miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 5)

por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

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“Me sorprende escucharte hablar sobre alguien con tal entusiasmo”, dijo Viridiana. “Casi todas mis memorias de tí son las de una persona taciturna. Pareciera que le tienes una gran admiración a Orucso. En cualquier caso, me agrada conocer más cosas sobre tí”.


Sus últimas palabras hicieron que me estremeciera un poco. “Es probable que así parezca. Pero no se trata de admiración. Cuando lo conocí, sentí una natural cercanía con él. Lo mismo con Marceline, Sophie o Stephanie. Podía fácilmente hablar con ellos. Además, debes recordar qué él no es ‘alguien’ en el sentido humano”.


Guarde silencio por un breve instante. A mi mente vino una memoria de mi tiempo con ellos. Luego se la conté a Viridiana.


“Conocí cosas inigualables gracias a él. Sin embargo, haber podido asimilar algo de esas increíbles experiencias fue gracias a Stephanie y, principalmente, a Marceline y Sophie (mis más queridas amigas)”.


“Stephanie conoció a Marceline y Sophie al inicio del último año escolar de la preparatoria. Al igual que había sucedido entre ellas, al notar su presencia una inmediata empatía apareció.  La facilidad con qué podían conversar se reflejaba en la alegría que mostraban sus rostros cuando las tres compartían un mismo espacio, tiempo y sueños”.


“Aunque Stephanie lucía como una linda chica de unos 18 años, ya hacía mucho, mucho, mucho, tiempo que estaba con Orucso”. 


“Cuando Orusco conoció a Marceline y Sophie, sólo vió una mínima posibilidad, ¿qué tan significativo sería? Saberlo dependía de Stephanie. Era cierto que ellas eran seres tan poco comunes para un lugar tan trivial como este planeta. La inferioridad de su propia condición era visible, pero, como suele suceder, el orden aleatorio de la realidad siempre es inesperado, y a veces, muy pocas veces, trae consigo cosas surrealistas que tienen la posibilidad de seguir avanzando sin importar el lugar dónde surjan”.


“Marceline y Sophie insistieron en que debían conocerme. Ellas les dijeron que en este trivial mundo, lleno de casualidades, las imposibilidades se daban al mismo tiempo. Aunque tal cosa era algo que ellos ya sabían, y sólo seguían un camino que parecía trazado por otros”.


“Cuando tuve la oportunidad de conocer a Stephanie y a Orucso, poco entendí de lo qué eran, lo qué podía hacer o lo que deseaban. Hasta hoy sigo sin comprender tanto cosas, pero me percate de algo. Sin qué nadie lo notara, más que el mismo Orucso, yo fuí el único acto de ‘compasión’ que hizo en este pequeñísimo mundo”.


“Si Marceline y Sophie no hubieran reconocido algo en mí, algo que yo mismo deseaba conocer pero qué era incapaz de ser consciente de ello, no habría tenido la oportunidad de encontrar aquello que tanto alegría traía a mi alma”.


“Es sorprendente”, le dije a Viridiana con un poco de vergüenza, “la facilidad con que uno confunde lo que realmente hace que los objetos se muevan”.


“El pensar que el Sol, la Luna y otros astros, se movían alrededor de la Tierra, daba a las personas la justificación de qué sus vidas eran valiosas. Cuando uno de ellos dijo ‘no’, se sintieron devastados. Pero pronto volvieron a sentirse felices al saber que el Sol, su astro rey, era el centro de todo. Aunque, luego, al percatarse que a pesar de ser objetos masivos, ni todo el Sistema Solar ni la Vía Láctea ni ninguna otra estrella, son el centro de algo, volvieron a sentirse pérdidos, sin dirección. Sin embargo, sin mucha tardanza, se volvieron a sentir especiales al ‘saberse’ que ellos mismos, quienes podían notar estas cosas, eran el centro de todo”.


“Siempre equivocados. Siempre errando por una necedad apresurada para negar su trivialidad. Se colocaban en posiciones inadecuadas”.


“¿Sabes? Lo gracioso de esto, es que, de hecho, el centro de todo”, hice un gesto con la mano para hacer alusión a ‘todas’ las cosas que nos rodean, “es un ‘punto vacío’, donde no hay nada”.


Ella me mostró una ligera mueca de incertidumbre. “¿Existe un ‘centro’?”.


La miré, devolviéndole su ligera sonrisa con otra igual pero acompañada con un poco de picardía. “¿Recuerdas que he mencionado que he vivido cosas improbables? Una de ellas fue estar en el ‘Centro del Cosmos’”.


“¿¡Ah!?”, expresó Viridiana, haciendo una mueca de incredulidad. “¿Acaso existe tal cosa?”.


“No debería ser posible”, siguió diciendo. “Mejor dicho, para casi cualquier criatura en el universo no debería ser posible. Sin embargo, a veces, sólo a veces, uno se encuentra en el lugar, el tiempo y en la compañía adecuados para hacer algo irreal”.


“Después de mi primer año en el club de ‘Investigación sobre las inteligencias no-humanas’, Stephanie propuso que deberíamos realizar algo ‘divertido’ en las siguientes vacaciones de verano que se aproximaban, algo para recordar profundamente. Marceline y Sophie dijeron al unísono ‘¡Deberíamos encontrar el centro del cosmos, el punto desde el cuál todo lo demás se mueve!’. A Stephanie le encantó la idea. Yo por mi parte no comprendí a qué se referían. En mi mente el universo era amorfo, extendiéndose en todas las direcciones a diferentes velocidades. Por lo que su ‘centro’, de existir, estaría moviéndose. También, desde mi perspectiva humana, pensé en que eso no podría existir. Sabíamos que nada podría ser el centro de las cosas. Pero como es usual, las cosas siempre son más extrañas y más simples de lo que suele imaginarse”.


“Stephanie preguntó a Orucso sobre la ubicación del Centro del Universo. Él, como si respondiera a la más fútil de las preguntas, contestó que sabía cómo llegar al lugar y que él mismo había estado ahí varias veces”.


“Nos explicó que el lugar era un enorme vacío que crece sin parar. Pero ese ‘vacío’ no concuerda con la idea humana que se tiene al usar esa palabra. Esté vacío empuja toda hacia ‘afuera’, expandiéndose, lo que genera que no haya nada en él ‘aparentemente’. Es un lugar en verdad extraño. Nadie, a excepción de los seres más capaces de hacerlo, puede estar ahí. Orucso no era ni el primero ni el último que había estado en ese lugar”. 


“Para ciertos seres, explicó Orucso, ir ahí significa realizar un tipo de ‘reto ascético’, que puede significar muchas cosas. Encontrar el sentido de la violencia natural del universo. El significado de la felicidad. El conocimiento de la muerte real. La ilusión de todo. Estar ahí, en cualquier caso, es simplemente sentir la posibilidad inexistente de estar levemente fuera de está realidad”.


“Cuánto más hablaba Orucso sobre ‘Centro del Universo’, la emoción de todos crecía por ir ahí. Visitar aquel vacío nos daría un profundo significado de nosotros, al menos eso es lo que deseamos y creíamos. Particularmente, yo sentí que si podía estar en aquel lugar, tendría la oportunidad de reformar partes de mí. Es decir, podría convertirme en algo diferente de lo que era. Para Marceline y Sophie, que solían compartir los mismos pensamientos y deseos, la idea les parecía emocionante, extremadamente divertida, se concentraron únicamente en pasar un tiempo fantástico. ‘Tomar un picnic en el ‘Vacío Central’, se expresaron”.


“Stephanie, por su cuenta, le parecía que estar en lugar la ayudaría a aceptar y librarse de su pasado. Para aquel momento, ya aceptaba que Orucso era parte de ella. No podía evitarlo (algo que también sus ancestros sabían que pasaría). Era esa sensación de un vida marcada por los deseos de otros la que seguía molestando tanto. Necesitaba algo que la distrajera, algo que no fuera producto de sus manos, para recordarle que a pesar de su sometimiento artificial, ellos también eran criaturas sometidas por el orden de la realidad. Seres que siempre intentan sobrevivir a ella”.


“Orucso, sin ningún tipo de objeción, aceptó llevarnos al Vacío Central”.


“Nos explicó los preparativos que habíamos de realizar para ir a aquel lugar. Él construiría una indumentaria adecuada para que nuestros cuerpos físicos pudieran soportar las condiciones tan singulares que existen en el Vacío Central”.


“Discutimos los detalles, recolectamos los objetos necesarios indicados por Orucso, y luego hicimos lo usual que deben hacer tres simples seres, como éramos Marceline, Sophie y yo, indicar en nuestros respectivos hogares que aquel verano realizaríamos un viaje con amigos para ‘divertirnos’”.


“Ahora que lo veo, era realmente cómico tener que pedir permiso a nuestros padres para salir a un lugar en el qué ni ellos, ni ningún otro miembro, pasado o futuro, de la civilización humana lograría estar”.


“Al regresar seríamos diferentes”.


“La idea del viaje en sí misma, ya comenzaba a cambiarnos”.


“Llegado el día de partida, Orucso nos dió unas cápsulas. Explicó que las sustancias contenidas en ellas eran máquinas proteicas que sintetizarían otras sustancias con las cuales nuestros cuerpos crearían una protección sobre ellos. Al regresar a la Tierra, aquellas mismas máquinas degradarían el ‘exoesqueleto’, que habría de crecer sobre nosotros, y luego se desvanecerían, como si nunca hubieran existido”.


“Así fue el inicio del camino al Vacío Central”.


Viridiana escuchaba con detenimiento cada palabra que salía de mí, posiblemente para ella parecía un cuento de ciencia ficción. Creado por una persona que pasaba demasiado tiempo imaginando en lugar de existir. Aunque tal pensamiento parecía sólo mío. Sentí, que de alguna manera, ella vivía mis ficciones y, al hacerlo, no dudaba de su coherencia.


“Durante el trayecto de ida, a cada cierto tiempo, Orucso nos daba barras, como las barras de cereales, hechas con materiales que no existen en el sistema de galaxias en el que existía la Tierra. Las comíamos directamente, su sabor era bueno, chabacano o membrillo parecían ser su sabor. Al pasar por la garganta se sentía como si se tratara de una sustancia metálica líquida. Esa peculiar materia alquímica era absorbida por el organismo y sin notarlo, desde adentro y desde afuera, creció en nosotros una estructura ligera, sólida y, al mismo tiempo, flexible armadura que comenzó a alterar nuestros sentidos”.


“Orucso nos explicó que había creado aquellas barras a partir de la misma sustancia que cubría su cuerpo. Con esa cosa, siendo parte nuestra, fuímos capaces de ver en diferentes espectros de luz, de oler la esencia de las rocas metálicas, que vagaban por el espacio, y saber así de los lugares que habían visitado. Escuchamos los sonidos de la luz de las estrellas y observamos el paso suave, lento pero constante de enormes criaturas que se movían como enormes peces en el mar oscuro del cosmos”.


“La fuerza de nuestros cuerpos se multiplicó por ‘mucho’. Marceline y Sophie al notar ello, comenzaron a jugar entre los asteroides y restos de planetas, que habían muerto hace tiempo, que encontrábamos por el camino”. 


“Era sorprendente sentir aquella sensación de soltura al pasar entre los cuerpos celestes. La gravedad ya no era una ley a la que debíamos someternos obligadamente”.


“Esos cuerpos sintéticos nos permitían divertirnos sin recato”.


“Moverse entre los objetos del universo es complicado, ¿no?”, preguntó Viridiana súbitamente. “Viajar de un lado a otro toma su tiempo. Incluso aquí en la Tierra ir de un lugar a otro no es inmediato a pesar de tener automóviles, barcos o aviones para hacerlo. ¿Cómo es que lograron hacer ese viaje en un sólo verano?”. La manera en qué sentí la pregunta hizo que mi cuerpo sintiera una ligera convulsión. Era coherente y válida para el momento, sin embargo su voz, su expresión en su rostro, cargaba la cuestión de muchas más cosas. Como si volviera a escuchar a Sophie o Marceline.


Me reí ligeramente después de ser consciente de esos pensamientos. Su rostro mostró un poco de desagrado a mi pequeña risa. “Disculpa, no me rió de lo qué preguntas. Si no en la respuesta a la pregunta. La cual me resulta graciosa. Puede decir que no sé cómo pudimos ir tan lejos, pero lo hicimos. En este viaje, aprendí muchas cosas, pero hoy día comprendo poco de ellas. Creo, sin embargo, que podría intentar decirte algunas ideas”.


“Deseábamos llegar a ese lugar. Aquel sentimiento que mezclado con las sustancias que Orucso nos proporciona para alterar nuestros cuerpos, nos dió la capacidad de movernos hacía una dirección clara, definida y exacta. Cuando no se sabe a qué lugar llegar, entonces cada paso te lleva a descubrir cosas nuevas e inesperadas, pero al mismo tiempo, el real objetivo de lo que quieres puede ir desvaneciendo, lo cual significa no avanzar. Cuando queda claro el punto a donde dirigirse, sin saber el camino que hay que cruzar, la trayectoria y el tiempo requerido es irrelevante, sólo se avanza”.


“Sé qué esto suena a un eufemismo de lo realmente complicado qué es, pero debes tomar en cuenta que Orucso nos guiaba por caminos que él ve claramente. Creo que si pudiera decir algo técnico sobre cómo es eso posible, moverse fácilmente entre dos puntos cualquiera en el espacio, sería lo siguiente: ‘Compactificar el espacio’”.


Me puse de pie y escribí en un pequeño pizarrón de gis que tenía en mi habitación-estudio, lugar donde usualmente Viridiana y yo pasábamos el tiempo sabiendo cosas uno del otro. Muchas veces, ella aparecía en mi casa y me preguntaba si podía quedarse en mi estudio. Decía que era el lugar más tranquilo que conocía y le encantaba ojear los libros, con bastante frecuencia, en los que sólo eran de ilustraciones. Estos eran también mis favoritos. Mirar esas imágenes de fantasía siempre me recordaba a mis amigos. Además, me decía que al leer un poco de alguno o sólo apreciarlos, imaginaba que podía reconstruir pedazos de lo qué yo era. Era una forma de descubrir más cosas sobre mí. Entender qué era yo.


“Considera el intervalo [0,\infty)”, le decía mientras escribía en el pizarrón expresiones abstractas. “Claramente existen puntos en este conjunto que se encuentran alejados unos de otros por enormes distancias. Si aplicamos la transformación f(x)=1/(1+x^2), el intervalo se convierte en (0,1]. En ese ‘nuevo’ espacio cualesquiera dos puntos se encuentran cercanos”.


“Ahora, la cuestión práctica es cómo se puede ‘compactificar’ el espacio. Para ello es necesario comprender la geometría natural del universo. Y que no es euclidiana, ni hiperbólica, ni ninguna de las posibles variantes que los seres pueden concebir. Es algo, como suele ser, más sútil. Sin embargo, creo que se puede entender de la siguiente manera. Piensa en un libro de estos”, tomé un libro de la repisa cuyo título era ‘Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes’. “Cuando lees las descripciones de los lugares, comienzas a sentir que estás ahí. Las propiedades de la gravedad, el límite de la aceleración de la luz, las leyes usuales que se conocen sobre la mecánica de los objetos, todo ello desaparece y así se logra compactificar la realidad”.


“Orucso estuvo ahí. Así que él había compactificado el camino”.


“¡Ja, ja, ja, ja!”, comenzó a reírse Viridiana. Algo qué me desconcertó.


“¿Qué significa tú risa?”, le pregunté perplejo ante su comportamiento.


“Recordé un día en qué intentaste explicarme cómo resolver un problema de geometría analítica. Uno sobre cómo encontrar la ecuación de una hipérbola. En aquella ocasión noté la manera en qué escribías cada símbolo. Con bastante cuidado trazabas con precisión y pasión cada línea, tanto de las expresiones cómo el de los diagramas. Como si estuvieras pintando la más bellas de las imágenes, aunque sólo se tratará de líneas rectas y curvas junto con números y letras”.


“Nunca tuve el suficiente interés en aprender ese tipo de cosas abstractas. No me parecía que fueran tan relevantes para una vida común de una chica adolescente”, dijo con una voz apagada, pero que luego subió de ánimo. “¡Tal vez ahora pueda encontrar un sentido a todo ello! ¡Tú podrías enseñarme!”, expresó, mientras extendía su brazo hacia mí y luego con su mano hacía una señal acompañado de un guiño, mostrándome lo feliz que sería si lo hiciera.


Volví a reír. “Creo que no sería mala idea que aprendas un poco de estas cosas. Sería un gusto explicarte”. Hice una pequeña pausa. “En este viaje conocí lenguajes más completos para describir las estructuras abstractas de la realidad. Expresiones que me deleitaron. Formas en qué uno podía compartir claramente sus emociones. Maneras en que se podía conversar con otros y sentir lo que ellos querían decirnos. Esas ‘palabras’ serían cosas que me gustaría un día enseñarte. Así podrías percibir la falta de sentido que tenemos cuando creemos expresar algo”.


“Sería agradable hacerlo…”, expresé nuevamente como en un susurro. La idea de hacerlo me alegraba y emocionaba.


“Me gustaría tanto que lo hicieras…”, dijo Viridiana con una voz que mostraba algo similar a estar ruborizada.


“Las nuevas ‘palabras’ fueron un momento de hermosa epifanía. Sin embargo”, comencé a decirle, “lo más interesante del viaje se encontraba en lo que parecía no tener forma”.


“En el Vacío Central contemple las expresiones de un lenguaje más intrincado, amplió, y desconcertante. El hecho de sentirlo destruyó casi toda mi humanidad. El ver con tan profundidad sólo te puede conducir a cambiar. Fue el primer gran paso que dí para ser diferente”.


“¿Un lenguaje?”, preguntó Viridiana. “En el libro ‘Los límites del conocimiento’ se habla de cómo las ciencias están limitadas por el lenguaje que usan para expresar la naturaleza de la realidad. Al principio, me parecía que esas palabras caían en una contradicción. Ya que el tipo que había escrito el libro trataba de explicar lo qué no se puede explicar. Pero ello en sí mismo es confuso e incongruente, ya  que el mismo lenguaje estaría limitado para poder describir algo que no es o qué no se puede explicar. Entonces, ¿cómo saber qué tu humanidad se ha extinguido?”.


Impresionado por su comentario, la mire con detenimiento. A veces se olvida que las casualidades se dan en cualquier momento y en cualquier tiempo. 


“Hemos convivido en estos últimos meses. Has visto qué me comportó como si fuera un ser humano usual. Mi cuerpo sigue siendo el de uno. Mis palabras suenan a cosas que un tipo con nula vida social hablaría. Encerrado en su pequeña habitación, alejados de todos, rodeado de las palabras, sin voz, que describen cosas inusuales y bellas”, señalé a nuestro alrededor. “Qué fácilmente puede confundirse con un misántropo”.


“Te describes muy bien…”, recalcó ella con una voz que contenía alegría al notar lo gracioso de mis palabras.


“En el Vacío Central, como lo estás imaginando, no hay ‘nada’. La luz ya no existe en él”.


“Ahí hay una ‘distorsión’ de lo real”. 


“Seres como Orucso estudiaron por mucho tiempo cómo se puede estar ahí. Sin embargo, sin importar cuán extraordinario puede ser un ser, este sólo puede permanecer por un breve tiempo en el lugar. Por ello se ha convertido en un sitio sacro. Sin la ‘coincidencia’ de conocer a Orucso, ni Stephanie y, menos, Marceline, Sophie o yo, hubiéramos podido saber de él. De hecho, nunca, por mucho qué hubiéramos vivido, hubieras encontrado aquel centro”.


“En aquella profunda oscuridad, donde no hay ‘nada’, está todo”.


“Similar a un pensamiento que parece tener un grosor cero. La información de todas las estructuras de la realidad se compactan ahí. Sin que sea posible comprender todas las palabras ahí colocadas, estar ahí no hace que uno cambie. De igual manera que si la Tierra fuera plana, esférica o una botella de Klein, si no imaginas la ‘nada’ nada en ti cambiara”.


“En esa oscuridad, qué transmuta constantemente, moviéndose sin que lo parezca, se introduce en tí. Escarba cada partícula que te define y comienza a golpear con las ‘emociones’ de los otros. Aquello te agota, por qué recreas el vivir de vidas y vidas, lo que hace qué entiendas que sin importar lo maravilloso qué puedan ser los seres más excepcionales, sólo serán una opción entre un mar de opciones. Algo que nuestra civilización intuye, pero que nunca podrá asimilar”.


“La oscuridad rodea todo lo que existe. Ella no ‘olvida’, aunque tampoco ‘recuerda’. Esa inmensidad que no es nada, destruye el sentido de la identidad. Es como si fueras el espectador de una historia que lees. Observas y percibes las emociones de los otros. Sientes el movimiento de su consciencia, pero no eres ellos ni puedes cambiar lo que son ni lo que sucede con ellos”.


“Ya que el ‘cambio’ eres tú, eso que no existe”.


“¿Cómo defines a la humanidad? Simplemente podrías mostrar cualquier objeto y decir ‘este objeto es la humanidad’. Esto implica que no hay ‘humanidad’ y es quién escucha este nombre y lo acepta, el qué ha creado la ilusión de qué eso existe. Cuando otro individuo ve el mismo objeto nombrado y asume alguna otra cosa, la humanidad ha desaparecido. Incluso nunca ha existido”. 


“En esto radica lo qué perdí en aquel lugar”.


“Ningún objeto se define por sí mismo ni por los otros. La ‘realidad’ donde están les da un nombre, un significado, una esencia, una utilidad, todo alejado de cualquier consideración personal del objeto mismo. La realidad es no-humana, así como también es no-cualquier-otro-ser-en-ella. Atisbar un poco de ello destruyó mi humanidad”.


“Perdí una gran parte de mi humanidad cuando acepté qué otros pueden definirme. Permití que mi conciencia fuera como el espectador que lee una historia y sufre con ella, pero sólo puede seguir viéndola hasta la última palabra y luego seguir existiendo sin ella”.


Dejé de hablar. Mientras permanecía en silencio, noté la mirada de Viridiana sobre mí. Parecía estar desconcertada con lo que había dicho. Era usual. Nada de lo que hablé lucía como algo coherente.


“¿Crees que yo podría reconocer lo que tú has reconocido?”, preguntó. “¿Crees que yo podría reconocerte a tí?”, volvió a preguntar, ahora con una voz que contenía más tristeza que la que había notado en su primera pregunta. Una voz melancólica que quería sentir, creer, e imaginar en que encontraría un punto de desde donde sostenerse y orientarse.


“No lo sé”. 


“Me gustaría poder hablarte más de mis amigos. De las cosas qué hicimos juntos. De nuestras discusiones… De las cosas qué creamos… Tal vez a través de ellos, pueda hablarte de mí. Darte algo de lo que soy y con ello, tal vez, tú puedes ver lo qué eres realmente…”.


“¡Me encantaría!”, dijo ella mostrando una suave sonrisa con un destello de felicidad en su rostro. A pesar de las pequeñas lágrimas que salían de sus ojos, al notar esas emociones que expelía, mi corazón se emocionó. Aquel rostro era algo qué recordaba con tanta profundidad. “Antes de continuar”, siguió diciendo sin dejar de mostrar ese resplandor, “creo que deberíamos comer algo, al fin de cuentas no tenemos mucho qué hacer el día de hoy más que seguir averiguando lo qué no-somos”. Al terminar de decir aquello, se levantó y con la mano izquierda me dió a entender que la siguiera para ir a buscar algo qué comer. Su rostro no paraba de mostrarme la alegría que experimentaba en ese momento. Una alegría nacida de escucharme hablar de cosas que no existían, irreales y las cuales habían penetrado en ella dándole algo que parecía extasiarla. Aquella ocasión, en la preparatoria, cuando chocamos, pude apreciar su rostro. Sus ojos me miraron con una profundidad que me hizo sentirme pérdido. ¿Por qué? ¿Qué quería encontrar en mí? No sabía en aquel momento y tampoco me era claro ahora cómo manejar aquellas sensaciones que su mirada producía en mí. La complejidad de los sucesos no está definida por la utilización de complicadas descripciones o de los elaborados símbolos usados para ello. Al igual que los objetos, que tratan de definirse a sí mismos, el significado real de su existencia parece no estar determinado por ellos ni por los otros. Es, como suele suceder, un extraño fenómeno. Como el Vacío Central. Ahí, la oscuridad demuestra que la luz tiende a desviar y, principalmente, a confundir la visión de lo que es realmente relevante o singular. Ninguna existencia es capaz por ella misma de ser notable ni otra puede darle un valor auténtico. Es su verdadera naturaleza la que define lo qué es y la que tasa su valor y tal verdad sólo es conocida por la entidad que representa la totalidad de la realidad. La mirada de Viridiana, tal como la de aquella vez, volvía a sondear. Sin desearlo o necesitarlo, transformaba algo en mí. Ello me ponía nervioso, ansioso, alegre. La aparente incongruencia, es que deseaba sentir ésto. La entidad que era el Vacío Central había provocado que yo viera algo en la cambiante oscuridad acuosa de sus ojos. Una estructura abismal con similitud al mismo Vacío Central.


Aquellas sensaciones de reconocer algo único, realmente extraordinario, me intrigaban. Volvían a notar la manera en que otros objetos juegan o nos colocan en posiciones que alteran nuestra conciencia. En tales ocasiones, comprendía, vagamente, cómo se sentía Stephanie al saberse sin identidad y vacía, pues su propia existencia parecía no depender en nada de ella misma. Sólo una pieza reemplazable, intercambiable y ajustable. Nada, ni dolor, ni ira, contra ella o contra sus ancestros o Orucso, cambiará la realidad de su real condición. Eventualmente, como ella nos expresó a Marceline, Sophie y yo, su condición era así y así debía ser, y eso, por incongruente que se observará, haría que cambiará. Como sus ancestros, ella era un experimento para observar y registrar su capacidad de transmutar a las cosas distintas y ajenas de su propia naturaleza. Ella tenía no sólo un cuerpo que la ayudaría a moverse por el cosmos, como lo hacía Orucso, su ‘cerebro’ estaba diseñado con las mejores características de los ‘cerebros’ de ascendientes. Si era la suficiente ‘lista’ podría alcanzar la misma libertad que la de sus ancestros y luego, tal vez, demostrar algo de su valor para con ella misma. Y en esto radica el interés de Orucso por ella.


La voz de Viridiana captó mi atención. La vi asomarse por la orilla de la puerta. Me volvía a insistir que me apresurará a bajar para ir a buscar comida. Al mirarla, volví sentir la impaciencia de mi alma al ver la alegría de su rostro. Deje de lado todos esos pensamientos y me dirigí hacia ella.


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