miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 3)

 por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

***


Sophie y Marceline me explicaron que la idea ‘muucav’ consiste en asumir que la existencia de la realidad está basada en el ‘vacío’ o la ‘nada’ o la ‘oscuridad’, es decir, en la completa ausencia. 


Como suele suceder, al principio sus ideas me parecieron incomprensibles y algo absurdas, a veces en exceso. Ya qué para que exista un objeto debería haber otro que indujera la existencia del primero. Parecía no haber otra opción posible. En mis pensamientos ‘formales’ no se encontraba otra manera de entender la naturaleza de la realidad. En mi imaginación y deseos, quería entender cómo era posible otra posibilidad. El movimiento se transmite de objeto a objeto, cambiando sus trayectorias (o ‘destinos’), pero ello requería algún tipo de contacto, algún tipo de interacción. ¿Qué podría cambiar el vacío?


Ellas me hicieron la clásica pregunta: “¿Crees que el universo tiene un inicio?”. “¿Inicio?”, contesté, “No lo sé. Creo que no tiene ninguna utilidad tratar de contestar a tal pregunta. ¿De qué serviría? La cuestión en sí misma sólo parece ser un juego de palabras que sirve como una simple excusa, algo boba, para dar pauta a una discusión acalorada y sin sentido ni posibilidad de obtener algo útil”. Marceline comentó, “Pareciera qué implícitamente estuvieras diciendo lo contrario. Si la realidad surgiera de la espontaneidad, la vacuidad sería la razón última del origen de todo. Cada objeto no tendría realmente ningún propósito y así su existencia tendría el mismo valor que su no-existencia. Qué es, al final, la naturaleza de todo debido al paso del tiempo”.


A lo que repliqué. “Lo qué dices es un malsano puzzle lógico. De antemano el problema es qué desconocemos la verdadera naturaleza de la realidad. Somos incapaces de mirar algo como un objeto contenido en otro y no notamos las conexiones que comparten. Nuestros ojos, boca y, en particular, nuestros cerebros son colecciones particulares de una idea más abstracta. La noción que tenemos de lo qué es esa ‘idea’ es tan vaga que nos vemos obligados a usar la misma palabra para tratar de describir lo que queremos decir sin tener nada sólido. Por otro lado, cualquier respuesta a la pregunta sobre el inicio del universo es, para nosotros, un ejemplo de nuestra soberbia innata. Diga lo que diga, siempre se terminará en respuestas dicotómicas humanas. En la que sí digo que ‘hay un inicio’, entonces caigo en una trampa recursiva que me lleva infinitamente hacía atrás donde se volverá a cuestionar al respecto del ‘inicio’. Al decir ‘no hay un inicio’, se tendría que lo que existe ha sido, es y será como siempre ha sido. Y aquello que no se mueve, que se mantiene igual, carece de vida, es inerte y por ello es vacuo. Lo que nos lleva nuevamente a cuestionarnos la real necesidad de un ‘inicio’”.


Sophie me preguntó: “¿Cómo resolverías este problema de inconsistencia?”.


“Creo que una forma posible es convertirse en algo no-humano y tratar de salir de la realidad”. 


“Cuando miro a mi alrededor. Veo el azul del cielo. Los colores verde-café de los árboles. Las tonalidades de las piedrecillas que se acumulan en la orilla del mar. Las tonalidades de la piel de cada criatura. Los caracteres negros sobre las hojas en blanco de los libros. Las imágenes artificiales sobre el monitor. Siento los sonidos. El movimiento del viento a través del cuerpo. La sensación de hambre y deseo. Todos estos estímulos parecen crear el concepto que tengo de la realidad y dan pauta para qué mi cerebro creé interpretaciones de los objetos que me rodean. Sin embargo, puede que todo ello sea un estímulo ilusorio, que la misma luz introduce en mí. No me refiero a que la realidad lo sea. Si no a la posibilidad de qué sólo conozca una realidad disminuida y no completa”.


“Ustedes que están frente, representan dos seres con los cuales siento una profunda afinidad. Como si mis deseos fueran tomados de los impulsos eléctricos que se mueven por mi cerebro, para qué ‘otra entidad’ los coloque delante de mí”.


“Siento que todo lo que me rodea fuera oscuridad. Soy como un ciego que camina por un sendero inundado de luz, la cual no cambia el sendero por el que ando. El mundo seguirá siendo una ilusión. Personas, objetos. Cualquier cosa sería cómo lo imaginara, deseara o lo que mis impulsos momentáneos dictaran. Lo ‘real’ no existiría. Andaría en una realidad vacía y artificial, real para mí, pero siempre hueca”.


“Pensar en ésto me causa a veces ansiedad. Me hace sentir desorientado. Quisiera ver la verdadera naturaleza de las cosas. Ser capaz de entender los mecanismos que gobiernan el movimiento de los objetos y, sobre todo, conocer el ‘ímpetu’ que los obliga a moverse”.


“Creo que sólo una mente no-humana podría hacer ésto. Nosotros, en nuestra actual condición, aceptamos, ciegamente, que el mundo tiene sentido si lo observamos, dándole nombre a las partículas que se mueven en él, como si la coherencia de su existencia fuera nuestra labor. Al hacer ésto, sólo creamos un ‘entorno sintético’. De falsos principios y falsos propósitos. Como ciegos, que tocan algo que desconocen, y, tercamente, creen saber de qué se trata”.


Marceline me interrumpió para preguntar. “¿Por qué deseas ver lo ‘real’?”.


“Me gustaría ser capaz de ver algo distinto a mí”, contesté.


“En este mundo en el qué vivimos, parece que todo es tan triste. Aunque neciamente neguemos que no lo es. Nos engañamos a nosotros mismos creyendo que sabemos sentir, pensar o imaginar. Creemos qué podemos amar o qué sabemos asumir el peso de nuestras emociones. Todo ello es sólo muestra de nuestra inconsistencia, debido a que carecemos de ‘verdad’”.


“Si la verdadera realidad consistiera en un mundo fuera de mí, entonces, tal vez, podría realmente ser algo especial. Algo que tuviera un real propósito, un valor intrínseco. Sabría que aquello que pudiera hacer o no hacer significaría algo, capaz de sobrepasar el tiempo. Sería un objeto singular”.


“¡Te dije que había algo en él que era realmente gracioso e interesante!”, dijo animadamente Sophie a Marceline. “Entiende de lo que hablamos y al mismo tiempo trata de negarlo y al mismo tiempo trata de ir más allá. ¡Es fantástico!”.


“Lo que dices nos agrada mucho. Tratas de negar tu propia existencia, para que sólo tu conciencia fuera capaz de ver si eres real. Y, al mismo tiempo, quieres evitar que lo qué piensas marque lo qué deberías ver”, comentó Marceline, su voz se sentía impregnada de una verdadera seriedad que emocionaba. “Sophie ha acertado. Eres bastante interesante”, aquello me ofendió un poco, era tratado como un objeto que unos niños habían encontrado y se divertían jugando un rato con él. Luego, con una voz más animosa, mientras cada una de ellas tomaba una de mis manos, dijeron con fuerza: “Bienvenido al club de ‘Investigación sobre las inteligencias no-humanas’. Es un gusto tenerte con nosotros”.


***


“Así fue cómo me integré al club de ‘Investigación sobre las inteligencias no-humanas’”, le dije a Viridiana.


“Nunca pensé que disfrutaría tanto de estar en ese lugar. Sophie y Marcelina eran maravillosas. Amigas con las qué podía compartir no sólo las ideas que tenía, sino de emprender la aventura de encontrar algo tan irreal, que sólo podría ser la ‘verdad’. Fue fascinante. Ellas eran realmente increíbles”. No podía evitar  la emoción que sentía al hablar de ellas.


“Cuéntame más de ellas”, me pidió Viridiana.


“Como dije antes, ambas eran extremadamente peculiares. Era usual verlas manifestar sus emociones sin recato cuando Stephanie les enseñaba algo que parecía ‘volarles’ la cabeza. La emoción que experimentaban se podía sentir como la radiación del Sol calentando el cuerpo. Brillaban al comprender cosas ‘incoherentes’. Sin embargo, era notable ciertas diferencias entre ellas. Sophie tendía a ser más expresiva. Se notaba su seguridad y su fuerte convicción de llegar a la meta que se habían planteado. Cuando estaba con personas ‘comunes’, hablaba con claridad y ecuanimidad que le permitía convencer y ganar cualquier discusión. Parecía tan temeraria, aunque simplemente no podía reprimir las cosas que imaginaba. Marceline, por otro lado, parecía ser callada y tímida, aunque en realidad era perezosa, en el sentido de qué siempre evitaba hacer cosas qué no le interesaban o que era posible evitar. Y al mismo tiempo era bastante responsable, asistía a las clases, hacía las tareas (con mucho pesar), cumplía con su trabajo de medio tiempo. Realizaba las cosas necesarias para evitar que algo pudiera interrumpir lo que realmente deseaba hacer. Sophie hacía lo propio, pero en su propio estilo. Al final, los tres éramos humanos y debíamos cumplir con algunas cosas humanas al vivir en este mundo humano”.


Le mostré a Viridiana otra foto de ellas conmigo. Las dos tenían casi la misma estatura. El color de su piel era de un color moreno claro, como la miel cuando la atraviesa la luz del Sol. El cabello de Marceline era de un negro profundo, suave y brillante. Poseía una mirada profunda, que era acompañada de unos ojos cafés oscuros. Sus labios eran delgados y finos. Sus manos suaves y fuertes. A pesar de su aparente pereza, Marceline tenía un cuerpo bien formado, igual que el de Sophie, le gustaba correr y hacer toda clase de deportes, como forma de distracción, donde pudiera ‘estirarse’ y sentirse relajada. Poseía tanto fuerza como agilidad. Cada que tenía la oportunidad, salía a correr unos 10 kilómetros antes de la salida del Sol. A Sophie también le gustaba hacer deporte, aunque en su caso realizaba cosas algo más ‘extremas’. Escalar, hacer acrobacias y cosas similares. Su cabello era también largo y suave como el de Marceline, pero de color cautivante. Un gris plateado, poco usual. A veces cuando caminaba en un día soleado, parecía que llevaba un casco metálico. Sus ojos grandes y de un color ámbar oscuro, se sincronizaban con su mirada y cabello haciéndolo ver como una ‘selenita’. Al menos así me lo parecía. Sin duda, eran dos chicas de una belleza bastante singular y que parecía estar acorde con lo hermoso de sus extraños pensamientos”.


“Parece qué te hubieras enamorado de ellas…”, dijo Viridiana con una pequeña carajada.


Un poco ruborizado, sólo dije. “Eran excepcionales. De ellas aprendí tanto. Eran mis amigas”. Viridiana notó la forma en que pronuncie la palabra ‘amigas’.


“En una ocasión, Marceline trató de enseñarme a cómo contorsionar el cuerpo. Algo que intenté, pero sólo obtuve un dolor de espalda por varios días. En una ocasión, mientras trataba de imitar sus movimientos, me comenzó a explicar sus ideas sobre la naturaleza de la realidad. Dijo que cuando ella salía a caminar por los parques cercanos a su casa, le gustaba parar y hacer una gran inhalación y ver si podía reconocer algo nuevo en el aroma del entorno. O colocaba sus manos detrás de sus orejas para tratar de escuchar algo diferente. Decía que aquello estimulaba sus sentidos para reconocer el mundo exterior. ‘Cada objeto se movía’, decía”. 


–Cuando miras a tu alrededor ves que los objetos enormes cambian de posición, como las nubes o el Sol. Luego, al poner más atención, se es consciente de que los pequeños también lo hacen. Los mismos árboles, que parecen anclados al suelo, se mueven. Al fijar la vista se comienza a ver qué todo vibra. El suelo bajo los pies va a la deriva. Los guijarros de la tierra van de aquí a allá, trasladados por las hormigas o el viento. La luz de millones de estrellas se dispersa por todas partes y golpea todo lo que esté frente a ella, dejando las memorias de otros tiempos. El entorno es entonces algo que no puede definirse por quién lo observa, existe por sí mismo y no requiere de alguien en particular para reconocer que es así. Si cierras los ojos, la nariz y los oídos y guardas silencio en la mente. Instintivamente comienzas a crear una realidad en la qué tú puedas tener coherencia, queriendo evitar no ser nada. Te das cuenta que siempre estarás en un mundo sintético muy pequeño.


“Al terminar de decirme aquello, me preguntó cómo creía qué se podían apagar todos los sentidos con la finalidad de poder ver la ‘verdad’ delante de nosotros. Sin importar que durmieramos o estuviéramos despiertos, la mente siempre creaba algo para compensar la falta de ubicación. Sólo estar muertos parecía ser una forma factible, pero aquello no servía, al menos eso parecía. ¿Cómo recuperar la noción del vacío?”.


Le pedí a Viridiana que se recostará sobre el sillón, donde se había sentado. Mostró algo nerviosismo por la petición, lo cual era natural, sin embargo sabía que confiaba en mí. Le indiqué que cerrara los ojos. “¿Percibes mis dedos sobre tu mano?”, pregunté. Respondió que no. Volví a preguntar. Ella volvió a decir que no. Repetí la pregunta dos veces más, obteniendo la misma respuesta. Luego dije. “¿Sientes el calor y peso de mis dedos sobre tú mano?”. “Sí”, dijo. “Abre los ojos”. Ella notó que yo estaba alejado de ella. “¿Crees que esas sensaciones fueron reales?”. Su rostro me mostró que no podía estar seguro de nada. Las posibilidades de ser o no eran igualmente probables.


“Marceline me explicó”, comencé a decirle a Viridiana, “que cuando creemos haber entendido algo, instantáneamente comenzamos a distorsionar el concepto de eso. Es decir, nuestra mente nos obliga a crear un entorno en el que podamos existir en alguna forma ‘coherente’. Que sólo significa regresar al mismo punto de siempre. Nosotros no cambiamos realmente de posición. Nunca maduramos. Siempre somos los mismos ineptos, desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Aprendemos, es cierto, pero en el mismo sentido que lo hace un libro o una memoria de estado sólido. Contemos información. Recordamos nuestros nombres, recordamos el nombre de nuestros padres. Distinguimos rostros y voces. Incluso somos capaces de reconocernos a nosotros mismos. Y estas capacidades no significan qué entendamos nuestro ‘significado’”.


“Si se busca en la red el término ‘sentir’, podrás encontrar ejemplos de las cosas más usuales (humanas) en la que la palabra es empleada”. 


“Puede que te sientes conmovida o molesta por las cosas que suceden contigo o con la vida de los demás. Incluso puedes llegar a sentir la sensación de ‘libertad’ o ‘empatía por otros’. Sin embargo, no cambias. Sólo recolectamos información que nos hace más cercanos con los demás en el sentido de colocarlos en posiciones adecuadas para hablar con ellos”.


“Pero”, Viridiana me interrumpió, “hay personas que han cambiado. Qué a pesar de lo que fueron en el pasado, han logrado volverse mejores. Un mal padre puede llegar a curar las heridas que se causó a sí mismo y a sus hijos. El dolor de la pérdida de alguien, se puede sanar. Las personas pueden perdonarse unas a otras”. 


“Yo también pensé lo mismo cuando Marceline me explicaba ésto. Sin embargo, nada de estas acciones representa el cambio. Así lo veía ella. Insistía en que nosotros no ‘cambiamos’. El mundo se mueve y como objetos en él también lo hacemos. Ello implica que no depende de nuestra voluntad o deseos hacer tales cosas. Cuando dormimos, el suelo bajo nosotros se agita. Levemente, vamos sin rumbo a puntos imperceptiblemente diferentes de dónde estábamos al comenzar a soñar. Si en algún momento alguien hubiera comprendido sus emociones y el dilema de su propia existencia, entonces, él, eso, debería ser diferente. Distinto. Alejado del devenir de los ‘demás’. Cada una de nuestras células debería recordar lo comprendido, heredar conocimiento para que nuestros descendientes actuarán más ‘inteligentemente’, volverse más ‘afables’. Dejar de ser productos de la inercia de los otros cuerpos que nos rodean”. 


“Sabemos que el planeta Tierra no es el centro del universo y que hay millones de millones de soles o más… ¿qué significa para nosotros?... ¿acaso a tí te importa saberlo?”.


Por un momento Viridiana no supo qué contestar a mis preguntas. Parecía que la había llevado a un lugar inadecuado y bastante opuesto a lo placentero. Me sentí un poco mal por ello, pero esa era mi intención.


“Cuando se busca el afecto de los otros, es necesario establecer ‘vínculos’ con ellos. Estos nos permiten estar a su lado y poder sentir que nos aprecien y que nosotros los apreciamos. Es una manera sofisticada de describir nuestra ‘necesidad de no estar solos’, una condición presente en los humanos. ¿Cómo podríamos estar seguros, entonces, de que esos sentimientos son auténticos? Me refiero, si yo no quisiera hablar con nadie, ¿significaría que despreció a los otros? Si los otros no pueden comunicarse conmigo, debido a que simplemente no saben hacerlo. ¿Querrá decir qué soy repudiado? O acoso, ¿seré una ‘mala’ persona?”.


“Hay muchas personas que son así”, comentó Viridiana, “incapaces de hablar de ellos, lo cuál los lleva a sentirse solas. Son incompetentes para hablar con los otros. No saben apreciar y respetar las cosas que los demás quieren hacer y decir”.


“Es ahí dónde se observa la necedad de regresar a colocar lo qué no entendemos en los términos usuales. Términos humanos. Tus palabras indican que un buen ser humano debe poder comunicarse, tener empatía por los demás, ser solidarios, amables, ‘virtuosos’. Sentimos que cuando dañamos a los demás no somos ‘humanos’. Sin embargo, el hecho es que actuar de manera estúpida e hipócrita es parte de lo que somos. Siendo criaturas que se comen a otros para vivir. Que necesitan devorar la felicidad y la alegría para que ellos mismos asuman que son felices”.


–Deja de sentir como un ser humano y cambiarás. Entonces serás capaz de comprender a los otros. Sabrás si realmente lo que digas y hagas es bueno para tí o para ellos. Podrás mirar con claridad el movimiento de las emociones y sus consecuencias.


“Me explicó Marceline”.


“Cada parte de nuestra alma debería cambiar. Cada partícula que nos forma debería ser diferente”.


El rostro de Viridiana mostró confusión, como si de repente hubiera entendido algo y saberlo la desorientaba. Una parte de su ‘cuerpo’ había sido removida y reemplazada con algo ajeno. Ese nuevo elemento quería llevarla por un sendero desconocido. Ella se resistía a ir por él.


“Marceline siguió tratando de enseñarme a cómo contorsionar mi cuerpo. Intenté que adquiriera la flexibilidad necesaria para hacerlo. Pero aunque pude realizar ciertas cosas, nunca avance mucho. He decir que me divertía cuando trataba de ejecutar las extravagantes flexiones. Me dijo que sabía de los límites de mis capacidades. Era natural que así fuera, mi cuerpo es torpe y rígido. Por mucho que practicara, sólo llegaría a cierto nivel”.


“Cuando la veía ejecutando sus malabares, me preguntaba sobre por qué yo poseía estás limitaciones. ¿No era capaz de más?”.


“Un día, mientras la observaba ejecutando unos movimientos, me dijo que usualmente todo parecía una sencillez. Nada realmente complicado. Era la forma estúpida qué tenemos los estúpidos de ver las cosas. Simplemente somos incapaces de ver. No está mal, no está bien, es nuestro estado”.


–Las cosas podrían ser más simples, si tienes la capacidad de entender los mecanismos subyacentes que los hace moverse.


El rostro de Viridiana parecía estar más confundida que antes. “Creo que piensas que sólo estoy tratando de aparentar qué estoy diciendo algo ‘profundo’ con expresiones rebuscadas”.


“Marceline me mostró que la manera de apreciar y aceptar la sencillez de las cosas es apreciando, al mismo tiempo, la complejidad que las compone. Nosotros somos absurdos por qué creemos entender las cosas qué decimos, qué pensamos o qué sentimos. A veces, por ejemplo, decimos amar, pero aquello es sólo una palabra que repetimos inconscientemente. Somos inferiores y amar es algo que nunca hemos sabido hacer”.


Me quedé callado al mirar la expresión de su rostro. Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Mis últimas palabras cayeron desde un lugar demasiado alto contra ella. Mientras pensaba en lo que podía decir. Ella habló.


“Enrique era una persona divertida. El tiempo que pasé con él fue agradable. Sentía que me amaba y que con él podía tener una relación intensa y reconfortante. Tener una familia hermosa y feliz. Es decir, vivir el clásico sueño de tener una vida ‘satisfactoria’. Ser una amada esposa y una buena madre”.


“Él era romántico. Me sorprendía constantemente. Cada una de sus acciones me halagaban. Admiraba la naturalidad de su personalidad, alegre, abierta, segura. Las personas que lo conocían lo consideraban alguien divertido, confiable, una gran amigo con el qué pasar el tiempo”.


“Cuando murió, sentí una profunda incertidumbre de qué sería conmigo. Parecía que había perdido una parte de mi alma. Una parte de lo que yo era. En aquellos momentos, sentí que nunca podría recuperarme. Las emociones qué experimenté con él fueron tan intensas. Al recordar todos los planes que habíamos formulado, lloraba. Yo ya no era yo y no sabía a dónde dirigirme”.


“Casi un año después de su muerte, recordé ese libro que tú leías en aquella ocasión que chocamos en la escuela. ‘Los límites del conocimiento’. Fue cuando decidí buscarlo”.


“Cuando lo tuve en mis manos, leí la primera página. Decía: ‘Para alcanzar la verdad se requiere, por una vez en la vida, deshacerse de todas las opiniones que se hayan recibido y reconstruir de nuevo y desde los cimientos todo el sistema de conocimientos. René Descartes, Méditations sur la philosophie première, 1641’. Aquellas palabras me reconfortaron en aquel momento. Si mi vida había terminado, la versión irreal de mí, sólo debía construirme otra. Una donde fuera feliz por mi misma”.


“Tal vez no sea capaz comprender a cabalidad lo que te decía Marceline. Me gustaría saber qué es lo que tú sentiste aquella primera vez que leíste esas palabras. ¿Qué significaron para tí?”.


Lo que me pidió me tomó por sorpresa. Me sentí torpe y tonto. En el fondo sentía un despreció por los demás, no por sus incapacidades si no por su necedad de creer que saben sentir. Ahora, ella, una excepción, muy rara, me recordaba que yo mismo no sabía hacerlo. Su pregunta no representaba algo qué no supiera tratar, sin embargo, era la voz que la llevaba a mí que causaba tanto desorden dentro de mí.


“Uno debería dudar de todo lo que cree qué es real”.


“Esa fue la idea que sentí la primera vez que leí el libro”.


“Aquellas palabras parecían tener sentido. Al mismo tiempo ellas parecían obligarme a qué debía reiniciar. A su vez, algo me decía que no eran del todo ‘acertadas’. Si regresaba al punto de partida, sólo volvería a ser el mismo humano que había sido. Nada en mi sería realmente diferente”.


“Las palabras”, dijo Viridiana, “en esa página de papel, me ayudaron a sentirme mejor. A salir de la depresión que experimentaba. Ahora, escucharte, qué lo que me hizo recuperar la orientación en mi vida, sólo me regresó a vivir nuevamente una vida patética”.


Su voz resonaba con una profunda tristeza. Me sentí abatido y perdido. Una página de un complicado libro había cambiado la vida de alguien. Luego, yo, siendo honesto, ponía en la mesa la posibilidad de que aquello que había dado coherencia a su vida no era nada en realidad. Ella no había cambiado.


Mire el rostro de Viridiana, sus ojos con lágrimas aflorando, parecía no saber cómo manejar sus emociones. Al apreciar aquella escena, me pregunté si lo siguiente que diría sería acertado o sólo basura. Sin embargo, aun percibiendo su desolación, lo diría y vería qué sucedería.


“Cuando leía aquella página, yo ya estaba en el camino de no confiar en nada. Me parecía que todo, en especial las personas, era irreal. Sin sustancia. Esas palabras no me enseñaron algo nuevo, sólo reafirmaron mi propia posición. Al igual que tú, volví a caer en mi patética forma original. Sin embargo, al escucharte, al sentir las emociones en tus palabras, no puede decir que hayamos regresado a la misma posición. Puedo decirte, gracias Marceline y Sophie, que  no eres cómo la chica que conocí por primera vez. Conocer a Stephanie y Orucso, me ayudó a entender la ‘trivialidad’ de mi vida. Lo cual me permitió dar un paso para ser diferente. Llegar a ser algo que tuviera una pequeña posibilidad de ser ‘especial’.”


“No había discutido con alguien de ésto desde hace tiempo. Lo que me hace sentir algo tonto”, dije riéndome un poco. “No sé cómo explicarme, pero lo intentaré”. Me puse de pie y, como un niño que está formado en el patio de la escuela una mañana de lunes recitando el juramento a la bandera, pronuncié un poema.


***

¿Sientes esa sensación en los párpados?

Cómo si dentro de ellos hubiera polvo

Parpadeas para ver con claridad

Sin embargo el entorno sigue siendo difuso

Los objetos pierden sus límites

Se distorsion

Alejándose de su aparente naturaleza

Cierras los ojos, para evitar sentir miedo

Súbitamente vuelves a ver con claridad

Cada objeto es como debía ser

Cada uno en la posición que le corresponde

Sin aviso, sientes qué alguien ha tomado tu mano

El inesperado contacto te asusta y hace que abras nuevamente los ojos

El mundo que ves está cambiando sin cesar

Cada objeto se mueve según su propia voluntad

De acuerdo a sus deseos

Todo ello es inextricable

Esta vez no cierras los ojos

Los pulsos de información llega a tu imaginación

Volviéndose parte tí

Has cambiado

Sujetas con más fuerza la mano que sostiene la tuya

Comienzas a ser un objeto que se mueve

Por su propio deseo

***


Tomé la mano de Viridiana.


“Orucso no era humano. El sufrimiento humano le parecía una frivolidad. La felicidad humana una trivialidad. Nada en nuestra cultura era suficientemente digno para que él la observará. Estaba aquí sólo para hacer que Stephanie recordará su verdadera naturaleza. Esto era lo único que yo podía ver”.


“Aprendí, con gran dificultad, que él se alegraba de qué Stephanie encontrará a Marceline y Sophie”.


“En una ocasión me dijo que si yo deseaba ver la realidad en su forma original, debería ayudar a alguien más a hacerlo. Cuando intentas explicar aquello qué es extraño a otro, es cuando tu propia voluntad e inteligencia emergen. Cada palabra que vayas colocando en la mente de otros, es sólo una forma de resolver un difícil problema usando la maquinaria de alguien más para tú propio beneficio. Y al dejar algo de tí en los otros, entonces tú cambias. Un objeto tan enorme como la Luna parece una esfera de una superficie uniforme, pero no lo es. Cambia. Se mueve contigo”.


–¿Quién es capaz de poseer voluntad?


“Le pregunté”.


–Eso sólo es cuestión de la violencia natural de esta realidad. Simple aleatoriedad. Si eres lo suficientemente afortunado e inteligente lo podrás notar. De otro modo sólo serás más que aquello que está para nunca volver a estar.


“Me dijo”.


Cerré un poco más la mano que sujetaba la de Viridiana. “Cuando alguien coloca una palabra tras otra para tratar de decir algo, esa persona no es dueña ni de sus ideas ni de esas palabras. Ellas son seres realmente extraños, que habitan como parásitos en todas partes. Viven tratando de seguir sus propios deseos. Cuando nos traspasan, cambian nuestras mentes en algo distinto, sin embargo ello no nos convierte en seres mejores, sólo somos sus anfitriones en donde prueban sus hipótesis. Seres como nosotros ignoramos que somos mediocres máquinas que trabajan para ellas. A veces, y sólo a veces, en rarísimas ocasiones, sabemos sentirlas. Y eso es extraordinario”.


“Cambiaste por qué hiciste tuyas aquellas palabras. Ahora yo sujeto tu mano. No cierres tus ojos a aquello que sentiste. Tampoco los cierres a esto nuevo que escuchas. La contradicción sólo existe si niegas la vida de los otros objetos de la realidad. Yo puedo mirarlos. Y los miraré contigo”.


Súbitamente se calmó y sentí cómo su cuerpo se fue tranquilizando. Ella estaba vislumbrado las formas naturales de los objetos y comenzaba a sentir el deseo de cada uno de ellos de existir. Comprendí que la pérdida de esa persona, que le había representado coherencia, era algo que la indujo a ver. Aquello que le había dado tanto confort era real para ella. Era su realidad. Era la realidad de un ser que fácilmente se somete a la violencia natural de la aleatoriedad. Orucso me explicó que los humanos tienen un ‘hueco en su alma’, todo lo que sienten, todo lo desean, todo cuánto se empeñan en hacer, sólo lo hace más extenso. Nada cambiará eso, es su condición natural.


–La aleatoriedad es violencia pura.


Me había dicho.


–Una de las técnicas que usan los seres para prevalecer es tener una gran descendencia. De esa descendencia sólo unos cuántos de ellos tendrán la posibilidad de dejar la suya propia.


–Miles de millones de seres viven en este planeta. Cada uno intentando sobrevivir. Cada uno quiere dejar algo. ¿Qué es lo que dejan? Si sólo aquellos mejor adaptados a su ambiente son los que sobrevivirán, ¿qué sentido tiene la vida de los que no siguen el paso? ¿Qué valor tienen las tantas vidas que no avanzan a la ‘madurez’?


–Millones de humanos caminan y respiran en el planeta ahora. Cada uno de ellos no tiene ningún valor. Su único propósito es colocar más incertidumbre en un mundo violento para que otros seres en el planeta cambien y avancen. La inteligencia humana es sólo un mero resultado del azar, violencia pura. Se lástima a ella misma por qué eso es todo a lo que puede aspirar. Su instinto biológico le obliga a reproducirse y a usar su ‘creatividad’ para intentar perdurar. Entre la gran cantidad de fracasos, sólo se ven pocos ejemplos notables. Pero incluso estos desaparecerán con el tiempo. Su civilización desaparecerá y ello ni será ‘bueno’ ni será ‘malo’. Sólo el azar de la realidad.


Sus palabras cayeron fuertemente sobre mí.


Ese día que Orucso me decía ésto, Stephanie se acercó a nosotros. 


“¿Por qué crees que te dice esto?”, me preguntó.


“Al inicio”, ella continuó hablando sin esperar que le respondiera, “cuando hablaba de tales hechos, me negaba a aceptarlas. Me parecía que el sufrimiento de las personas era algo por lo que sentirse triste o molesto, y que debía hacer algo para evitarlo. Sin embargo, mi manera de ver el ‘sufrimiento’ era desde un punto de vista humano. Egoísta. ¿Qué sucede, por ejemplo, con todas las personas que existieron antes que yo en este planeta? ¿Qué podría hacer por ellas? Entendí que los cuerpos chocan entre sí para moverse. Eso produce ‘dolor’ y ‘sufrimiento’. Es su condición natural. Me pregunté cómo salir de eso. Orucso sólo me dijo qué estaría conmigo el tiempo que fuera necesario para que yo entendiera que yo no era humano. Luego se iría. Y yo debería hacer lo mismo. Intentar salir de la realidad. A un lugar donde mi vida por sí misma fuera especial”.


Quería, por alguna razón que no llegaba a sentir claramente, decirle aquellas mismas palabras a Viridiana. 


Mientras intentaba encontrar aquella razón, le dije que era necesario limpiar, ya era tarde. Ella debía descansar para el siguiente ordinario día. La acompañé a la entrada de su casa. En el momento de despedirnos, me tomó de la mano y preguntó: “¿seguirás tomando mi mano?”. Su pregunta me alteró. Esa excitación y vergüenza volvía a desorientarme. A pesar de todo lo que comprendía y conocía, sus acciones seguían estremeciéndome. ¿Cómo era posible sentirse como un simple adolecente cuya atención ha sido capturada por una chica? Otra causalidad en mi vida. Al final sólo dije, con una voz trémula, por la emoción. “Todas las veces que sean necesarias”.


***

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario