miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 2)

  por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

***


“¿Qué has hecho durante este tiempo?”, me pregunto Viridiana.


Nos encontrábamos en el comedor de mi casa. Aunque, para aclarar, lo qué se suponía era el comedor sólo se componía de una mesa, un pequeño refrigerador, una pequeña tarja y una repisa donde tenía exactamente dos platos, dos cucharas, dos tenedores, dos cuchillos, dos vasos de vidrios (decorados con imágenes de flores de varios colores) y dos tazas abombadas (en las que se podía leer ‘Zacatecas’, un lugar en el que había estado sólo una vez y por muy poco tiempo). La duplicidad de estos objetos se debía a la necesidad de estar preparados ante imprevistos, como cuando se comiera sopa y luego se quisiera disfrutar de un flan. También sobre la repisa se encontraba el plato de Oscuro y en el piso otro, del cual bebía. El grifo de la tarja tenía conectado un filtro con el cual se aseguraba que el agua fuera totalmente potable. El filtro era algo que yo había creado por mi propia cuenta, era capaz de purificar el líquido a una calidad comparable a la que se podía encontrar en los ríos más cristalinos del planeta de hace 3000 años.


Viridiana al notar lo minimalista del lugar se sintió fascinada por el estilo austero de mi comedor. El lugar era usado de manera óptima. El color blanco de las paredes contrastaba bien con el color amarrillo canario del techo. La combinación me era agradable. Sin embargo, cuando ella notó que sólo había un asiento, me sentí apenado. No tenía necesidad de tener más sillas. Además, entre los imprevistos que consideraba estaba descartado el hecho de recibir a alguien para comer juntos. Lo cual podría ser paradójico con el hecho de que disfrutaba comer acompañado de Oscuro.


Tenía un sofá-cama y dos asientos, bastantes cómodos, en el estudio. Además de una pequeña mesa que usaba para comer cuando decía hacerlo en él. Por lo que le indiqué que fuéramos ahí. Subimos al lugar. Entre los dos llevamos los utensilios y la comida, la cual ella había comprado para la ocasión.


Mientras nos dirigíamos arriba, pensé en sugerirle ir al jardín. Ahí había otra silla de madera, reclinable y de estilo playero. Pero me percaté que sería la misma situación que en el comedor. Por lo descarte inmediatamente la idea.


Al conducirla al estudio, que se encontraba en el tercer piso de la casa, noté cómo miraba con algo de asombro y perplejidad la monotonía de la estética de mi hogar. Pensé que ello podría incomodarla, pero luego sabía que tendría qué enfrentarme a su pregunta, “¿te gusta leer?”, lo cuál me sería algo incómoda. Siempre me molestaba hablar sobre mis cosas favoritas con otros.


Resignado a la posibilidad de ser cuestionado por la estética del lugar, suspiré con un poco de aflicción mientras subía por las escaleras, las cuáles no producían ningún chillido molesto. Construidas con una gruesa y buena madera, siempre amortiguaban bien el golpe de los pasos. 


Al llegar al último piso y entrar al estudio, observé nuevamente que su mirada denotaba sorpresa y fascinación. El contraste de libros, ventanas amplias y muchas plantas, hacía del lugar una ilustración de fantasía. Los libros bien ordenados en sus estantes, de gruesa madera, compartían espacio con las ramas de las plantas que se extendían por la habitación. Había una mesa circular, en la que se veían más libros, con un pequeño pedestal de piedra en medio, con decorados de cabezas de león en sus flancos, donde descansaba una pequeña planta de hermosas flores naranja, las cuales parecían ‘brillar’ debido a la luz del Sol que entraba por un ventana cercana. La casa entera era una biblioteca. A pesar de mi gusto por el uso de la electricidad, disfrutaba tanto de oler, tocar y sentir el papel en mis manos al sujetar un libro. Las ideas abstractas plasmadas en ellos eran ‘mágicas’. Información comprimida que mi cerebro asimilaba mediante mis ojos. La monotonía cromática de los caracteres siempre me hacía sentir que vivía en una paradoja extraordinaria. Estos símbolos inertes eran capaces de guardar recuerdos, sentimientos y de permitir ver cosas qué no existen.


Viridiana, al parecer por saberse en casa ajena, todavía no había mencionado nada al respecto de la escenografía de mi casa. Mientras subíamos, observé cómo sus labios parecían querer decir algo sobre ello, pero se detenían, posiblemente estaba buscando palabras adecuadas para no sonar descortés. 


Ahora, la ficción de los libros y de los otros objetos (realmente vivos) que llenaban mi estudio la habían sorprendido aún más. El color verde-café de las diferentes plantas, que habitaban el espacio, se extendía por la habitación dando la sensación de estar dentro de un bosque. Los grabados que decoraban el cuerpo de los libreros parecían recordar las ruinas de un muy antigüo templo. La luz del atardecer, que entraba en grandes cantidades naranjas, proveía de una sensación de calidez reconfortante. Y desde las ventanas se podía ver el cielo con suaves nubes blancas caminando lentamente.


Mi estudio es el lugar, en todo el planeta, en el que me siento más cómodo. Había logrado una utilización no sólo eficiente del espacio, como en mi pequeño comedor, al mismo tiempo me fue posible colocar una variedad de objetos ajenos con los que creaba la ilusión de vivir en una irrealidad. En una esquina se encontraban libreros completamente saturados de textos técnicos de diferentes temas. ‘Geometría Diferencial: Una introducción elemental’, ‘Oceanobacterias: Su impacto en la regulación global del clima’, ‘Compiladores: Una perspectiva lógica-matemática de los lenguajes de programación’, eran algunos títulos. Ordenados en dos filas, una delante de la otra, en la misma repisa. Los cuales contrastaban con los libros sobre la pequeña mesa redonda que estaba frente a ellos. Se veían los nombres de los ejemplares sobre sus lomos. ‘Los Cuentos de los Hermanos Grimm contados por Janosh’, ‘Roberto está loco’, ‘El Sombrero del Mago’, etc. Todos historias para niños, al menos esa es la forma en que un adulto las percibiría. Los breves párrafos que componían las historias de estos eran ejemplos dignos de qué es posible decir algo casi significativo de una manera bastante simple. Además, sobre la mesa se encontraba una pequeña planta de bonitas flores naranja, que hacía que los libros lucieran más ‘brillantes’, como si fueran seres vivos.


En medio del techo, colgaba una planta cuyas ramas, frondosas y tupidas de hojas, se habían extendido hasta el piso creando la ilusión de una columna viva. 


En el lado opuesto a la mesa redonda, se encontraba la estación de mi computador, donde se miraban varias pantallas, en las cuales veía, al mismo tiempo, videos musicales, libros digitales, código, gráficas, etc. A un lado de la unidad principal de procedimiento de mi computador, que otra invención mía, se encuentra un antiguo equipo de audio, que había recuperado del basurero y que había reparado.


En medio de la habitación, junto a una pared, se encontraba un sillón-cama, en dónde muchas veces había estado recostando pensado sobre las cosas que había conocido.


Despejé la pequeña mesa que usaba para comer, que estaba cerca de mi computador. Últimamente la había usado para colocar libros y botellas de vino, mientras escribía algunos manifiestos contra mi civilización. 


Le indique a Viridiana que dejará la comida sobre ella y que se sentará en el sillón-cama. Acerqué la silla que estaba junto al computador para mi. Y comenzamos a comer. Poco después, ella dijo. “¡Lees mucho!”.


“Recuerdo que cuando estábamos en la escuela te veía siempre con un libro. O durmiendo sobre tu asiento”.


“Ambas cosas me gustan mucho”, le conteste. “Aunque también me gusta coleccionar libros como objetos ‘peculiares’. Aquí hay varios que nunca he leído y que probablemente no leeré nunca”, dije mientras señalaba a nuestro alrededor. “A veces me gusta esperar unos años antes de leer un libro que he conseguido. Siento en ocasiones que no estoy listo para abrirlo y leerlo. Otras veces, comienzo y me detengo. Dejó un marcador en la página en la que me he parado y lo colocó en el estante. Tiempo después, cuando siento que es el momento adecuado vuelvo a él para concluirlo”.


“¿El momento adecuado?”, preguntó ella.


Me sentí avergonzado de mis palabras. No era usual que estuviera dispuesto a hablar a otros sobre mí. De hecho no lo hacía desde hace tiempo. Hoy sentía la necesidad de compartir algo con ella. 


Hubo una época en la que podía expresar abiertamente mis emociones e ideas. En la que las palabras fluían de mí como lo hace un rió desde una alta montaña. Fue feliz por poder hacerlo.


Los seres más importantes en mi vida me habían enseñado a entender aquellas cosas extrañas en mi interior. Los extrañaba. Pero hace tiempo que se habían ido. Ahora, ante Viridiana, la vergüenza y la desconfianza de explicar lo qué quería, lo qué pensaba, lo qué imaginaba, parecía diluirse. Los humanos suelen creer que las emociones son cosas que ellos experimentan de manera natural. Sin embargo, es una ilusión que asumen como algo tangible. Una mentira que consideran una verdad incuestionable. Ellos no son capaces de ‘sentir’ y menos de ‘comprender’ lo que esas emociones significan. Sus mentes, humanas, seguían siendo primitivas, casi iguales a la de sus ancestros de hace 1000, 3000, 5000 o 10000 años. Concebidos en los úteros de sus madres, los impulsos eléctricos que definen las maneras en qué pueden pensar seguían creando la noción falsa de superioridad. Incapaces de anular tal legado, seguían siendo seres sin cambios. Miserablemente triviales. Yo no era la excepción de esta condición. Dentro mí, el fuerte impulso de ser lo que era siempre insistía en imponerse.


“Cuando tomo un libro y doy un vistazo a sus páginas, espero a que el deseo de saber qué más dirá aparezca. Si tal sensación no surge en ese momento, cierro el libro y lo guardo”, le expliqué. “Es como si las emociones encerradas en los símbolos oscuros comenzarán a vibrar. Como el zumbido de los insectos nocturnos cuándo saben que la lluvia se acerca. Ese rumor no es un ruido de fondo, es un mensaje, algo significativo, algo que solemos no entender por nuestra incapacidad de saber sentir… He aprendido a escuchar, ahora puedo apreciar aquello que no existe…”.


Las palabras parecieron alterar las emociones de Viridiana. La forma en que lo manifestó y cómo lo sentí, me hizo pensar que ella no era de este planeta. Recordé la sensación de cómo es interactuar con algo que parece humano pero que no lo es. 


Al observar sus reacciones, volví a notar su singular sonrisa, ligera y suave. “Qué lindas palabras…”, dijo terminando sus palabras en tenue suspiro. Luego, alzó su voz, “¿Qué tal la comida? ¿Te ha gustado?”. Primero asentí con la cabeza, ya que estaba masticando, para mostrarle que me había agradado el sabor de esta. “Esto es algo que yo hice ayer”, señalando un topper, “como no lo había comido, aproveche esta ocasión para hacerlo”. El platillo que había señalado ya lo había probado. En verdad me había gustado. Al saber que ella lo había cocinado, no pude evitar sentir algo de nerviosismo y timidez. Tomé un poco más de él.


Hablamos, al principio, de cosas al azar. Luego ella me contó sobre su día en el trabajo. Juntas, discusiones y cómo había arreglado algunos problemas que se presentaron. Las maromas que hizo para arreglar mil contratiempos. Me preguntó cómo había ido mi paseo con Oscuro temprano por la mañana.


Al pasar de palabra en palabra, ella llegó a la pregunta: “¿Qué has hecho durante todo este tiempo?”.


“Como es notorio, una de las cosas en las que me he ocupado es leer. Es algo que casi no puedo evitar, por lo que tal vez sería bueno aclarar que es algo tan usual que no debería contar como algo relevante”, le dije. “Cuidar plantas, creo, sería algo más notable que mencionar”, agregué. 


Ella se rió de mi respuesta. “Recuerdo que en toda la preparatoria estuvimos en el mismo salón. Aunque sólo en el primer semestre hablamos y no fué mucho. Y en los siguientes, sólo te veía sentado en el fondo del salón o leyendo o escuchando música, como si evitarás el contacto con los otros”. 


“Es sorpresivo que una persona como tú, que parecía inexpresiva, ahora se dedique a cuidar plantas y qué estás luzcan tan bonitas. Pareces qué tienes una buena mano para ello”. Me avergoncé, nuevamente, por sus palabras. 


“Aunque es cierto, que aunque proyectabas esa aura de desinterés por los demás, hablabas con las personas. Siempre estabas dispuesto a ayudarles con las cosas de la escuela”. 


“Algo en tí llamaba mi atención. Cuando te miraba, sentía que te sumergías en un mundo más agradable que el que te rodeaba. Me daba curiosidad ver aquello que veías. Aunque quise acércame a tí, pensé que sería sólo una molestía…”, soltó una pequeña carcajada, “tuve miedo de conocerte mejor…”.


“Cuando la escuela terminó, todas aquellas personas que estuvimos juntos por tres años, se separaron, siguiendo caminos diferentes. Aquel grupo de individuos, que cada día se saludaban y compartían un mismo espacio por más de 8 horas, dejaron de hablar entre ellos… Como si nunca se hubieran conocido, volviéndose completos desconocidos… Y ahora, después de todo este tiempo, resulta curioso que tú y yo nos volvamos a encontrar…”.


“Recuerdo que en aquella época tenías un novio. Parecía que lo suyo iba bastante en serio…”, comenté. “Creo que su nombre era Enrique… ¿no?”.


“Si… Lo nuestro iba muy en serio…”, su voz contenía algo de tristeza. “Pero él murió… Tuvo un accidente en carretera. Algo común. ¿No lo crees? Cuando existen tantos vehículos y personas en un mismo lugar, moviéndose constantemente, es casi imposible que no suceda un percance de vez en vez…”, dijo con melancolía. La manera en qué sentí aquel sentimiento que mostraba me hizo pensar que ella comprendía que nuestra existencia es sólo la consecuencia de repetir un experimento muchas veces. Sus palabras no denotaban añoranza o resignación, sino entendimiento sobre la verdadera naturaleza de la condición humana, como un mero proceso estocástico.


“Desde aquella época he estado sola…”.


“No sé qué decir sobre ésto”, mencioné. “Cuando he escuchado a una persona hablar que ha pérdido a alguien cercano a ella, simplemente me quedo callado. ¿Qué podría decir? La cuestión es complicada, la pena o su posible alegría suelen confundirme. Identificar cuál de estas emociones es la real me ofusca. Si no se conoce a las personas involucradas, ¿cómo es posible entender lo qué experimentan? Así que mostrar ‘empatía’ me parece un simple acto de hipocresía para tratar de ser ‘amables’. Al final la aflicción o el regocijo de los otros sólo es una mentira, ya qué sólo existe para ellos y no para los demás. Es irreal. Una ilusión. Por ello uno es incapaz de estar en sintonía con las emociones que experimentan los demás. La vida de los otros parece un objeto ficticio, como los personajes en los libros que aquí se encuentran. Todos son sólo personajes secundarios”. Hable dejándome llevar por propios pensamientos. “Me molesta escuchar a otros hablar del pesar que sienten por la pena de los otros. Si aquello que sufrimos es evitable, quiere decir que no nos importó sufrirlo, y, cuando no lo es, ¿qué somos capaces de hacer contra la simple naturaleza de la realidad?…”. Al darme cuenta que dejaba salir mis observaciones sobre la cuestión sin ningún miramiento, me dirigí a ella. “Disculpa mi impertinencia… a veces no sé como expresarme… Lo siento”. 


Ella, primero, tenía un rostro de sorpresa, luego lo tapó para ocultar su leve risa. “Aquello fue hace tiempo. Casi dos años después de que termináramos la escuela. Ahora, cada día que pasa, el recuerdo de esa persona se ve degradando. No he olvidado su nombre ni cómo era, pero su imagen sólo se ha convertido, como dices, en un objeto ficticio… un personaje secundario de mi vida, que parece importar menos cada segundo que transcurre…”. La tristeza en sus palabras era más real que antes, como si ella fuera algo no-humano. “Creo comprender lo que has dicho. Es duro soportar el peso de tales ideas”.


Después de que ella habló, tomé un bocado para evitar seguir diciendo cosas no tan necesarias.


Un pequeño silencio se colocó entre nosotros. Para evitar que la conversación quedará estancada, decidí comenzar a responder su pregunta sobre qué había hecho durante todo este tiempo. 


“Después de terminar la preparatoria”, comencé a decir, “tuve la oportunidad de estudiar en el Instituto de Ciencia de Zacatenco, donde me especialicé en temas de la Teoría de los Objetos Aleatorios. Seguramente has notado que cuando realizas una transferencia bancaria por medio de un teléfono inteligente, el sistema te pide que aceptes una serie de números generados de manera automática para procesar la acción. Esa contraseña es un objeto pseudoaleatorio que permite realizar de manera segura la transacción financiera y así evitar la pérdida de dinero o fraudes. La primera versión del mecanismo que genera esos números fue creada en el instituto hace 50 años. Y desde ese tiempo ha evolucionado para mejorar su desempeño. Además se han encontrado otros usos para esa tecnología. Ahora se utilizan para proteger los datos médicos que se distribuyen por la red o mantener la privacidad en llamadas satelitales”.


“En el instituto se han inventado muchas otras cosas que han cambiado la vida cotidiana de las personas. Se desarrollaron los sistemas de superresolución de imágenes qué han permitido estudiar con mayor detalle organismos microcelulares o cosas más pequeñas como los virus. También ha servido para la detección temprana de tumores. Incluso desde sus primeras manifestaciones más benignas”.


“Cada día, los grupos de investigación obtienen más y más avances. Es una fábrica constante de desarrollo y descubrimientos. Y ahora qué trabajan con los laboratorios de Inti, todo parece darse más rápido y más fantástico”.


“Un lugar adecuado para tí”, comentó ella.


“Lo era… ”, dije. “Pero la oportunidad de conocer, aprender y desarrollar mis capacidades en el desarrollo de la ciencia ‘humana’ no significó nada. Como suele suceder, hay cosas inesperadas que siempre pasan. Al menos así me gusta describirlo, ya que así siento que he tenido un poco de libertad”.


“Un día, en mi tercera semana de mi primer semestre en el instituto, mientras daba una vuelta, sin rumbo fijo, por los edificios para conocer los alrededores, me encontré con el club de ‘Investigaciones sobre las inteligencias no-humanas’. El nombre me pareció cómico, no por qué creyera que solamente la inteligencia humana fuera la única inteligencia posible, si no lo contrario. Siempre me preguntaba sobre la oportunidad de ser educado por algo que es no-humano. Sería genial, pensaba. Además, era irónico encontrar tal letrero en un lugar dónde se santifica la grandeza de la ‘racionalidad humana’. Por lo que decidí indagar un poco”.


“Cuando toqué la puerta para saber si había alguien, no recibí respuesta. Parecía que no había nadie en el lugar. Al girar la clavija, para verificar que estaba cerrada, la puerta se abrió. Entré en el lugar”.


“El salón no era muy grande, al menos si lo comparaba con los otros dónde había estado, pero era lo suficiente amplió para reunir a unas 10 personas cómodamente. Al revisarlo, vi que en las paredes había varios dibujos de manchas circulares. Que fácilmente se hubieran tomado por trazos de niños si sólo se veían rápidamente, pero tenían varios detalles que les daban una complejidad coherente. En un pizarrón se veía anotaciones, las cuales parecían ser una lista de metas a realizar”.


“Mientras observaba los demás objetos que había en el lugar, súbitamente por una puerta que estaba en el fondo del salón, la cual llevaba a un balcón, entraron dos chicas. Eran Sophie y Marceline”.


“He de decir que lo primero que me llamó la atención de ellas era lo lindas que eran. Al notar mi presencia, me preguntaron si había venido a unirme al club. Les respondí que no. Les expliqué que caminaba por el lugar cuando noté el nombre de este. Por lo qué sentí curiosidad por saber de qué iba. Y como la puerta estaba abierta, había entrado”.


“¡Oh!, pensé que venías a inscribirte al club”, dijo Marceline con algo de decepción en sus palabras. “Y eso que Sophie había pegado anuncios por todas partes”.


“No he visto ninguno. Al menos por los lugares que he estado visitando”, les dije.


“¡Ja!”, exclamó Sophie. “Lo siento, olvidé hacerlo”, comenzó a disculparse con Marceline. “La semana pasada, cuando sacamos las copias del anunció, nos reunimos con Stephanie. Me quedé tan absorta con las cosas que nos enseñó que olvidé ese asunto por completo”.


“¡Bah…!”, suspiro Marceline.


“¿De qué se trata este club?”, les pregunté.


Al escuchar mi pregunta, los ojos de ambas se iluminaron como si mi consulta fuera algo realmente digno de ser celebrado. La cosa era realmente especial para ellas. Y como aprendí después, su emoción era natural, auténtica y más digna que cualquier cosa en el planeta.


“En este club”, dijo orgullosamente Marceline, “investigamos la idea ‘muucav’. La cual básicamente consiste en entender que todos los objetos existentes o inexistentes giran alrededor de la vacuidad”.


“Stephanie podría explicar mejor la idea”, comentó Sophie. “Pero en pocas palabras, aquí intentamos aprender a crear algo ‘verdadero’”.


Mientras hablaba, noté cómo la mirada de Viridiana cambió de una expresión seria a una serena y luego a otra que representaba la situación: ‘¿en qué momento empezamos a hablar de cosas ficticias?’.


“Sophie y Marceline estaban obsesionadas con ideas extremadamente incoherentes. Aunque es claro que si no se entiende algo, siempre parecerá incoherente”.


“Sus ideas parecían como las que una vez tuvieron Copérnico o Galileo. Cada uno de ellos afirmando que el mundo ‘humano’ no era el centro del universo. Si no que este giraba alrededor de otros, mucho más ‘complejos’ y ‘bellos’. Con sus planteamientos ‘incoherentes’ provocaron que el pensamiento científico diera grandes saltos. Lo que a su vez cambió la forma en que concebimos el lugar de los objetos en el orden cósmico. Pero, al no poder contestar preguntas fundamentales como el ‘origen’ del movimiento o identificar el ‘centro’ del universo, se siguió pensando que los seres humanos o su capacidad de apreciar el mundo, era el ‘todo’ que daba sentido a todo”.


“Ellas sentían que esa manera tan ‘humana’ de pensar era la causa de nuestro sufrimiento. Las personas no pueden concebir que algo que pueda crear ‘máquinas inteligentes’, tuviera que experimentar una existencia mediocre. Debía haber una explicación para ello. Y tal cosa sólo podía responderse desde una perspectiva no-humana. La realidad no está sujeta a la naturaleza particular de ningún objeto, criatura o cualquier tipo de inteligencia sumergida en ella. La ‘verdad’ sólo podía encontrarse en el ‘Vacío’”.


“Del vacío surgen los sueños”, me decían. “Del vacío surgía el mundo que nos rodea. ¿Cómo es posible? ¿Qué es realmente el vacío?”.


“La mera idea de la ausencia absoluta parecía ser una ficción que sobrepasa todo lo posiblemente entendible”.


“Era natural pensar, al menos para los humanos, que para qué algo pueda ser debe ser y al ser entonces no hay vacío”.


“Una paradoja que se mordía la cola”.


“La manera en que explicaron sus ideas, me cautivó inmediatamente. Sin darme cuenta, en aquella primera plática, me había convertido en un miembro más del club”.


“Los cuatro años en el club representan la parte más importante de mi vida. Gracias a ellas, a Stephanie y Orucso, aprendí sobre la existencia real del vacío y de la posibilidad de salir de la realidad”.


“Me gustaría tanto contarte más sobre todos ellos”, le comenté emocionado a Viridiana. “Siento que les habrías agradado a Sophie y Marceline”, mis palabras sonaban tan alegres, lo que sorprendió a Viridiana. Al notarlo, yo también me sorprendí de la forma en que me había expresado. Ví que sus mejillas se ruborizaron un poco.


“¡Sí es así, podría quedarme un poco!, ¿te gustaría?”, preguntó Viridiana con una linda sonrisa.


“Claro”, respondí.


“Entonces, cuéntame más de ellas”.


“Sophie y Marceline eran amigas desde hace tiempo. Se habían conocido en el examen de ingreso a la preparatoria. Ambas habían terminado demasiado rápido. Cuando entregaban sus hojas de respuestas, se vieron una a la otra con curiosidad, preguntándose ‘es posible qué alguien más se aburra de ésto’. Al salir del salón, donde se aplicaba el test, comenzaron a hablar e inmediatamente se dieron cuenta que habían salido antes que los otros por qué la prueba había sido muy sencilla para ellas. Mientras seguían conversando, se dieron cuenta de la gran similitud de sus personalidades. Tanto que sentían que se hablaban a sí mismas. Y al mismo tiempo, una sútil desviación, a penas perceptible, les daba una identidad propia. Aquella sensación les encantó y cautivó, por lo que desde ese día no volvieron a alejarse mucho una de la otra”.


“En el Instituto de Ciencia de Zacatenco, adquirieron cierta fama cuando resolvieron algunos complejos problemas matemáticos relacionados con la construcción de circuitos electrónicos”.


“En términos bastantes cortos eran simplemente ‘geniales’. Sin embargo, sus excentricidades hicieron que las personas mantuvieran cierta distancia de ellas”.


“Eran conocidas por sus grandes debates ‘filosóficos’ con los más prestigiosos profesores de la universidad. Además, cuando querían hacer algo que no concordaban con las normas usuales, tendían a alterar el orden. Pero debido a qué, irónicamente, eran tan responsables y sabían que estar ahí era una ventaja para ellas, hacían una que otra cosa ‘notable’ para que el nombre del instituto siguiera ganando prestigio. De está forma se llegó a un equilibrio, en el que era tolerado su inusual comportamiento”.


“Ellas asistían a clases, presentaban tareas y exámenes, como cualquier otro estudiante. Pero cuando alguien comenzaba a hablar con ellas, después de un momento, estás comenzaban a compartir sus ideas del vacío, del orden no-humano de la vida. Llegaban a un punto en que lo que decían parecía no tener nada de coherencia, eran como balbuceos para los demás. Aunque ésto lo hacían por qué creían, por alguna extraña razón, que un día encontrarían a alguien que comprendiera o ‘sintiera’ la dimensión de lo que describían”.


“En cualquier caso, el estar juntas, la alegría que se compartían mutuamente, era suficiente para que siempre lucieran radiantemente felices”.


“Aunque su irregular intuición, no estaba equivocada”.


“Me alegro haber podido conocerlas. De que ellas me aceptaron. Una coincidencia más de mi vida ‘pseudoaleatoria’”, mi voz mostraba el cariño que tenía por ellas.


“Los momentos qué compartí con Sophie y Marceline, las cosas qué vivimos, las cosas qué hicimos, las cosas qué aprendimos de Stephanie y Orucso. Las cosas qué comprendimos y las cosas que perdimos. Todo ello formaron las experiencias más inusualmente maravillosas que he experimentado hasta el momento. Sería inadecuado usar la palabra surrealista para describirlo, ya que todo era ‘real’. Las palabras humanas son poco adecuadas para tratar de describir aquel tiempo”.


“En ese club había sólo cinco individuos. Yo fuí el tercer y último humano en unirse a él”, comenté enfáticamente. “Una ‘casualidad’ más que contar en mi vida…”.


Me quedé en silencio por un breve instante. “¿Recuerdas una noticia de hace años sobre el avistamiento de un extraño objeto cilíndrico que se introdujo en el volcán Popocatépetl, en una de esas ocasiones en que manifestaba una fuerte actividad volcánica? Algunos hablaron de que se trataba de un ‘ovni’. Otros dijeron qué sólo era un espejismo creado por el exceso de vapor de agua debido al calor en el cráter en ese momento. ¿Lo recuerdas?”.


“¡¿Mmmm?! No lo recuerdo”, dijo con un rostro que esperaba escuchar más. 


Busque un video sobre ese evento en la red para mostrarselo. “Mira”, le dije mientras reproducía el video en una pantalla de los monitores de mi computador, para que ella lo viera bien.


En la pantalla se observó cómo un objeto cilíndrico, de aparente gran tamaño, se introducía velozmente dentro del cráter del volcán. Cuando desaparecía dentro del volcán, no sucedía nada. Lo cual hacía creer a mucha gente que todo había sido un tipo de montaje o una ilusión óptica. Un objeto de ese tamaño, que caía a una velocidad considerable, debía haber producido una gran explocisión. 


En el tiempo en que el video circuló por la red, muchas personas, principalmente aficionados a los ovnis, elucubraron un montón de teorías al respecto. Se hablaba de qué el objeto era un dispositivo alienígena que pretendía analizar el interior de la Tierra, para extraer su energía. Otros comentaron que el volcán era en realidad un dispositivo de teletransportación interestelar. Un tipo de atajo, que permitía ir de un lado a otro entre las estrellas. Que el cráter era sólo una manera de proteger el mecanismo. Los científicos ‘formales’ poco hicieron caso de lo sucedido. Con el tiempo la discusión se apagó y, como suele pasar con los seres humanos, todo quedó como una broma en la red. Sólo los más obcecados continuaron hablando de ello. Creando y creando más explicaciones, que cada vez se volvían más sofisticadas historias de ficción, que se alejaban de la realidad. 


“Lo siguiente te podrá sonar fuera de lugar. Es cierto que el objeto que cayó en el volcán era de origen alienígena. Yo, Sophie y Marceline conocíamos a los causantes del evento”. 


“Como te había dicho en el club sólo había tres seres humanos, aunque el número total de miembros eran cinco. Los otros eran Stephanie y Orucso”.


Me acerqué a uno de los libreros para tomar algo. Luego le mostré a Viridiana una fotografía. “Ellas son Sophie y Marceline”, le señalé a dos lindas chicas, con cuerpos atléticos y cabello largo. “En el centro estoy yo y a mi derecha están Stephanie y Orucso. Como puedes ver lucen como ‘humanos’, pero sólo eran formas funcionales para andar sobre el planeta”. Ambos, al igual que Sophie y Marceline, lucían como dos jóvenes personas de cuerpos bien formados, fuertes y sanos. Stephanie de cabello largo y color blanco marfil, con una mirada amigable que resaltaba los rasgos finos y suaves de su rostro. Mientras que Orucso, bastante algo, tenía una apariencia simple y una expresión de siempre estar abstraído, como si todo lo que viera en este mundo fuera aburrido y de poco valor. Y, sin embargo, se podía notar que emitía un aura que intimidaba, algo qué podía apreciarse como ‘descomunal’.


“¿Orucso?..., extraño nombre”, comentó Viridiana.


“Lo es… Realmente lo es. Su nombre significa ‘vació’ en una lengua ‘no-humana’, una cuyo origen está en otra galaxia muy muy muy lejos de aquí”. 


“Fue él quién causó el incidente del cilindro que cayó en el interior del Popocatépetl”.


“Quisó mostrarle a Stephanie que en este planeta no había nada lo suficientemente interesante que por sí sólo valiera la pena conservar. Todo lo que ella consideraba formidable en este mundo era simplemente trivial, sin significado o relevancia. Prácticamente nada aquí posee algo que pueda perdurar o, al menos, ser digno de recordar”.


“Estando muy lejos del Sistema Solar, en las profundidades del espacio, sobre una gigantesca roca (que iba a la deriva en el mar negro del cosmos), Stephanie discutía con Orucso sobre su estúpida aptitud de despreciar a los humanos y a la vida en la Tierra. Para algo como Orucso, quién había visto mundos más extraordinarios, civilizaciones más longevas, criaturas más sofisticadas e inauditas. Este pequeño punto azul no era más que un pequeño delirio pasajero en el polvo del cosmos. Al escuchar estos hechos, Stephenie se irritó de sobremanera. Quería encontrar la manera de cerrar la boca a Orucso”.


“Con el tiempo comprendí, cómo lo hizo en su momento Stephanie, y como lo hicieron luego Sophie y Marceline, que Orucso hablaba con verdad y coherencia. Él sabía más sobre qué son los sentimientos y cómo se mueven entre los seres vivos. Sabía un significado más acertado de qué se intenta describir con las palabras ‘humildad’ y ‘compasión’”.


“Stephanie, alterada por las palabras de Orucso, le pidió que demostrará que la vida en este planeta no tenía valor”. 


“Desde el lugar donde estaban, Orucso levantó una de sus ‘manos’. Frente a su palma comenzaron a aglutinarse pedazos de rocas estelares. El material se iba compactando para formar una sóla pieza en forma de un cilindro. El objeto se fue haciendo cada vez más grande hasta alcanzar una cierta dimensión (que ya era vasta) y aunque seguía aglutinando materia, el cuerpo no crecía. Sólo se volvía más denso. Luego, súbitamente, fue expulsado. La velocidad con que viajaba fue reduciendo su volumen aún más, haciendo que su densidad se incrementará. Orucso hizo algo para que Stephanie fuera capaz de ver toda la trayectoría del cilindro directamente en su cerebro. Vió cómo impactó a la Tierra. La energía generada por el choque fue de tal magnitud que no sólo el planeta desapareció, todo el Sistema Solar se esfumó. Al parecer el cilindro tenía ciertas características para provocar tal explosión. Así, nuestro mundo fue destruido instantáneamente. Nada. No había nada de especial aquí. Nadie se percató de su fin”.


“Cuando el polvo cósmico de la explosión se asentó, Orucso ya los había llevado a lo que antes fue la órbita de Urano. Stephanie al notar que dónde existió ‘vida’, ahora se encontraba el vació del polvo. Sintió miedo, dolor, amargura, y resignación, lo cuál hizo qué comenzará a llorar desoladamente”.


“‘Los errores. Lo que se cree puede llamarse bien o mal son sólo mitos y necedades de una mente torpe. La simplicidad define su inconsistencia, su trivialidad, su irremediable destino de no ser nada. Su vida no significa nada para el cosmos o la realidad. La vida sólo tiene que existir y cambiar, su sufrimiento no es relevante”, le dijo Orucso a Stephanie.


“Todo ello me sorprendió cuando lo escuché por primera vez de la boca de Stephanie”. 


“Orucso estaba ahí para enseñarle, era su maestro, y ella tendría que aprender, aunque fuera tan doloroso”.


“La destrucción de varios otros mundos era sólo la mitad de la lección. Stephanie vió como Orucso volvió a levantar la mano y el polvo comenzó a compactarse nuevamente frente a su mano y al llegar a cierto tamaño salió disparado. Los planetas, los soles, las lunas, todo volvió a estar en la misma posición antes de desaparecer. Las criaturas en cada uno de esos mundos siguieron su camino donde lo habían dejado. Los humanos siguieron siendo humanos. Ninguno supo de su extinción”.


“Stephanie me explicó que Orucso no podía ser condescendiente con algo que sabía era una mentira. Y al mismo tiempo, tampoco importaba si esa mentira existía, pues todo lo que desaparecería eventualmente lo era”. 


“Stephanie aprendía y entendía poco a poco, qué era y qué era él”.


“Me miras como si estuviera contando una historia de ciencia ficción”, le dije a Viridiana al notar su mirada absorta y sorprendida por mis palabras, como alguien que ha escuchado una historia fantástica que le ha atrapado. Pero no dijo nada. “Y tal vez podría ser que así sea”, agregué. “Todo suena a ficción cuando uno es como es, tratando de reducir lo que nos rodea a situaciones simples que podemos comprender o aceptar”, dije, emitiendo una ligera risa.


“A veces tengo sueños en los que recuerdo mi tiempo con ellos. Son tan vívidos. Al despertar me preguntó su veracidad. Cosas incoherentes para un ser humano se vuelven tangibles, claras, entendibles. Sin embargo al no poder hablar de ellas con otros, otros qué pudieran comprender, entonces regresan a ser sólo mezclas aleatorias dentro de un cerebro torpe. Miro esta foto, sé que estas ‘personas’, esos seres, estuvieron junto a mí. Aprendí de ellos a ‘ver’ mejor y ello me transformó en algo diferente. Diferente de lo que la vida en este planeta permite por sí sólo”.


Su rostro mostraba confusión. “Disculpa que mis palabras sonarán extrañas. En muchas ocasiones cuando intento ser sencillo y claro al explicar algo, sucede lo contrario. Algo usual”, comenté. “¿Crees que lo que he dicho es una historia que he inventado o sacado de alguno de estos libros?”, hice un gesto señalando lo que había a nuestro alrededor. “Si dijera que así ha sido, entonces podría asumirse que tengo una gran imaginación y qué mi cordura es normal. Por otro lado, si lo que he contado fueran hechos de la realidad, la ‘verdad’ sería algo que simplemente no aceptarías. En cualquier caso, para tí, para alguien más, la verdad es lo que aceptas como tal. Fuera una ficción o un hecho. Aunque ambas cosas, entre más se conoce la naturaleza de la oscuridad del espacio, se entrelazan y, sin la suficiente capacidad de raciocinio, no se podría distinguir una de la otra”. Me sentí repentinamente muy cansado, por lo que me dejé caer sobre el sillón. “En veinte años, uno puede imaginar que ha hecho muchas cosas, que ha tenido la oportunidad de hacer algo que permita decir ‘he disfrutado la vida’ y que ello ha proveído de un sentido de que la propia existencia es relevante. Ahora, frente a mí hay una persona que no he visto durante ese tiempo, que me ha preguntado sobre lo qué he sido. La respuesta que puedo dar parece una ficción. Siento que el peso de mi historia se ha multiplicado. Si tú creyeras en mis palabras, entonces dime, ¿quién he sido?”.


Una breve pausa se dió entre los dos. Luego dije. “Ahora, espero que no te moleste que pregunte yo, pero me gustaría saber de tí. ¿Qué has hecho durante estos veinte años?”. Dejé caer mis brazos a los costados y la miré con detenimiento. Su rostro pasó de la confusión al nerviosismo. Sus mejillas se volvieron a ruborizarse un poco, como si mis palabras la hubieran inquietado. Luego comenzó a hablar con un tono que parecía denotar molestía, pero que luego se suavizó.


“¿Cuántas cosas interesantes has vivido? Al parecer demasiadas. Sigues siendo igual de complicado cuándo te conocí por primera vez”, dijo. “Al principio pensé que esa forma tuya de ser, era tu forma de despreciar a los demás. Sin embargo, cuando miraba cómo explicabas temas de matemáticas a los demás, qué te habían pedido ayuda, notaba que te esforzabas por tratar de ser lo más claro posible. Siempre fue sencillo para tí, mientras que a los demás les costaba comprender. Fuí consciente de que tú intentabas que entendieran, lo cual no es fácil de hacer. Cuando algo es complejo por naturaleza, sólo puede ser complejo”.


“A pesar de haber estado en el mismo salón durante toda la preparatoria, fue casi nulo el intercambio de palabras entre nosotros. Sin embargo, recuerdo bien la última vez que hablamos. Fue una tarde, en el último día de nuestro sexto semestre. La escuela se hallaba prácticamente vacía. Yo estaba sentada en una de las pequeñas mesas de concreto que decoraban el espacio entre los edificios A y B. Me sentía melancólica y deprimida. Pensaba en las incongruencias de la vida. Quería tanto hablar de ello con alguien, pero todos parecían estar bien con lo que vivían. La soledad me pesaba. Más, al ver a otros tan alegres. Lo cual me hacía creer que mis pensamientos eran estúpidos. Quería obligarme a sentirme ‘feliz’. Al intentarlo, sólo hacía que el vacío que experimentaba creciera. Casi a punto de comenzar a llorar, cuando mis emociones me llenaron de miedo e incertidumbre, me levanté para irme a casa. Mientras daba el primer paso, con la cabeza inclinada hacía el piso, algo me golpeó y caí al suelo”.


“Tú caminabas leyendo un libro, sin mirar por dónde ibas. Posiblemente pensaste que no habría problema porque no había gente en la escuela. Al mirar a mi alrededor, noté que estabas sobre mí. Nuestras miradas se cruzaron, no se podía evitar por la cercanía de nuestros rostros. Pude notar las líneas que definen el color café-oscuro de tus ojos. Creo que tú también percibiste los míos (me gusta imaginarlo así). A pesar de estar en esa posición por un breve momento, el paso del tiempo me pareció tan lento. Sentí un extraño estremecimiento en mi interior. Luego me ayudaste a levantarme. Me preguntaste si estaba bien. Te disculpaste por el incidente. Recogí el libro que llevabas. Ví su título. ‘Los límites del conocimiento’. Algo que parecía evocar un tema complejo. Cuándo te pedí que me hablaras de él, me dijiste que se trataba de una discusión filosófica sobre lo qué los seres humanos pueden llegar a entender. Quise saber por qué leerías algo como eso. ¿En qué ayudaría a alguien saber que no se puede avanzar? ‘Me gusta leer sobre estas cosas… las disfruto’, fue tu respuesta. Volviste a disculparte y, luego, te fuíste”.


“La manera en que te expresaste sobre por qué leías el libro sonó tan honesta y simple. Imaginé, no lo sé bien por qué, que deseabas resolver un gran y complicado problema. Que a pesar de saber de antemano que fracasarías, realmente disfrutabas el intentarlo. Me sentí aliviada al considerar esta idea. Sentí que mi vida cambió en algo”, dijo mientras volvía a reírse suavemente.


“Durante todo este tiempo he hecho cosas usuales. Sentir que amaba a alguien y creer que él correspondía a ello. Asistir a la universidad. Aprender cosas que se suponía serían de utilidad. Graduarme. Soporta la ausencia de la persona que creí amar. Deprimirme por no poder estar con ella. Luego, notar que su recuerdo comenzaba a volverse, día a día, más vago. Como si mi organismo expulsará todo aquello que no me sirviera para vivir. Al sentirme mejor, dejé la casa de mis padres para buscar mi propio sitio. Me alejé de mi familia. A pesar de apreciarlos mucho, estar cerca de ellos creaba una sensación de lastre en un pasado que parecía no tener valor. Quería un lugar en el que pudiera comenzar a sentir el peso de mi existencia. Busqué y encontré un empleo. Hizo el esfuerzo de relacionarme con los demás. Ser amable con los otros a pesar de lo irritante que son. Desistí de encontrar o crear una relación sentimental. Me parecía que ‘amar’ era una actividad cansada e innecesaria”. Suspiró, parecía que hablar de esa manera sobre su vida la hacía sentir ligera.


“¿Sabes? Busqué el libro que llevabas contigo en aquella ocasión en que chocamos. Lo leí. No comprendí mucho la primera vez, a pesar de que me esforcé. Había tantas cosas que decía con una simpleza absurda, como si el autor asumiera que quién lo lee sabía aquello y esto. Me sentí tonta, no por mi ignorancia, si no por notar que había tantas cosas ‘obvias’ a mi alrededor que ignoraba”.


“A diferencia de tí, que estás obsesionado con saber de cualquier cosa”, continuó hablando mientras señalaba los libros, “en mi casa sólo encuentras muebles bonitos, decoraciones enormes, un guardarropa con muchas prendas, zapatos de diferentes estilos, y otras cosas usuales. Junto a mi cama hay un libro, el único, que leo de vez en vez. ‘Los límites del conocimiento’. Que cada día espero poder entender un poco más”.


“Tal vez, imaginó, te gustaba el hecho de que hablar de cosas que no existen y que, a pesar de ello, parecen tener una verdadera substancia dentro de nosotros. O bien, también pienso, sólo querías perder el tiempo de esa manera”.


“Al estar aquí. Escucharte. Percibir la forma apasionada en qué describes las cosas que son tuyas, confirma que lo qué pensé sobre tí era acertado. Es lindo saber que sigues siendo tú”.


“Por otro lado, tengo la sensación, al mismo tiempo, de que has cambiado. Tal vez sea que ahora hablas libremente de lo qué sientes, al menos de algunas cosas. Y todo lo qué no conozco de tí me parece ser diferente, único. Algo nuevo. Eres lo que has sido siempre, inusual”.


Sus palabras me sorprendieron. Y cada vez más cuando agregaba una más. No demostré la inquietud tan profunda que ello me provocaba, pero me sentí halagado y avergonzado al escuchar con su voz aquellos mensajes.


“Me alegra volverte a ver…”, dijo con una sonrisa que me cautivo de la misma forma en que sus ojos lo hicieron en aquella ocasión en que juntos caímos.


Había observado mundos alucinantes. Hablado con seres inauditos. Sentido el vacío. Ahora, junto a ella experimentaba una sensación que no comprendía. Producía una emoción que surgía desde algo muy dentro de mi y que se desbordaba en mi interior.


“¡Mira la hora! Mañana es otro día común de trabajo”, dijo. “Creo que tengo que despedirme”. Se levantó y comenzó a limpiar el lugar donde habíamos comido. “Te gustaría ir mañana a mi casa a cenar?”.


Su pregunta me tomó por sorpresa. Titubeando conteste: “Claro. Me gustaría”.


“¡Qué bien! A mí me gustaría que siguieras contándome sobre Sophie y Marceline y los ‘otros’”, dijo, acompañando sus palabras de esa sonrisa que me desorientaba. “¡Claro!. Lo haré”, le respondí.


La acompañé a la salida. Vacilé un poco, pero decidí caminar con ella hasta la entrada de su casa. Ahí, se despidió de mí con un beso en la mejilla. Algo sorpresivo. Luego Oscuro y yo le deseamos que pasara una buena noche.


Al regresar a casa, terminé de limpiar. Después fuí a lavarme los dientes. Cuando estaba en el sillón-cama, sentí un gran cansancio, como si mi cuerpo hubiera sido sometido a un gran esfuerzo físico. El deseo de dormir fue intenso. Esa noche no tuve ninguna interrupción. Me levanté al día siguiente, cuando el Sol ya estaba en lo alto. Al recordar el sueño que tuve, no pude evitar sentirme alegre.


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