miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 4)

  por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

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Sophie y Marceline se conocieron al iniciar la preparatoria. Como suele suceder, las dos eran chicas ‘anómalas’ para casi todas las personas, lo que incluía a sus propias familias, pero a pesar de ello no tenía ningún problema para ser ‘sociables’. Eran ‘corteses’ y ‘educadas’, en medida de las circunstancias. Les era fácil hablar con cualquiera (cuando lo querían). Su problema para crear vínculos con los demás radicaba en que los otros no lograban asimilar, aunque fuera un poco, las maneras en qué ellas se comunicaban. Los seres humanos dependen bastante de sus ojos, tacto, olfato y gusto, más de lo que ellos quisieran aceptar, para reconocerse. Con aquellos sentidos evalúan las condiciones de su entorno físico e inducen a crear una imagen abstracta de lo qué son y lo qué son los demás objetos a su alrededor. Lo cual limita demasiado su oportunidad de cambiar. Los insectos, en esto, son mejores y, tal vez, sean los mejores candidatos a establecer una civilización real en el planeta, una vez que los humanos hayan desaparecido. Por ejemplo, muchos de ellos son capaces de ver las ondas electromagnéticas, que incluyen las de la radio y televisión, como pulsos de colores. Poco a poco asimilan la información abstracta de las ondas hertzianas. Entienden la sútil diferencia de las tonalidades del espectro. De alguna manera, Sophie y Marceline eran como los insectos, sus sentidos eran sutilmente diferentes y de una complejidad sinestésica, que sólo podía darse una sóla vez en toda la historia de la humanidad. Ello era la razón de la distancia inconmensurable a los demás. Y a pesar de todo ésto, los otros se relacionaban ‘aceptablemente’ con ellas. Siendo honestos, su aspecto físico tendía a generar un aura que tranquilizaba a los demás.


Aprender a aceptar su condición natural y a ‘transferir información’ con sus congéneres no fue una tarea fácil, pero tampoco tan complicada.


Cuando se encontraron una con la otra, se pudo comprobar que las cosas que usualmente no deberían pasar, pasan. El encuentro fue una de las más maravillosas coincidencias en sus vidas. Saberse escuchadas es algo que los seres con ‘sentimientos’ valoran tanto. Así, que no podían evitar demostrar la alegría de sentirse acompañadas.


Durante una de las clases de Español, en la preparatoria, en la que se estudiaban escritos de José Agustín y José Emilio Pacheco. Historia de adolescentes, amor y conflictos familiares. La discusión se fue concentrando en la novela ‘Las batallas en el desierto’ de Pacheco. La profesora del curso preguntaba a los chicos sus opiniones sobre ella. ‘¿Cómo se identifican con los personajes de la narración?’, ‘¿cómo aprecian el ‘amor’ que siente Carlos por Mariana, a la que nunca olvidó?’, ‘¿qué diferencias resaltan entre la gente de la Ciudad de México de aquella época y la de hoy?’. Las chicas mencionaron lo embarazoso que sería que un chico de primaria se enamorara de una mujer de 28 años. Los chicos, por otro lado, opinaban que Carlos ‘sabía lo que quería’. Se mencionaron los usuales aspecto políticos de la época, qué no habían cambiado mucho. La influencia extranjera en la idiosincrasia de la gente de la ciudad durante la época de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, que al mismo tiempo quería sentirse moderna pero que no dejaba de ser sólo los residuos de una civilización que había sido destruida y cuyos sobrevivientes no sabían a hacía donde ir. Hablaban de cómo el paisaje urbano de la metrópolis había cambiado hasta el día de hoy. Una urbe que crecía y crecía, haciendo que la gente ‘buena’ se sintiera segura, que la gente ‘mala’ viviera fácilmente, y usando los cuerpos de los que estaban en la clase social más inferior como materiales para levantar las columnas que soportan los altos edificios y alimentan las lumbreras artificiales. La discusión parecía ir de pequeños chistes verdes a profundos pensamientos sobre la condición humana. Ni Sophie ni Marceline habían intervenido en la tan animada clase. La profesora, quién recientemente se había unido a la escuela y que no conocía mucho sobre ellas, quiso que participaran del debate. Aquella fue la primera y última vez que hizo tal cosa.


“Los cambios tecnológicos siempre alteran el alma humana”, comentó Marceline. “Todos los seres vivos que viven en este planeta se rigen bajo el precepto de que necesitan cambiar su entorno para sobrevivir. Han aprendido que debe existir un cierto equilibrio en ello para lograrlo. En el caso de los seres humanos no puede ser diferente. Ellos son sólo un ejemplo más de un ser vivo sobre este planeta intentado subsistir. Así, que el ‘cambio’ no es discutible. El detergente en polvo tiene algunas ventajas sobre la barra de jabón. Esto es el resultado de la especialización del conocimiento químico. Cada insecto, mamífero, pez, ave, etc., sabe que sus cuerpos han cambiado para adaptarse a lo que sucede a su alrededor, a las modificaciones del entorno que los rodea, sean adversos o favorables. Usan su ‘inteligencia’ y la ‘sabiduría’ almacenada en sus genes, producto de los errores y aciertos de sus ancestros, para continuar andando. Así, ¿por qué el padre de Carlos no investigó más?, ¿por qué no mejoró sus conocimientos técnicos de química inorgánica? La tecnología se desarrolla para sobrevivir, no para quedarse estancado en un sumidero de miseria y autocompasión”.


“Los gringos llevaban una ventaja tecnológica. ¿Cómo el padre de Carlos hubiera logrado competir con ellos?”, comentó Sophie.


“La inteligencia consiste en resolver problemas. No quedarse en la necedad. El padre de Carlos pudo crear varias estrategias a seguir. Si no era capaz de desarrollar una tecnología competitiva, entonces sólo tenía que buscar algo ‘diferente’ qué hacer. Nuevos negocios. Nuevas formas de redistribuir el capital que tenía. La cuestión no es asumir que uno está aquí para ser siempre el mismo”, dijo Marceline.


Al escuchar esto, la profesora, que era una graduada con honores en literatura de la más prestigiosa universidad del país en esa área, no logró entender por completo a lo que se referían las chicas. La novela de Pacheco es considerada como un punto de referencia de la literatura nacional sobre la época posrevolucionaria. A pesar de que la novela no es tan extensa, describe a la Ciudad de México y a sus habitantes de una manera magistral. La agonía provocada por la desorientación del progreso y el descubrimiento del amor cuando se va creciendo, había cautivado a una gran cantidad de lectores y no sólo del país. Los cuales veían en la novela algo mágico y trágico, el amor no correspondido y la permanencia de ese sentimiento que no se diluye.


La maestra se había quedado dentro de sus pensamientos y no notó que Marceline y Sophie seguían discutiendo entre ellas sobre la novela. Los estudiantes estaban perplejos por el intercambio de ideas. Para ellos no era tan común pensar en esas posibilidades. La manera en que el sonido de sus palabras eran pronunciadas, les hacía sentir la emoción de la discusión. El intercambio de opiniones se centraba en aspectos más profundos que los que el mismo autor había planteado y que cualquier otro lector era incapaz de observar. Cuando volvió a concentrarse en la conversación, escuchó a Sophie decir.


“Creo que en lugar de lamentar el amor que no logró de niño, Carlos debió haber mantenido con real intensidad sus sentimientos. Toda la vida, Carlos se comportó como un torpe puberto. Si hubiera investigado todo cuánto pudiera sobre Mariana. Recolectar y organizar tanta información cómo fuera posible y luego, con la ayuda de la cibernética, reconstruir a Mariana como entidad virtual. Él hubiera podido amarla, incluso en los términos que más le complaciera. Hacer todo lo que deseara con esa bella mujer en un sueño artificial, en el que él hubiera sido capaz de experimentar con mayor pasión emociones más intensas de lo que hubiera podido vivir con la versión ‘dura’ de Mariana. O bien, si el buen Carlitos hubiera sido más listo, más apasionado, ir más allá de sus aparentes limitaciones, dejando su estúpida melancolía por lugares y gentes que se habían ido, para ir de nuevo a ese punto de su historia y hacer algo y cambiar, al menos dentro un computador, su futuro sintético. Recreando su pasado, la podría volver a ver. Y en la simulación de un mundo que no pudo ser, vivir feliz. Pero en lugar de creer en sí mismo, de creer en hacer posible lo que sólo se sueña, se volvió más humano. Autojustificando su propia miserable existencia. ‘Nadie más ha vivido esto y ello me hace especial’. ¡Qué trivial pensamiento! La vida humana es una repetición constante de los mismos errores. ¿Acaso no es mejor vivir la vida que uno desea a pesar de la condición aberrante en que uno nace? Nuestra civilización trata de destruir nuestras memorias y deseos por ideales que nunca en realidad quiere alcanzar. La novela de Pacheco sólo nos hace más humanos, en lugar de convertirnos en algo diferente”.


La profesora al escuchar aquello, volvió a quedar desconcertada. “Lo que dices es tan irreal y tales cosas son imposibles. No son más que ideas baratas de revistas pulp. La novela habla de lugares y personas reales, de emociones humanas, no de ficciones mediocres”. Algo que logró comentar ya que sólo había entendido la última parte de lo que Sophie explicó. 


Marceline respondió a su comentario, con un tono que indicaba que el de la profesora era aburrido. “La vida en este planeta no comenzó ayer. Ni la inteligencia ni las emociones comenzaron a existir cuando los humanos empezaron a escribir novelas. Llegar a una meta, sobre todo la que consiste en la realización de nuestros sueños, es sumamente complicado. Los seres no-humanos no se lamentan por su pobre condición actual. Cambian para llegar a algo. En un largo y tortuoso camino que los lleve a ser ‘exitosos’. Si usted sale a la calle en esta gran ciudad es posible que encuentre a un perro que ha sido golpeado por un auto. Puede que haya sido lastimado a tal punto que una de sus piernas ya no es funcional. A pesar de ello, no desea  el mal de quién lo lastimo, tampoco le importa recordarlo, ni saber quién era o por qué lo sucedido. Sólo mantiene en su ‘memoria inactiva’ el conocimiento que le dejó la experiencia. Es posible ver, cada vez con mayor frecuencia, a los perros usar los puentes peatonales que a los humanos. Una ‘inteligencia enfocada’ que las verdaderas criaturas sensibles, con una auténtica alma, manifiestan. Sólo quieren sobrevivir. Para ver si algún día alguno de ellos puede vivir. Algo diferente a lo que la novela nos hace creer sobre lo qué es ‘humano’. Debemos aspirar a ser diferentes”.


Una chica de la clase se levantó súbitamente de su asiento y con una fuerte voz habló. “La vida no es un conjunto de fantasías. La gente sufre. Perder algo que se ama es doloroso. Hablar de esa manera es despreciar la vida de los otros”. Luego volvió a sentarse, se percibía su molestía y su deseo de llorar.


Luego la profesora agregó, tratando de calmar las emociones que parecían comenzar a exaltarse. “Es interesante su punto”, dirigiéndose a Marceline y Sophie, “pero aquí analizamos las palabras del autor, la manera en que ellas nos ayudan a entendernos a nosotros mismos. Para ser más sensibles a la vida de los otros”.


Ambas mujeres, la profesora y la chica, se sentían seguras de sus palabras. La profesora en su época de estudiante universitaria había tenido profundas discusiones con sus compañeros y profesores sobre el estilo y el contenido del trabajo de Pacheco. Ella consideraba que él era un gran ejemplo del escritor que es sensible a la realidad de su sociedad y su condición. Pacheco, al igual que otros escritores como José Revueltas, trataba de hablar de los sueños efímeros de los habitantes de un país perdido en la violencia y el racismo estructural. Ambos querían que las personas supieran sobre el dolor de los otros. Ambas, con la suerte de tener familias aceptablemente estables, al leer la novela de Pacheco sintieron pesar al imaginar lo triste de vivir en una realidad que cambia sin que ninguno se percate de ello, dejando que el flujo de la sociedad los arrastre sin permitir conocer a los demás, que al igual que uno desea tener una vida feliz o, al menos, apacible. Creían que era necesario aprender a amar. Para ellas ésto equivalía a ser más humanos.


Las ideas de ambas eran lo que usualmente se considera como el ideal humano, el deseo de vivir mejor, valorar el sufrimiento de los demás y tratar de evitarlo. En el fondo sus expresiones eran motivadas por su falta de entendimiento sobre los mecanismos reales que gobiernan la naturaleza de la realidad. Eran incapaces de asimilar las palabras de Marceline y Sophie. Ellas, que sentían la confusión de las personas que las escuchaban, su antipatía y su despreció entre ellos mismos, habían respondido a la pregunta de su profesora. Lo cual las indujo a imaginar posibilidades, que en un principio eran solamente ficciones, pero nadie de los presente podía demostrar, exceptuando que lo hicieran por necedad, que su realización no era posible. Las palabras de Pacheco eran interesantes y acertadas en los términos que los humanos se asumen como seres sensibles. La realidad que describe Pacheco era una realidad escrita en términos humanos, que, sin cuestionarlo, colocaba al sufrimiento de ellos, de él, como el centro donde giran los demás objetos.


Otros estudiantes comenzaron a emitir sus opiniones, todas contrarias a las de Marceline y Sophie. Todas ellas, sin importar cuán ‘elocuentemente’ sonarán, eran superfluas.


Casi al terminar la clase, cuando la discusión se había vuelto más amplía y más tranquila, Sophie intervino.


“La tecnología que cambió a esta ciudad, la que destruyó a la familia de Carlos, la que le dió el poder al gobierno imperialista del norte para ‘civilizar’ al mundo según su visión. Nos muestra que es posible crear lo que no tiene sentido. Pensar qué ésto es todo lo qué ella significa es la usual frivolidad del pensamiento humano. Pacheco olvidó que su propio arte es producto de la tecnología y que todos sus personajes son productos de la ignorancia natural de cómo los objetos se mueven según las leyes de un mundo que no está construido en términos humanos. Nuestra memoria es poco fiable cuando se trata de recordar los hechos, por ello sólo traemos con nosotros pequeños pedazos de realidad que asumimos como el todo que nos rodea. El ‘amor’, o lo que se cree que describe tal palabra, tendría un sentido auténtico si pudiéramos apreciar la belleza completa de lo que hay frente a nosotros. Un dispositivo que nos haga rememorar a las personas de forma entera, nos ayudaría a saber si amamos lo suficiente para aceptar lo que ellos son. Todos ellas llenas de prejuicios, falta de imaginación y desorden. Crear un artefacto de memoria infinita permitiría recrear los miles de futuros irreales y vivir en cada uno de ellos. Pacheco describe a la tecnología como la manifestación de la maldición del progreso. La manera en qué nos deshumanizamos. El cambio que describe es el cambio de nuestra propia ineficiencia. Olvidamos y olvidamos que nuestra condición natural es la qué nos pierde. Pacheco irónicamente lo sabe y lo niega. Las palabras son conjuntos finitos de símbolos, que siguen algoritmos complejos y extensos para representar de manera abstracta la realidad. Transductores de nuestros deseos. Un auto. Una televisión. Una radio. Son sólo extensiones de ellas. En algún punto negamos que los seres cambian, aunque nos veamos obligados a hacerlo, y olvidamos que tal cosa sucede para sobrevivir y que tiene como consecuencia el poder seguir recordando e imaginando”.


La campana de cambio de clase sonó. La profesora agradeció la ‘animada’ discusión. Todos se retiraron a su siguiente clase.


Después de aquella singular discusión, la profesora evitó entrar en cualquier tipo de controversia con Marceline y Sophie. El ligero desagrado que mostraba no significo nada para ellas. De su parte, se mantuvieron en lo que usualmente hacían. Ver el mundo desde su singular perspectiva. Lo interesante de ellas es qué no solamente hablaban de sus ideas extravagantes, trabajaban de forma sistemática en entenderlas. Se dedicaban a leer y estudiar libros técnicos, sobre matemáticas, programación, física y cosas similares. Sin que nadie lo supiera o logrará verlo, crearon su propio club de electrónica, donde construían circuitos que replicaban el comportamiento de expresiones matemáticas que describen el comportamiento de los sonidos o las mutaciones de los seres vivos en simulaciones numéricas generados por el control del flujo de electrones por cables de cobre.


Su objetivo era, como lo habían dicho en la clase de Español, ‘salir de la realidad’.


Si bien sabían que poseían habilidades fuera de lo común e incluso realmente extraordinarias, aunado con su convicción inquebrantable, aceptaban que su sueño era inalcanzable. Aceptaban sus limitaciones humanas. Sabían que podría dar unos cuántos pasos hacia adelante. Lo cual era suficiente para ellas. Su fracaso final no les causa ningún malestar, su tiempo finito lo usarían de la manera en que más les complaciera.


***


“Esto me recuerda a nuestro primer semestre en la preparatoria”, dijo Viridiana. “Cuando nos conocimos. Recuerdo que en ese tiempo hablamos con regularidad. Tú parecías tan amigable. Conversabas con cualquiera. Un día, súbitamente dejaste de ser tan hablador. Sólo te quedaste en el rincón del salón. Leyendo libros o escuchando música. Era cierto que seguías interactuando con los demás. Seguías siendo amable. Pero todo ello sumergido en ‘indiferencia’”.


“Así fue”, le dije. “Tú y yo hablamos animadamente al principio. Tal vez fue sólo la casualidad de estar sentados uno junto al otro. También desde ese momento fue que comenzaste a hablar con Enrique. Cuando te observaba parecía bastante feliz junto a él”.


“No sabía qué hicieras eso”, el comentario me puso algo nervioso. “Aunque yo también te observaba. No puedo decir el por qué lo hacía, pero me parecía que algo interesante había en tí. Hasta el día de hoy me preguntó qué era esa sensación que me transmitías”. Nuevamente me sentía avergonzado con sus palabras. “Ya desde esa época se notaba que eras más listo de lo usual. Bueno en matemáticas. Aunque nunca lo demostraste. Pensaba que tú sabías más que cualquier profesor sobre el tema. Además, ayudabas a la gente cuando te lo pedía. Lo cuál era extraño, considerando que proyectabas esa apariencia de no querer hablar con nadie. De querer estar solo. Y lo más extraño es el por qué las personas se acercaban a tí para pedir ayuda. Llegué a escuchar de algunos, que a pesar de tu aparente mal humor, explicabas las cosas con amabilidad y claridad, que hacía que la gente dejará de sentirse torpe por no entender las cosas complicadas”.


“Con esto en mente, trato de recordar, pero no puedo, el por qué dejamos de hablarnos”. 


“¿Por qué dejamos de hablarnos?”, Viridiana volvió a formular la pregunta con un tono que reflejaba su deseo de saberlo.


El escuchar esa pregunta me hizo dar un suspiro que denotaba fatiga y aburrimiento, como si contestar tal cuestión fuera molesto e innecesario.


“¿Recuerdas a Alfredo?”, pregunté. 


“Si lo recuerdo. Era un chico moreno, casi de la misma estatura que tú. Era el clásico tipo que se lleva bien con todos. Bastante extrovertido”, respondió ella.


“Tal vez recuerdas que era un tipo que solía hablar mucho sobre ir contra el sistema. Tener más identidad, originalidad, ser más libre. Todo esas cosas que algunos jóvenes ‘idealistas’ creen que pueden alcanzar con facilidad. Lo que se podría describir en la hueca frase de ‘ser jóven y no ser revolucionario es una contradicción’. Un eslogan creado para convencer a los jóvenes para seguir una corriente política inventada por un adulto sin mucha imaginación, que suena bien y que cautiva con bastante facilidad”.


“Yo simpatizaba con Alfredo. Al igual que él, ese mismo eslogan se podía aplicar fácilmente a mí persona. Ser más auténticos y honestos con las cosas que creíamos, era el ideal que deseaba alcanzar.  Una forma idiota de pensar, considerando que la vida propia carece de valor real en la realidad”.


“Siendo él como era en aquella época, se la pasaba hablando de tales cosas con cualquiera. Al mismo tiempo era amistoso y hacía reír a todo mundo, por lo que la gente lo toleraba. Tenía sus debates con los profesores, cuestionando su autoridad y sus competencias para enseñar, lo cual hacía de manera chusca. Por lo que el tema terminaba siendo sólo una forma de matar el tiempo de manera divertida. Era un tipo que siempre llamaba la atención”.


“Al final del primer semestre. Tuvimos una clase en el salón de laboratorio de medios audiovisuales. Ahí una compañera nuestra, de nombre Ilce, pequeña y delgada, de piel clara y cabello largo y negro, tuvo un problema con unos de los prefectos”.


“Mientras esperábamos en el salón a que llegara el profesor, cada uno estaba en sus cosas. Era la última clase del día. Por las ventanas entraba una luz amarilla cálida que relajaba el ambiente del lugar. La tarde pasaba cómodamente. Desde la puerta del salón, un perfecto asomo la cabeza para ver qué hacíamos. Pero luego se introdujo en el salón. Se acercó a Ilce para preguntar algo. Yo estaba sentado junto a ella. Escuche la pregunta y cómo la había respondido. El tipo súbitamente se molestó con ella, diciéndole que esa no era la manera de contestar. Me sorprendió la actitud que había tomado. Desde mi punto de vista, Ilce había hablado con cordialidad. Ella era una persona tranquila. Sólo una usual ‘buena persona’. Molesto con la altanería del prefecto, me paré y le repliqué que su forma de hablar era incorrecta, en ningún momento Ilce había sido descortés con él. Entre palabra y palabra, el enfado del prefecto aumentó y terminé siendo llevado a la dirección por mi comportamiento”.


“Mientras me enfrentaba con el prefecto, noté que Alfredo observaba todo lo que sucedía, estaba sentado detrás de Ilce, sabía de primera mano lo que sucedía. Al menos eso pensé. Creí que en algún momento se levantaría para apoyarme, ya que era claro de qué se trataba la discusión. Pero se quedó sentado, callado, pasando tranquilamente la agradable tarde”.


“Recibí una llamada de atención de la directora de la escuela, al regresar al salón por mi mochila. Sólo estaban Ilce y una amiga suya. Todos los demás ya se habían ido a sus casas. Dijo que había esperado a que regresará por mis pertenencias. Me dió las gracias por defenderla. Preguntó cómo me había ido. Le expliqué que sólo tuve que escuchar las palabras usuales de los adultos cuando quieren corregir a un adolecentes ‘rebelde’, pero nada serio. Volvió a agradecerme y yo le agradecí que hubiera cuidado mis cosas”.


“Después de ese incidente, ella siguió siendo la misma dulce chica que siempre había sido. Ello me alegraba. También Alfredo siguió siendo el mismo de siempre, un extrovertido cualquiera que se asume como un ‘progresista’, un tipo ‘cool’. Yo por mi parte si había cambiado un poco. Entendí que la ‘hipocresía’ es la forma más natural de los seres humanos”.


“Ciertamente nada grave había pasado. El entendimiento profundo de algo puede ser el resultado de cualquier mínima acción, sea compleja o muy mundana. Fue en ese momento cuando las personas me comenzaron a incomodar, aburrirme y ser triviales para mí. Me costaba soportar su simpleza estándar. La hipocresía que manifestaban al creer que podía soportarse a sí mismos y a los otros, me cansaba. Creían que sus vidas valen lo suficiente para que otros objetos giren a su alrededor”.


“Entenderlo me hizo sentir cansado”. 


“No me interesaba ser como ellos”.


“Lo más lamentable para mí fue entender qué yo era un ejemplo más de ellos”. Mis palabras reflejaron lo cansado que era pensar en ello.


“He decir que fuí afortunado de manejar aquello de esa manera. Podría haber hecho cosas que no hubieran tenido un valor real”.


“Como no quería seguir actuando de esa manera, arrogante y pretenciosa, me aleje. Me senté en mi silla, en el fondo del salón, leyendo y escuchando música para sentirme fuera de lo que era naturalmente. Hice lo que entendía y creía que podía hacer”.


“Verte reír, lucir feliz. Me parecía un engaño, una verdadera hipocresía. Por ello, a pesar de qué sólo eres tú siendo tú, aquel dilema en mi cabeza me impedía seguir aceptando aquello que sabía era sólo una ilusión. Las personas se dicen a sí mismas que pueden ser felices y casi todas ellas creen que lo son. Los vínculos que forman son tan frágiles y, siendo tan tontos como somos, viven creyendo que son fuertes cuando hace tiempo sólo se han convertido en columnas de arena”.


Al terminar de contar aquello, el semblante de Viridiana denotaba mesticia. Parecía, nuevamente, entender algo de ella misma al escucharme, algo que, de alguna u otra manera, ya sabía pero que decía, insistentemente, en ignorar.


Otra de las razones por las que en aquella época de preparatoria, había decido ser poco sociable fue percibir el peso de las palabras en los demás. Mis ideas, ideales y deseos eran las de un inepto chico que creía saber su lugar en el mundo. Cuando me percate que ninguna criatura en la realidad tiene un lugar significativo, me sentí libre pero también molesto con la estupidez de los otros al no notar algo tan obvio y, al mismo tiempo, también entendí que no podía quitar o eliminar esa condición, era natural en nosotros. Yo sólo debía aprender a soportar mi propia amargura, que sabía podía crecer hasta aplastarme.


A pesar de lo reconfortante e ilusorio que era caminar por un sendero imaginario, donde había coherencia, no podía evitar lamentarme que, al igual que los demás, yo caminaba por el mismo lugar. Quería encontrar la manera de cuestionar el verdadero orden de las cosas, estar en algún sitio que pudiera sentir adecuado para mí. Creía que mi camino era más honesto, en el que la verdad aplastaba la falsa e hipócrita felicidad humana. Así lo deseaba, como ellos deseaban estar en esa lánguida alegría. Destruir aquella hipocresía natural en mí, era también una ilusión. Sentir la desorientación era abrumador. La civilización humana se había desarrollado bajo la quimera de un mundo hecho para ellos o, que en última instancia, podían someter gracias a su valor e inteligencia. Ese ‘valor’ y esa ‘inteligencia’ sólo eran representaciones humanas bastantes simples de lo qué en realidad significan esos conceptos en el orden natural de la realidad.


“Parece que ha comenzado a llover”, le dije a Viridiana. La vi mirando hacia la ventana y noté que sus ojos emitían un brillo acuoso. Parecía que estaba a punto de llorar. Se levantó y se acercó a la ventana, parecía que quería apreciar mejor cómo el color de las nubes se volvía de un color azul opaco. Luego cerró los ojos y recargó su frente sobre el vidrio de la ventana. Con una voz lánguida. “¿Crees que sigo siendo hipócrita? Durante este tiempo que he mantenido la distancia con los otros, me he sentido feliz de no cargar con las emociones simples de los otros. Sin embargo, me gustaría saber qué puedo ‘hablar’ con alguien”.


“La primera vez que fuí a la casa de Enrique, sus padres me acogieron con mucha alegría y amabilidad. Todo el día hablamos de cosas usuales. Sobre mis padres. Dónde vivía. Cómo había conocido a Enrique. Qué pensaba de él. Recuerdo la indiferencia de su hermano, quién pasó todo el tiempo en su cuarto jugando videojuegos, como si mi presencia le hubiera molestado. Sentí que podía formar parte de esa familia”.


“Con el tiempo, al conocer más a su familia, noté todas las cosas triviales que forman a los seres humanos y que crean su identidad. Sus manías. Sus paranoias. Sus prejuicios. Descubrí, por ejemplo, que su hermano era un patán. Es notable cómo dos personas que crecen juntas y  que se parecen tanto puedan desarrollar personalidades tan diferentes. Aunque también pensé en la posibilidad de que las personas pueden tener el mismo comportamiento pero manifestarlo de manera diferente. ¿Qué tan patán podría ser Enrique por sí mismo?”.


“Sus padres eran clásicos personajes de clase media. A los cuales el dinero no les faltaba. La vida les había tratado bien. Lucían como unos amorosos padres y lo eran. Siempre al pendiente de sus hijos. Cuidando la prosperidad que habían alcanzado. Unos buenos católicos que nunca olvidaban dar gracias a ‘Dios’ por el bienestar con que eran bendecidos”. 


“Entre los dos habían diseñado la entrada de su casa, en la que colocaron una fuente que era un altar a la ‘Virgen de Guadalupe’. Asistían con regularidad a las misas de los sábados y domingos. Cuando la iglesia organizaba una kermés para reunir fondos, ellos siempre participaban. Su comunidad los consideraba como unos devotos muy generosos y afables”.


“Recuerdo una comida del ‘10 de mayo’. Su madre frente a todos los invitados dijo que la felicidad más grande de una mujer era tener hijos y que en ese día en que podía estar con todos ellos le daba significado a su vida. Cuando la comida terminó, las mujeres se pusieron a limpiar, mientras los hombres seguían hablando. Enrique quisó ayudar, pero su madre le dijo que lo dejará, ella se encargaría de hacerlo, él ya había hecho suficiente por aquel día. Lo único que hizo ese día fue ir al mercado, recogerme y comer. Mientras le ayudaba a lavar los trastes, me comentó que un día yo también tendría la oportunidad de que mis propios hijos celebrarán ese día para mí”.


“¡Celebra para mí!”, dijo Viridiana con molestia. “Un pensamiento cruzó mi mente en ese momento. ¿Por qué obligar a otra vida a existir para darle sentido a mi propia existencia? ¿Acaso no podía yo ser capaz de dársela por mi misma? La bondad del corazón de la madre de Enrique parecía ser auténtica al decir esas palabras. Aquella bondad se basaba en los términos usuales. En la hipocresía que nos obliga a creer que somos buenos… pero es ridículo…”. Su voz se quebró y comenzó a llorar. Vi sus lágrimas recorrer sus mejillas y caer al piso. La piel color miel de su rostro adquirió una tonalidad ocre rojiza. Las emociones se expandían y contraían dentro de ella.


Al mirarla de esa manera, no puede evitar sentir tristeza por ella. Ello me sorprendió. Para alguien como yo que mira el sufrimiento de las personas como un acto natural, similar a la lluvia o el viento, ver a ese ser humano en particular intentando ser honesto enturbiaba algo en mi interior. De alguna manera sabía que no podía evitarlo sentirme desorientado.


Stephanie me explicó que al principio creyó comprender el sufrimiento de los seres humanos. Al crecer con ellos, asumió que podía sentir la veracidad de las emociones que proyectaban. Fue Orusco quién le enseñó que era una suposición equivocada. Ella no había aprendido a sentir con claridad las emociones experimentadas por los humanos ni comprendía la naturaleza de su sufrimiento, a pesar de haber estado en este planeta desde muy pequeña. Ella se sentía humana, se consideraba humana. No podía ver que la miseria o dolor eran producto de la violencia pura que es el azar. El sufrimiento humano, casi en su totalidad, sólo consistía en la ilusión del placer y la arrogancia de considerarse superiores. El verdadero dolor es algo que no se describe con palabras humanas.


Después de un momento, Viridiana se dirigió a mí. “¿Qué tan hipócrita he sido? ¿Sabes decírmelo?”.


Me sentí increíblemente exhausto. Sabía qué decir, o, más bien, tenía una respuesta para su pregunta. Tenerla no me hacía sentir mejor y, tal vez, no le haría sentir mejor. Conocer las cosas no libera a la personas del peso de su incertidumbre, sino las ubica en la forzosa necesidad de aceptar su nada especial vida. 


“En aquella época tú y yo éramos demasiado humanos. Así que irremediablemente sentimos las cosas que sentimos debido a nuestra propia condición natural. Fuímos más humanos qué nunca”.


“Hoy, puede ser, qué ambos hayamos pérdido un poco de eso. Tal vez, si llegamos a abandonar más, un poco más, seamos algo más especiales y, con mucha suerte, ligeramente más ‘felices’”.


“¿Eres más feliz?”, me dijo con un ligero tono de irritación en su voz.


Hice una onda respiración. Dirigí mi vista a la ventana, al lado de ella. Ví cómo las gotas de la lluvia chocaban contra el vidrio y luego se deslizaban por él por el paso de sus limitaciones. Luego, volví mi rostro hacía el suyo.


“En el club, Marceline, Sophie y yo, aprendimos que no se puede negar lo que se es naturalmente. Uno es patético y siempre lo será. A menos que uno estuviera dispuesto a eliminar aquello que nos induce a ser lo que somos”.


“La ilusión de lo qué se es no sólo está condicionada a las formas en que nuestro cuerpo físico asimila los estímulos. La imaginación es esa falsedad que hace que nos coloquemos en una posición de superioridad. Al mismo tiempo, ella, generadora de realidades sintéticas, es la que no abre una pequeña posibilidad de dejar de ser lo que se es”.


“Al leer, siento que lo que soy se desvanece completamente, pero al mismo tiempo queda algo de mi que siente las emociones en las palabras. Las palabras parasitan en mí para que pueda seguir creando cosas en mi mente aunque yo ya no sea nada. Esa nada que es capaz de ver lo que sucede en las páginas, es lo que nos permite dejar de ser humanos y continuar siendo un ‘ego’”.


“Cuando digo esto, me siento algo estúpido, no por qué no lo crea, si que cada vez que recuerdo cómo lo aprendí todo parece irreal”.


Ella me miró con una mirada de incredulidad e inconformidad. Al notarlo me reí ligeramente, debido a que sentí un poco de miedo. “Logré deshacerme de mucho de mi humanidad. Sólo queda una parte que no he logrado desechar. Es algo que no he podido comprender. Todo este tiempo he pensado en lo qué consiste. Y siempre he terminado confundido. Ahora como antes, sigo pensando en ello”.


“¿Ninguna idea de lo qué es?”, me preguntó Viridiana.


“Creo que se trata del recuerdo de una persona”.


“¿Una persona?”.


“Seguramente te ha pasado que cuando buscas algo que necesitas, no lo hallas. Por más esfuerzo qué hagas por encontrarlo, no aparece, como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. Esfumándose. Mueves aquí y allá, y nada. Después te cansas y, desesperado, aceptas que no lo encontrarás. Te sientes cansado y desilusionado. Pasa el tiempo. Y mientras haces cualquier otra cosa, vas y mirar detrás de un libro o en el anaquel superior, y ahí está lo qué buscabas. Responder a grandes preguntas muchas veces no se trata de ser inteligente para resolverlas, sino es el ser inteligente para aguantar el suficiente tiempo para que simplemente aparezcan”.


“¿Qué es lo qué busco al tratar de aclarar ese recuerdo? Sé que se trata de una persona. Sé que quisiera verla de nuevo. Hablar con ella. No puedo dejar de recordarla. Y las emociones que me provoca no me dejan nunca. Al tratar de mirar analíticamente ello, comienzo a perderme, mis pensamientos se vuelven difusos y me siento tan agotado. ¿Qué es ella?”.


“Negar aquello, no me ayudaría en nada. Sólo me haría seguir siendo humano”.


“Y al mismo tiempo, mi propia vanidad me hace creer que si dejo de pensar en ello, podré salir de esa condición humana”.


“Creemos tontamente que los individuos en nuestra civilización pueden apreciar la vida de los otros”, dije con irritación.


“Nuestra realidad es seguir el comportamiento impuesta por el orden natural de la Realidad. Servir de alimentos para otros”.


“Despreció tanto esta parte humana mía que todavía tengo y ello se debe a que sigo siendo humano”.


Me quedé callado por un instante. Viridiana notó que la energía que mi cuerpo desprendía manifestaba que hablar de esto me hacía sentir terriblemente cansado. Dí un fuerte respiro, para calmarme un poco. Me aleje de la ventana y me acerque al sillón-cama. Me dejé caer sobre él. Deje mis brazos extendidos a los costados, lo que enfatizaba lo extenuado qué ya me sentía. Moví mi cabeza para mirar el techo. “Esta pequeñísima humanidad en mí es lo que me mantiene en este pequeñísimo planeta…”.


***


“A diferencia de muchas otras especies en el cosmos, tus ancestros no se desarrollaron bajo una sola fuerza de gravedad. Como los tardígrados, que son capaces de soportar una diversidad de ambientes hostiles, se mueven de sistema en sistema, de roca en roca estelar. Los  tuyos se desarrollaron como chinches espaciales. Viajando, al principio, en los cometas o asteroides que los llevaban de un lugar a otro por el vacío del espacio. A pesar del frío, la falta de alimento, los choques entre estrellas o galaxias, o ser comidos por las ballenas estelares, nada les impedía seguir moviéndose a su gusto. Luego aprendieron a construir (o manipularon a otros para hacerlo) transportes sofisticados para ir a lugares más específicos. Con la intención de evitar el azar de la aventura en cuerpos celestes que siguen sus propios rumbos. Aunque, siendo tan enorme la oscuridad, ir a cualquier lado, sea por deseo propio o no, es ir a lo desconocido. Hoy, de vez en vez, algunos de ellos mantienen esa tradición de viajar sobre las rocas metálicas que van sin aparente destino por los caminos siderales”.


“También, de vez en vez, algunos de ellos deciden quedarse en un planeta en el que la vida está apenas desarrollándose. Observan y aprenden. A pesar de haber visto el fenómeno tantas veces, siempre encuentran un sútil detalle que no habían notado”.


“Los planetas que habitaban, nunca fueron considerados como un hogar. Para ellos estar en un lugar sólo significa un tiempo de observación largo. Sin importar que estuviesen por 100 o 1000 millones de años, seguían considerándose como simples ‘vagabundos’. Caminantes que van formando su propio camino. Observadores que han sido testigos de cómo miríadas de mundos con inteligencias prometedoras desaparecieron con la facilidad de un suspiro. Aprendices de las civilizaciones que lograron encapsular los soles para mover enormes máquinas por el espacio”.


“En todas aquellas ocasiones, siempre trataron de mantenerse al margen de los acontecimientos de las criaturas nativas de cada planeta. No interferían en las calamidades de cada mundo. Ni sentían un pesar por el sufrimiento de sus habitantes. Aunque, su curiosidad de saber sobre los cambios sutiles provocados por alteraciones intencionales, los llevaba a cambiar algo aquí, algo allá, de manera tan tenue, con la finalidad de esperar 5 o 10 millones de años y ver. Es cierto que a veces generaban cosas que podrían describirse como ‘desagradables’ y otras como ‘bellas’, pero al concluir sus experimentos, simplemente destruían lo que habían creado. Lo que ellos hacían era sólo observar y aprender, no son, ni lo serán, seres magnánimos como lo sería un dios en el sentido humano”.


“Como se puede apreciar, tenían el tiempo, la paciencia y la capacidad para hacerlo y lo hacían”.


“En ese vasto tiempo de su existencia sucedía, de vez en vez, que se dividían en grupos que iban por lados diferentes. A pesar de esa separación, cuando grupos diferentes o sus descendientes se encontraban, algo que sucedía raramente debido al tamaño del cosmos, se miraban con una curiosidad apasionada. Les maravillaba cómo objetos inicialmente similares habían cambiado tanto. Es claro, que a pesar de tener cuerpos diferentes, mantenían siempre su identidad esencial, qué sólo individuos de ellos eran capaces de reconocer. (Bueno, seres mejores qué ellos también lo reconocerían. De esos también hay muchos)”.


“Se diría que tus antepasados son seres ‘inteligentes’ cuya motivación de existir se describe como aquel que quiere leer todos los libros que puedan existir”.


“Tal cómo era de esperarse, ese comportamiento también los llevó a preguntarse cuál era su naturaleza ‘real’. Saber quiénes son. Y para responder a su propio enigma, han planteado experimentos que se han ejecutado desde hace tiempo y que se extienden largamente”.


“Existen mundos en los que han dejado a sus descendientes, como los pájaros cucos, para que crezcan siendo como los oriundos. Ven cómo sus hijos cambian en esos mundos. Ven en qué se convierten”.


“Tú misma eres un ejemplo más de tales experimentos”.


“Ciertamente te parecerá que sus acciones parecen ser una ‘crueldad’ de un espíritu protervo. Y ello sólo es consecuencia de las formas humanas que usa tu cabeza para asimilar tu alrededor. Tal cosa, al mismo tiempo, es parte de lo que ellos desean observar”.


“Siendo uno de ellos, luego de que recuerdes por completo tu auténtica naturaleza, harás algo similar. Querrás cambiar y cambiar algo, para ello tendrás que aprender y, luego, viajarás de un lado a otro, creando un camino que te transforme”.


Stephanie escuchaba a Orucso hablar sobre el origen y el por qué de su vida… Las palabras la confundían… La desorientación es la razón de que los seres humanos sienten una profunda pesadumbre en su interior y ello los conducía a comportarse con la vileza usual que los caracterizaba.


Orusco al hablar no parecía sentir ningún tipo de angustia, nostalgia o compasión al decirle todo ello, tampoco daba indicio que disfrutara de ello. Era tan indiferente a las emociones que apabullaban a Stephanie al saber todo esto. 


Stephanie sintió una terrible desesperación. Una insoportable sensación de náuseas aparecía en cada ocasión en que él le mostraba cómo sus ancestros manipularon a otros seres para ‘aprender’. Conoció a las criaturas ‘demoníacas’ que ellos habían creado. Seres de formas físicas ‘horripilantes’, que al principio creyó eran resultado de una locura sin igual. Sin embargo, eventualmente entendió, y no de una ‘buena’ manera, que esos demonios lo eran por qué ella usaba el concepto y la idea humana de ‘demonio’ para describirlas.


Orucso la llevó a conocer los mundos muertos de las civilizaciones que sus ancestros levantaron para ver cómo se daba el ‘cambió’. Quedó impresionada por las magníficas e inigualables edificaciones que levantaron esos seres artificiales. Le pareció horripilante, así lo sintió al inicio, observar cómo fueron usados para complacer la curiosidad de otros. Toda la energía creativa para construir una civilización terminó beneficiando a alguien más y no a los seres que dolorosamente se levantaron para mirar al futuro. Cuando pensaba en ello y discutía con Orucso sobre la ‘vileza’ de sus ancestros, lloraba, se enfadaba y terminaba en un rincón totalmente deprimida de saber algo de sí misma. Orucso, que seguía sin mostrar ‘empatía’, seguía explicando el sentido de las cosas. ‘La posición del objeto A en el esquema B da origen a la consecuencia C y de ello se descubrió D’.


Sin duda Orucso sabía expresarse y la verdad que él transmitía poseía un enorme peso que el ‘alma’ o ‘esencia’ de Stephanie lograba a penas soportar. Demasiadas veces sintió como el agobio de saber más de ella la colapsaba a la nada. Era común verla llorar amargamente. Orucso al ver sus lágrimas no parecía experimentar o manifestar ningún tipo de sentimiento ante la incertidumbre de Stephanie. Inmóvil y en silencio sólo esperaba a que ella se recompusiera para continuar enseñándole.


Stephanie se vió obligada a imaginar y preguntarse sobre la verdadera naturaleza de la realidad. Sintió que debía cuestionar todo lo que Orucso le decía. Creyó que al hacerlo podía encontrar el error de lo que afirmaba y así mostrar la manera equivocada en que él y sus ancestros actuaban. Sin embargo, en muchas ocasiones, la caída libre de los hechos la golpeaban bruscamente y, cuando sucedía, su pesar e impotencia ante la ‘lógica’ de Orucso la irritaba a tal punto que intentaba lastimarlo. Cuando la ira de aquellos momentos fluía por todo su cuerpo, tomaba cualquier objeto físico cercano a sus manos y golpeaba a Orucso. Ella sabía, que hacer eso era tan inutil cómo cortar su propio cuello. El cuerpo de Orucso parecía ser como el de cualquier humano. Poseía cinco dedos en cada mano, tenía un rostro que podría describirse como ‘bello’ e ‘imperturbable’, con ojos de color café ocre, cabello corto y profundamente negro. Siempre ‘vestía’ lo mismo, algo parecido a un traje liso y negro, pero, como se lo había explicado a Stephanie, aquello no era algún tipo de tela. Se trataba de un exoesqueleto, materia ‘viva’ que su cuerpo ‘blando’ secretaba para protegerse del ambiente extremo del espacio. De hecho, su ‘piel’ era más ‘dura’ que ese traje. Aquella coraza no podía ser mancillada por el enojo y disgusto de Stephanie. Ni por aquellas ‘armas’ construidas en los otros mundos que visitaron y qué Orucso le mostró cómo usarlas. Nada que ella conocía podía hacerle algo. Cuando se cansó de intentar abrir aquel escudo, ella probó con algo más ‘sútil’. Si el sentido de Orucso para estar con ella era ella misma, tal vez, si ella se lastimaba, pensó, lograría alterarlo. Una forma común de pensamiento humano. Para su sorpresa, cada uno de sus intentos fue un fracaso. Lo asombroso de ello no fue que no logrará lastimarse, si no que Orucso siempre le permitió hacerlo. Al final de cuentas ella era un experimento de sus ancestros y, como tal, se habían tomado las medidas necesarias para preservar la integridad de él para poder concluirlo. Orucso curaba sus heridas, reconstruía sus tejidos, cuidada de crear copias genuinas de su cerebro, conservando íntegramente todas sus memorias. No importaba si ella se arrancaba un ojo o se abría un hueco en el cráneo, él volvía a colocarla en el estado inmediatamente anterior de sus acciones.


Stephanie insistía en demostrar que sus antepasados no eran ‘buenos’ y que alguien debía ser responsable de las acciones cometidas por ellos. Por mucho que intentó ‘dañar’ a lo único que veía como representante directo de sus antepasados, nada cambiaba. Orucso seguía con su rostro inmutable e indolente. Parecía que él era incapaz de reaccionar a cualquier ‘emoción’.


Un día Stephanie le preguntó si sentía pena por la manera en que ella se comportaba. Él respondió: “Estoy aquí simplemente para ayudarte a recordar. Lo cual es parte del experimento. Cuándo este haya concluido, entonces yo no interferiré de manera intencional en lo qué hagas. Serás ‘libre’ de terminar con tu existencia si así lo deseas”.


Luego agregó. “Hay un problema que quiero resolver y todo lo qué hagas me permite avanzar en su solución”.


“Tus antepasados son seres sumamente curiosos. Cuando estuve con ellos, me enseñaron tanto, pero mucho de lo que aprendí no fuí capaz de asimilarlo. Aquello me tuvo en una desolación, que con una extrema simplicidad se puede ver cómo lo que ahora tú sientes. Al verme en ese estado uno de ellos me comentó qué sabía de una manera de resolver parcialmente mi dilema”.


“Me ofreció ser el conductor final de un experimento que había iniciado hace bastante tiempo en un planeta estándar, en la orilla de una galaxia muy jóven. Y que consistía en ayudar a recordar a una variedad sintética de ellos a conocer su verdadera naturaleza”.


“Se me dijo que al ser cuestionado por un ser parecido a ellos, pero bastante inmaduro, tendría que pensar en cómo mostrarle la verdad abstracta de la realidad. De su real naturaleza”.


“Al escuchar aquello, pensé que tal tarea debería ser fácil. Sin embargo, tus antepasados son tan arrogantes. En la misma magnitud en qué tú me comprendes a mí, yo te comprendo a tí. La tarea es complicada”.


“Decidí realizarla. No tenía miedo al fracaso. Este siempre es una opción a cualquier cosa que uno emprenda. Aunque tampoco guardaba esperanza de tener éxito. Lo primero y último que se debía hacer, era hacer el trabajo”.


“No estoy aquí para hacerte feliz. Ni para compadecer a seres menos notables que tú. Y a pesar de que los humanos realmente no tengan nada de interesante, no trato de convencerte de ello, aunque en algunas ocasiones pareciera que fuera lo contrario”. 


“Estoy aquí por qué debo ayudarte a recordar y hacerlo implica que comprendas tu verdadera naturaleza. Tú eres lo más especial que hay en millones de años luz a la redonda”.


“Y aún a pesar de lo realmente singular que eres, mi mayor deseo no es concluir con éxito este experimento. Sólo quiero asimilar las enseñanzas de tus ancestros”.


Cada palabra de Orucso pareció sonar con la misma intensidad. Un mensaje mecánico, sin emociones ni sentimientos. Un ser artificial sin la menor idea de lo que significa la calidez del corazón humano. Fue en ese instante que Stephanie comenzó a entender que él decía las cosas con mucha pasión. Con un deseo natural, congruente y honesto sobre lo que pretendía. Aquellos aspectos que tanto le habían molestado en un principio, la vulgar verdad de los hechos, comenzaron a verse un poco más claros y, sobre todo, reales. Entendió que él no quería que ella sufriera. Él sabía el peso de la realidad y los hechos que se desarrollan en ella. Él mismo, desde hace tiempo atrás, realmente muy atrás, había comenzado un camino similar al que ella tenía que pasar. La vida consciente no comienza por el deseo de uno mismo, al menos para él y ella no fue así. Sometidos a la violencia natural e irrefutable de la aleatoriedad, terminaron existiendo e imaginando cosas que parecían no existir. Querían saber en qué consiste el mecanismo que hace funcionar un mundo tan miserable como es este.


Orucso había sobrevivido hasta el momento y deseaba seguir existiendo para alcanzar el mayor y único de sus deseos. Salir de la realidad. Crear una nueva, en sus propios términos. Una dónde su vida tuviera un real significado. Donde realmente él fuera especial y en donde sus acciones tuvieran valor, congruencia y significado.


Al darse cuenta de ello, Stephanie comenzó a percibir aquello que consideraba ‘inhumano’ que, sin embargo, era más real, muy alejado de la frivolidad del pensamiento humano que cree saber y sentir el mundo que lo circunda. Aprendió aquel día que el mundo, la realidad, las emociones, los sentimientos, la imaginación, no están definidos por las palabras, por más que ella pensará que eran hermosas, de humanos o, de hecho, de cualquier otra criatura.


A pesar de que el cosmos es amplio en distancia y temporalidad. Orucso, como muchos otros seres dispersos como motas de polvo en el cielo matutino, quería desafiar ese orden. Por ello, no podía perder el tiempo en tratar de ayudar a los demás con su sufrimiento. Él no era indiferente al dolor de los demás. No lo era. A pesar de su aparente crueldad, él comprendía que los objetos siguen las trayectorias indicadas por la Segunda Ley de Newton y ello era un edicto incuestionable de la aleatoriedad de la realidad.


Orucso, en un pasado muy alejado de su presente con Stephanie, uno que recuerda nítidamente, había nacido en un mundo parecido a la Tierra. Con un cielo y mares azules. De continentes llenos de plantas verdes y árboles que crecían hasta ser gigantescas columnas que parecían sostener la bóveda celeste. En aquella época, Stephanie lo hubiera confundido con un simple y escuálido lobo, pues esa era su apariencia en aquel momento. Ella podría haber notado la profunda e intimidante mirada que poseía. Una que hacía que otros seres, de aparente más inteligencia, sintieran miedo. Sin embargo, su rostro, como el de ahora, no reflejaba nada de las emociones y pensamientos que están en su interior. Ahí se encontraba el primer error de la aleatoriedad, haber dado congruencia a su alma para insistir en una idea. ‘No regirse por la voluntad absoluta de la realidad’.


Un día, un día normal, simple, común, estándar, para los seres inferiores como él, caminaba con un amigo. Buscaban comida. En aquella ocasión ambos decidieron ir más lejos del territorio en el que siempre habían buscado alimento. Pasaron entre la espesura de los árboles y cruzaron ríos enormes. La sensación de hambre física e intangible les obligó a ir más allá. Con el paso de los días, encontraron un lugar donde pudieron cazar una abundante cantidad de presas con las que sus cuerpos se sintieron revitalizados. Soñaron que ese festín no podría terminarse nunca. Cuando el clima, que también les sonría, les daba calidez y el viento fresco relajaba sus mentes y cuerpos, que habían sometido al esfuerzo de la caza, sintieron que debían quedarse en aquel lugar para el resto de sus existencias.


Una noche, mientras el cielo despejado dejaba ver un sin fin de estrellas, la tierra comenzó a temblar. El crujido de los árboles y rocas rompiéndose se escuchó en todas las direcciones. Orucso y su compañero no sabían qué pasaba. Asustados comenzaron a correr en una dirección al azar. “¿Qué sucede?”, se preguntaron. No sabían cómo contestar a esa pregunta. No sabían si iban por un buen rumbo o si estarían a salvo. Sólo reaccionaron a la incertidumbre de los demás objetos.


En un lugar alejado de donde dormían, la tierra, por una decisión aleatoria, había decidido colocar un volcán. Las fuerzas geotérmicas del subsuelo se dirigían desde el centro del planeta hasta su superficie. Sin poca importancia de lo que estuviera en su camino, el volcán se levantaría.


Piedras incandescentes comenzaron a volar por el cielo. Una nube oscura tóxica cubrió el limpio cielo. Comenzó a caer ceniza, que al respirarla quemaba la garganta y sobre la piel dejaba huellas del calor que contenía. La energía potencial guardada en lo profundo de la tierra se había transformado en una despampanante violenta energía cinética. Toda una acción arbitraria de la realidad. ¿Quién puede cuestionar ello? Al parecer nadie era culpable de que eso sucediera. Ningún ser consciente de su existencia parecía estar exento de culpa, las violentas fuerzas se movían para cumplir con la voluntad de un dios inexistente.


Súbitamente piedras incandescentes comenzaron a caer sobre Orucso y su amigo. Esto le enseñó que la incertidumbre no tiene acotamiento. Gracias a la agilidad de sus cuerpos lograron evitar varios embates. Sin embargo, en un instante (aleatorio), una roca al rojo vivo cayó sobre ellos. El compañero de Orucso perdió las piernas traseras, luego su cuerpo comenzó a arder debido a la radiación del calor que la roca liberaba. El impacto había arrojado a Orucso a lo lejos. Cuando recobró la orientación, buscó a su amigo. Al localizarlo, corrió a él. Lo tomó por el cuello con su hocico y lo arrastró. Alejándose lo más rápido posible de la roca hirviente. Luego de un tiempo corriendo encontró una cueva. Se introdujo en ella, lo más profundo posible, junto con un cuerpo inerte.


Durante varios días no salió de la cueva. Sentía miedo de lo que pudiera estar pasando afuera. Pero el hambre le impulsó a salir. Al mirar a su alrededor notó en el lejano horizonte una enorme montaña con una brillante cúspide, que antes no había estado ahí. Para ese tiempo, ya era consciente de que su compañero no volvería caminar a su lado. Ambos estaban juntos porque entendían, implícitamente, que la posibilidad de sobrevivir aumentaba si trabajaban en conjunto. Otro edicto de la realidad. La pérdida de un compañero no era nueva para él. Sus padres, hermanos, muchos otros, habían muerto por enfermedad, hambre o la violencia natural de otros seres vivos que intentan, como él, sobrevivir a la aleatoriedad de la realidad. Sin embargo, ahora, existía una diferencia sustancial con aquellas experiencias a las que había sido sometido. Un objeto ‘inanimado’ había intentado acabar con él. Se preguntó: ‘¿en qué consiste el orden que gobierna la realidad?’.


Aquella pregunta desencadenó una serie de eventos que lo llevaría a convertirse en el Orucso que debía enseñar a Stephanie en qué consistía su verdadera naturaleza.


Pensó, al principio, que debía aprender a controlar aquellos fenómenos naturales para evitar perecer. Con el tiempo logró grandes hazañas al respecto. Estudió y logró utilizar la energía de un volcán para controlar el clima de una región. Ese lugar se convirtió en uno de los territorios más prósperos de su planeta. Todas las otras civilizaciones que surgieron admiraron el progreso tecnológico alcanzado y el cual no se detuvo.  La abundancia y la paz se extendió por todo su mundo. Nadie podía negarse a ese estado onírico. Pero con el tiempo comprendió lo ridículo de sus logros. Todos eran finitos. Decidió entonces comenzar un viaje, aprender de otros, otros más perspicaces que él, más sensitivos, mejores que él, para que pudiera encontrar el significado de ser más apto para sobrevivir. Con el tiempo, también observó que aquello era absurdo. Entendió que las normas abstractas que gobiernan la realidad no están establecidas por ningún ser, por más hábil que fuera. Sólo existía una posibilidad, la única qué él pudo concebir, para enfrentarse a ellas. Salir de la realidad y construir una propia. Una donde la conmiseración fuera aceptable.


Al pensar en su gran sueño, Orucso volvió a darse cuenta de lo trivial que era. Se percató de que aquello sólo significa volver a colocar a otras vidas bajo el yugo de unos mecánismos que, con el tiempo, buscarían desarrollar su espíritu y ello los llevaría a sufrir.


Debía seguir aprendiendo. Debía comprender cómo salir de la realidad para convertirse en algo especial, en algo cuyo sufrimiento tenga significado.


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