecen. Por esa razón habíamos llegado a poseer cinco dedos en las manos, con un pulgar que permitía siempre mostrar nuestra aceptación de las cosas que nos agradan. Aunque, es necesario mencionar que la existencia de las ‘aberraciones’ genéticas generaban, de vez en vez, manos con más o menos dedos. Y estos aparentes ‘incidentes’, me hacían pensar en la posibilidad de que las casualidades no siempre lo eran.


Cuando me levantaba por las noches a tratar de orinar, sentía la sensación de ser objeto de observación. Ciertamente no me sentía incómodo con ser parte de un experimento. Es incuestionable que mi especie era una cosa absolutamente trivial y, sobre todo, sin ninguna capacidad para dejar de serlo. Su única utilidad ‘notable’ es ser usados por otros para obtener información, lo cual era bueno. Pues esto sería la más importante contribución de nosotros al progreso de la vida en el universo. Pensar en estas cosas me divertía y, al mismo tiempo, me hacía sentir absurdo. Sabía de sobrada mano que está era la realidad. Al final, lo que más quería era volver a dormir. Me encanta realmente dormir.


Desiste de ir con otro médico. No era necesario. Sólo intentaba engañarme, haciéndome creer que podía arreglar mi problema como los humanos, aunque no dejaba de ser uno. Así que decidí realizar acciones más simples. Aumente el número de actividades físicas extenuantes y evite tomar demasiados líquidos cuatro o cinco horas antes de que comenzara a anochecer con el fin de que biológicamente mi cuerpo entrara, sin interrupción, en su estado natural de semiinconsciencia.


Al igual que con el medicamento, mi problema, al principio, se mitigó. La sensación de querer orinar por las noches se redujo a una sola vez y, en ocasiones, a cero. Pero levantarse de esa manera seguía siendo tan molesto. Aunque, gracias a mis nuevos hábitos, cuando regresaba a la cama, después del intento fallido de desechar residuos, volvía rápidamente a mi estado de sueño profundo, lo que me permitía continuar disfrutando de mis sueños en el punto en que habían sido interrumpidos.


Este estado de ‘comodidad’ no duró mucho. El deseo de desfogue comenzó a presentarse a las 3:30 am y 4:30 am y sólo en esos horarios. Algo que era al mismo tiempo irónico, inusual y exacto. Lo que provocó que nuevamente no pudiera disfrutar de los acontecimientos de mis sueños, que eran interrumpidos desde las 3:30 am, y que después de las 4:00 am no pudiera dormir.


En la oscuridad, con los ojos abiertos mirando hacia la ventana que estaba del lado izquierdo del lugar en que dormía, pensaba en lo qué debería hacer con el tiempo extra que mi cuerpo me obligaba a tener. Intentaba leer, ver algún video en mi teléfono inteligente. Algo que pudiera cansar a mi cerebro, pero sólo parecía que lo entretenía con más cosas para que estuviera alerta. No importaba lo aburrido que pudiera parecer el contenido que consumía, las neuronas seguían emitiendo impulsos bioeléctricos para procesar y analizar la información más tediosa posible que se introducía por mis ojos y oídos.


Luego de una temporada, con este nuevo horario incordioso, decidí salir a caminar o correr a las 5:00 am para ocupar el tiempo adicional. Esperaba que la actividad contribuyera a cansar mi cuerpo y que al regresar pudiera dormir por lo menos una media hora o, si bien me iba, una hora completa. Esto se convirtió en una rutina que se extendió a lo largo de los últimos tres años.


Así llegaron los días en los que, junto con mi estimado amigo cuadrúpedo Oscuro, salía al parque, que se encuentra a 10 minutos de casa, para sentir el aire antes del amanecer. Dado la hora en que nos aventuramos al exterior, no había prácticamente ninguna persona a la vista. De vez en vez, podía verse a alguna de edad avanzada que, muy posiblemente, al igual que yo no podía permanecer dormido por mucho tiempo. Ello podía deberse, casi seguramente, a su estado biológico. Yo, por otro lado, sólo parecía ser un títere que reacciona al tiro de los hilos.


A pesar del frío de la madrugada y una visibilidad mermada por la falta de luz natural, el recorrido me hacía sentir bien. El aire helado que golpeaba levemente mi rostro me relajaba. Podía escuchar con claridad el sonido de los grillos, aves e insectos nocturnos. Incluso, el siseo eléctrico de la electricidad moviéndose por los cables de alimentación. A Oscuro todo ello también le agradaba. Era notorio su alegría en todo el paseo. Olfateando aquí y allá, dando pequeños brincos y corriendo con gran ánimo.


Nuestra salida duraba alrededor de unos 40 o 60 minutos. En ocasiones un poco más. Cuando regresaba a casa, podía a veces ver a una que otra personas sacando su automóvil de su cochera o salir apresuradamente para tomar el tren subterráneo para llegar puntuales a sus trabajos o a importantes reuniones. 


Gracias a que la oscuridad en aquel horario seguía presente, las personas que notaban mi presencia no podían generar una imagen clara de mi rostro. Yo tampoco podía hacerme una idea de sus caras, aunque esto se debía a mi falta de interés en ellos. Al sentir que me movía, rápida y precavidamente decían ‘Buen día’. Siempre mostraban tener prisa de ir hacer lo que debían hacer. Mi encuentro con ellas representaba el único contacto ‘físico’ con otros en mi día a día. 


Gracias a mi trabajo remoto permanecía en casa. En las primeras horas de luz solar, comenzaba a trabajar en mis actividades remuneradas, las cuales terminaba en poco tiempo. Luego de comer y tomar una pequeña siesta, seguía trabajando en mi computador realizando cosas más complejas y más amenas. Estas absorbían toda mi atención. Y como no requería interactuar con alguien más para llevarlas a cabo, mi día transcurría con bastante tranquilidad. 


‘Si súbitamente muriera, nadie podría notar mi ausencia’. Una idea que pensaba con regularidad, pues me parecía bastante romántica. Sin embargo, sabía que si me ausentaba por un tiempo prolongado, alguien vendría a buscarme. El ser demasiado bueno en un trabajo hace que otros dependan de tí. Aunque también era precavido, estimó mucho a Oscuro y no podría irme sin haber previsto algo para que él estuviera bien en cualquier tipo de contingencia.


Con mis salidas antes del alba, llegué a conocer mejor los sonidos de la noche. Me volví consciente de los ciclos lunares. Entendí como los primeros humanos en el planeta, sin luces artificiales ni definiciones abstractas sobre el ‘tiempo’, comenzaron a medir el cambio de las partes visibles del mundo al mirar la Luna. Esto me ayudó a interiorizar el por qué algunas culturas habían convertido al cuerpo selenita en una deidad a la cual se debe honrar y venerar. Gracias a ella, los humanos sabían distinguir el pasado del presente y sentir el futuro. Las fases de la Luna les ayudaba a recordar y sentir el extraño paso del tiempo. Les proveía de realidad, de sustancia, de sentido. Estabilidad, orden. Algo importante para los seres humanos, que a pesar de qué creen que pueden vivir vidas ‘emocionantes’ o ‘extraordinarias’, sólo son capaces de existir linealmente.


Fue un día, mientras miraba a la Luna Llena, cuando estaba a punto de entrar a casa junto a Oscuro, que vi llegar un taxi. Se paró justo frente de la entrada de la casa vecina. Del vehículo salió una mujer. Pude distinguirla claramente gracias al reflejo de la luz del Sol sobre el rostro de la Luna y, sobre todo, a qué la luminaria pública había sido recientemente cambiada por sofisticados focos, que emitían una luz blanca cálida.


Al notar su rostro, tuve la sensación de que la persona me parecía familiar. Sentí como si entre mi pasado y presente no hubiera una separación. Aquel rostro pertenecía a alguien que había dejado un profundo recuerdo en mi cerebro. A pesar de la distancia temporal, los rasgos que definían a aquella chica que conocí en la preparatoria seguían siendo nítidos. Todo este tiempo había intentado olvidarme de ella, sin éxito. Aprendí a mitigar su presencia en mi mente consciente, pero seguía latente como el cielo que siempre está ahí arriba. La coincidencia de espacio y tiempo parecía ser un evento de probabilidad casi nula, pero, como solía suceder, las leyes matemáticas, al menos las descritas por los humanos, se ven bien en los libros, siguiendo axiomas, aparentemente, precisas, pero que no están ni estarán acorde a la real y completa naturaleza de la realidad que es no-humana. Así, estar en el lugar preciso y en el momento exacto parecía ser sólo una coincidencia más de otras tantas, que sabía no lo eran tanto. 


Cuando el taxi se retiró y ella estaba a punto de entrar a su casa. Volteó hacia mí. Aparentemente ella tampoco me había olvidado ya que dijo: “¿No eres Taxk? ¿Me recuerdas? Soy Viridiana”.


Ese día era Martes. Nuestro encuentro se daba mientras la noche se estaba disipando y la tenue luminosidad del Sol comenzaba a notarse. A lo lejos se podía ver la cordillera que rodea a la ciudad y donde el cielo comenzaba a colorearse abandonando el negro profundo que surge por la ausencia de luz. Súbitamente una ligera lluvia comenzó a sentirse. Los confusos pensamientos en mi cerebro parecían ser contradicciones irresolubles. Mientras las ideas, aparentemente opuestas, peleaban entre sí para generar algún tipo de coherencia, mi tiempo subjetivo se prolongó, sentí que en él podría haber vivido 3000 veces mi vida. Mire a mi alrededor, noté que el tiempo objetivo equivalente había sido de 4.5 segundos. Volví mis ojos hacía ella. 


“Hola”.


Efectivamente era ella. Viridiana. Su pelo ‘chino’ seguía igual de rizado, negro y largo. El color de sus ojos, verde-cafés, era notorio por la luz artificial. Su rostro se fijaba profundamente en mis retinas por la luz plateada de la Luna, como si se revelará una foto en el cuerpo acuoso de mis globos oculares. Si hubiera estado más cerca a ella, habría notado los ligeros pliegues de piel debajo de sus párpados y, al mismo tiempo, volvería a ver las líneas radiales que forman su iris, una estructura que nunca había olvidado. Sólo una vez las había contemplado cuidadosamente, cuando accidentalmente caí sobre ella y su rostro quedó muy cerca al mío. Ambos, en aquella ocasión, nos pusimos bastante nerviosos por la poca distancia de nuestras miradas. Posiblemente yo estaba más incómodo que ella. En ese breve instante, cautivado por las fibras coloreadas de sus iris, que iban de tonalidades verdes a pequeños destellos de ocre rojizo, sentí que el polvo cósmico dejado por los cadáveres de las galaxias se acumularon en sus ojos para yo pudiera ver cómo nacían las estrellas.


El satélite artificial Voyager había sido el primer artefacto humano que permitió ver las nubes de polvo cósmico en la constelación del Águila, en la galaxia de Andrómeda, en donde, se teorizaba, se crean nuevas estrellas por la compactificación de esta arena estelar. Las fotografías obtenidas de ese lugar mostraban a las nubes como pequeñas columnas brillantes teñidas de colores metálicos. Sin embargo, éstas eran más grandes que todo el Sistema Solar. Y a su vez, sentía la sensación de que los ojos de esa chica poseían una magnitud mayor a las ‘Columnas de la Creación’.


El programa espacial que había lanzado al Morelos I, en 1985, y que luego fracasó por la corrupción e ineptitud de los ingenieros y científicos involucrados en el proyecto, dejó un montón de satélites basura en el espacio, su recuperación era económicamente inviable. Lo cual, a su vez, me dió la oportunidad de practicar, a escala planetaria, la idea de la ‘reutilización’. A pesar de que, hoy día, el mercado de satélites de bajo costo es amplió, las primeras máquinas poseían un conjunto de peculiaridades que les proporcionaba algunas ventajas técnicas sobre los nuevos modelos. Al recuperar toda aquella basura en órbita geoestacionaria, logré tener mejores imágenes de aquellas columnas en la constelación del Águila. Cuando miraba las fotos de ellas, no podía evitar recordar aquellos ojos con las mismas tonalidades y los mismos pequeños destellos rojizos. Evitaba relacionar un rostro o nombre a esa memoria, pero pasaba largos tiempos mirando las imágenes.


“Ho… la… Hola”, volvía a decir titubeando un poco. “Te recuerdo. Asistimos a la misma preparatoria. Estábamos en el mismo grupo, desde el primer semestre. De eso ya han pasado un poco más de 20 años”, dijo Viridiana.


20 años, en la escala y entendimiento humano, representa un largo periodo de tiempo en donde diversas situaciones podrían presentarse. Las personas que se van conociendo desaparecen con la misma facilidad que las nubes al disiparse en el cielo. Sin importar la existencia de las grandes redes electrónicas de comunicación masiva y de los buscadores ‘inteligentes’, los lazos humanos siempre se evaporan en el tiempo. Además, los individuos al hacer más viejos se deforman en objetos extraordinariamente comunes y simples. Se vuelven más tontos, más torpes, más idiotas, y todo ello dentro de una autocreencia de que al crecer se vuelven seres más sensibles.


“Eres Taxk”, me dijo señalándome con su dedo índice y mostrando una ligera sonrisa que denotaba que el encuentro le parecía una agradable coincidencia, mientras se acercaba más a  mí. “No creo que sea fácil olvidar un nombre tan peculiar como el tuyo. Recuerdo qué mencionaste su significado el primer día de clases cuando entramos a la preparatoria. Aunque ésto sí lo he olvidado”.


“Es la palabra mixe para el número cuatro”, comenté. “Mi madre tenía sus ideas sobre la relación de los números con el destino de las personas. Al mismo tiempo, ella al ser descendiente de aquel pueblo, tenía una fuerte impresión sobre lo qué significaba ser parte de algo que ha desaparecido y que la identidad de uno se basa en historias que parecen ficciones”. 


“El cuatro para ella significaba ‘la memoria de un sueño’”.


Al escuchar mi breve pero ‘profunda’ explicación, en su rostro se percibió que aquellas palabras eran demasiado complejas para dirigir rápidamente. Sin embargo, acercando su mano a su boca para cubrirla, se rió. Una risa suave y tranquila. Aquello me tomó por sorpresa, pero no hice ningún gesto que la denotara.


“Sin duda eres tú, Taxk. Palabras que sólo vendrían de alguien como tú…”, me dijo. Su rostro seguía mostrando que el encuentro realmente era algo inesperadamente alegre para ella.


“¿Vives ahí?”, me preguntó señalando mi casa.


“Sí… ¿tú vives…?”, le dije mientras señalaba la casa vecina.


“Así es”, dijo mientras señalaba la casa contigua. “Sí, aquí vivo… ¡Esto es una gran casualidad!”. Volvió a reír suavemente.


“¿Desde cuándo?”, le pregunté.


“Alrededor de un año que me mudé a este lugar por cuestiones de trabajo. Tú, ¿cuánto tiempo llevas en este lugar?”


“Cincos años. Bueno, casi seis”.


“¡¿Cómo es posible?¡ ¡No te había visto hasta hoy!”.


“Como trabajo desde casa, casi no salgo durante el día. Aunque tampoco lo hago por las noches. Sólo a estás horas tan tempranas, yo y Oscuro”, señalando a Oscuro, “damos un paseo o corremos en el parque que está cerca de aquí. Además, todo lo que necesito lo puedo comprar por la red. Prácticamente soy un ermitaño”. Mis últimas palabras sonaron con algo de orgullo. Me sentía bien estando solo.


“¡¿Incluido la comida?!”.


“Incluido la comida”, repetí las palabras para reafirmar mi respuesta. “La tecnología de conservación de comida ha mejorado mucho. ¿No has escuchado del envasado ultraseco? Es una tecnología que inventaron los peruanos, sirve para empaquetar cualquier comida, la deshidrata y se conserva muy bien. Luego cuando quieras consumirla, sólo agregas agua y de nuevo comida fresca. Además, los servicios de paquetería han mejorado mucho”.


“Aunque es irónico, debo decir, que dos años atrás salía con mayor frecuencia, pero poco hablaba con las personas. Ahora tengo más conversaciones por la red con ellas que en aquel tiempo. Tal vez me gusta sólo ver letras en lugar de escuchar las voces de la gente”.


“Pero hay otras cosas que me mantienen en casa. Tengo un jardín muy bonito, donde suelo pasar los días de buen clima tomando una siesta. O cuando hace frío, enciendo una pequeña chimenea eléctrica y el calor genera un ambiente tan agradable que hace que duerma muy agusto”.


“También tengo tantos proyectos, que fácilmente pierdo el tiempo en ellos. Qué olvido que existe el exterior”.


Mientras hablaba, me observaba mostrando su interés en mis palabras. Sentí como buscaba reconocer los cambios físicos que el paso natural del tiempo había impuesto sobre mí.


“¡Es increíble que después de tanto tiempo nos volvamos a encontrar! Aunque lo más interesante es el hecho de haber estado, desde antes de hoy, uno junto al otro y no notarlo. Una acción tan sencilla como mirar a un lado hubiera acelerado nuestro encuentro”.


“Yo también estoy sorprendido”, dije con una voz suave que parecía no denotar mi propia sorpresa, la cual era muy real, aunque motivada por algo más. A pesar de todas las cosas que habían sucedido durante los últimos 20 años, entre escribir soluciones a problemas matemáticos, destruir y construir ‘situaciones’, de jugar con las personas y sus formas ridículas de vivir. Encontrarme con ella era una coincidencia, que a pesar de intuir la razón, no podía evitar sentirme sorprendido, nervioso, y alterado en mis emociones. Esto último era lo qué más me dejaba perplejo, saber que su presencia inquietaba las formas excéntricas de mis sentimientos.


“¿Vienes de alguna fiesta?”, le pregunté. Ella iba vestida de forma que lucía muy atractiva, además percibía el aroma de cigarrillos, alcohol, azúcar y agua mineral.


“¡Ah! Lo dices por la ropa”, dijo ella señalando su propia vestimenta. “Cosas del trabajo. Tenía que asistir a una reunión importante fuera de la oficina. Cuando terminó, pensaba ir a casa directamente. Pero sucedió algo inesperado y tuve que regresar a la empresa. Fue de esas veces, bastante comunes, en que las cosas se tenían que hacer ‘ayer’ cuando apenas se habían decido hoy. El tiempo pasó. Sin darme cuenta la tarde y la noche se fueron y luego, cuando me sentía ya muy cansada, noté que ya había comenzado el siguiente día”. Mientras me contaba eso, seguía mostrando su sonrisa, denotando su alegría. Era como si estuviera contenta de hablar conmigo sobre estas simples cosas. “A eso de las 10:00 pm de ayer, se pidió comida y algunos compañeros, a escondidas, nos compartieron algo de alcohol para relajarnos por el estrés del trabajo. Al final logramos terminar a las 3:20 am. Me tomé un momento para relajarme y luego decidí volver a casa. Parece que el esfuerzo, que pocas veces se aprecia, valió la pena. Me encontré contigo”.


La lluvia comenzó a ser más intensa. “Creo qué es hora de entrar a casa”, dijo ella mientras colocaba sus manos sobre sus ojos para que la lluvia no nublara su vista. “Sólo vine a dormir un rato. Y claro, a cambiarme de ropa. Es necesario regresar al trabajo”, dijo con un suspiro de resignación. Luego, de manera enfática, agregó: “¿Qué tal si cenamos juntos? Yo regreso a las 5:00 pm”.


La pregunta fue inesperada. Al menos así lo era para mí.


“Tú familia te espera, ¿no?”, pregunté.


“Vivo sola”, sentí que su voz enfatizaba la última palabra. “Por lo qué estaría bien estar acompañada a la hora de comer”.


“¿Te gustaría venir a mi casa? Creo que no será difícil llegar a ella”, sentí que la pequeña broma caería bien. Y así fue. Ella rió.


“¿Cómo se llama tu amigo?”, señaló a Oscuro.


“Oscuro”.


“Un nombre simple pero bastante adecuado para él”, comentó ella mientras se acercó a Oscuro y le acarició la cabeza. Le dijo: “Parece que tienes una buena vida junto a Taxk”. Luego volvió a mirarme. “Bueno, nos vemos por la noche”. Se despidió con un gestó de la mano y entró en su casa. No pude evitar notar que hasta ese momento ella seguía irradiando una sublime felicidad.


Usualmente evitaba hablar con las personas, no por qué les tuviera algún tipo de fobia o que fuera un cenobita (aunque lucía como tal). De hecho, siempre que era necesario, conversaba de manera fluida y con humor con las personas, creando la imagen de ser alguien con bastante seguridad, elocuencia y amable. Esa es mi forma de soportar estar junto a ellas. Convivir con seres como yo es una situación que mi propia naturaleza innata me obliga a realizar.


Este encuentro ‘inesperado’ produjo un nerviosismo en mi interior, como si deseara que el tiempo para volver a encontrarme con ella pasará rápidamente. Las emociones, como era usual, eran totalmente entendibles y obvias. Sin embargo, para nosotros, los seres humanos, siempre resultan difíciles de asimilar y manejarlas, ya que generalmente siempre las ignoramos por nuestra incapacidad de saber cómo sentirlas. Somos tan insensibles. Esta cualidad nuestra evitaba que nos convirtiéramos en una mejor cultura.


El conjunto de sucesos de una mañana, de mi mañana, parecía ser coordinado. Miré al cielo y me pregunté quién me observaba desde ahí arriba y cuál era su intención al colocar con bastante precisión una serie de elementos ‘ilusorios’ frente a mí y así definir reacciones, aparentemente aleatorias, para extender mi realidad.


La lluvia adquirió más fuerza. Entré a la casa con Oscuro. Al sacudirse el agua, mojó las paredes y otras cosas. Fuí por unas toallas para limpiar y secarme a mi mismo y a él. Decidí tomar una ducha. Mientras estaba bajo el agua caliente que salía de la regadera, reflexionaba sobre el encuentro con Viridiana. Seguía con la sensación de que el evento, en condiciones normales, debía tener una probabilidad cero de suceder. Sin embargo, había sucedido.


***

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario